La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

 

Es domingo por la mañana. Al darle vueltas a la llave del agua caliente, no sale.

Ayer hizo mucho viento, pienso, y seguro se apagó el piloto del boiler. Subo a corroborarlo. En efecto, está apagado. Hago lo que se hace en estos casos: doy vuelta a la perilla y oprimo el botón que genera la chispa. Nada. Después de veinte intentos me rindo. El botón se ha averiado y me urge bañarme porque tengo una comida importante. Ayer y antier me fui de fiesta y traigo una cara de muerto. No pienso aumentar el sufrimiento con una dosis de agua helada que se me enterrará como espinas en el cuerpo. Llamo al plomero. Vendrá en una hora.

 

Vivo en un fraccionamiento privado con vigilancia. Los vigilantes son unos gordos entrometidos que están en todo menos en lo que deben estar. A mí me dicen señorita, cuando han visto mil veces que tengo esposo e hijas. Es más, después de tres años de verlos cotidianamente todavía me dicen que mi marido es mi papá y cosas por el estilo. También cada vez que me llega un paquete es un desmadre: mandan el sobre o el regalo a una casa que no es mi casa. No saben bien mi nombre. Saben que mi casa es la casa de mi marido y de él sí que saben su nombre. O sea que si me llega el aviso de una herencia, mandan al mensajero por las cocas porque no saben que me llamo Alejandra Gómez y no “la novia del ñor del 12”. Siempre es el mismo problema. Quién sabe si para estas fechas yo ya sería millonaria y por culpa de estos cretinos sigo en la misma casa en la que ellos, los guardias, me tienen de rehén.

 

Llega el plomero. No lo dejan entrar. Me habla desde la entrada. “Oiga, que dice el policía que no puedo entrar porque hoy no se labora”. No laborarán ellos, pienso, pero a mí me urge bañarme y el plomero no es un huevón, y vino a ganarse el pan. Prefirió una lana antes de quedarse a chelear o a ver el partido de fut.

Tengo que salir a la caseta a hablar con los polis. Llego. Les expongo el caso. Hacen jeta. Me dicen que hoy no se labora y que los condóminos sabemos que los domingos no pueden entrar personas que prestan servicios. Me hacen enojar. Les digo: o sea que me tengo que quedar sin agua caliente porque ustedes dicen. Son las reglas, tercia otro poli gordo. Okey, entonces dejen entrar a don Juan como si fuera mi visita personal. Tomaremos el té y fumaremos cigarrillos…

Se miran entre sí, vociferan que debo hablarle al contador para pedir un permiso de acceso “extraordinario”. Los escucho y no me queda más remedio que bajarme descalza del auto y abrirle yo misma el portón al plomero. Los polis se enojan. Les digo: ¿qué, si es mi visita? ¿Cómo comprueban que no?

A regañadientes dejan entrar a don Juan el plomero. Viene con su hijo. Le piden a cada uno su identificación. Don Juan saca su INE, pero el muchacho no trae nada.

Les digo: vienen juntos, con una identificación basta, ¿o qué?, ¿a poco cuando he tenido fiestas le piden identificación a todos los que vienen trepados en una camioneta? Los polis dicen: son las reglas. Y se dirigen al muchacho: aquí dice que tiene que dejar su CURP.

Para mis pulgas… me acerco a los polis y les suelto un genuino “no mamen”.

Son las reglas, dicen al unísono.

No dejan entrar al muchacho. A don Juan, sí.

Entonces no me queda más remedio que recordarles que mil veces han enviado regalos a la casa de otra familia que se apellida igual. Añado: una vez me vino a buscar un abogado para notificarme que se ha había muerto un conde, familiar mío, que me heredó un palacete en Londres. Me queda claro que lo mandaron a la casa de los otros Gómez y ahora esos Gómez ya no viven en este pinche fraccionamiento secuestrado por tipos como ustedes que odian su chamba y no tienen ni la decencia de aprenderse mi nombre, porque para ustedes soy “la  novia del ñor del 12”.

No les gusta el tono de mi respuesta. Me agarraron de malas, apurada y con cruda.

A mí tampoco me gusta su forma torpe y arbitraria de operar, así que estamos empatados.

Pos estos… ¿qué se creen?

De regreso a casa, ya con don Juan siguiéndome desde su bicicleta, concluyo: ¡Es más fácil entrar a Buckingham que a mi casa!

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