Encontrarle sentido a la  época actual, en la que la realidad es mucho más rápida que la percepción humana, constituye todo un reto

 

Por José Leopoldo Castro  Fernández de Lara

Para empezar, hay que aclarar que el término hipermodernidad se le ocurrió al filósofo y sociólogo Francés Gilles Lipovetsky, quien en su libro Los tiempos hipermodernos (Anagrama) explica que nuestra época está caracterizada por la velocidad en los procesos y el constante abuso de todo: el tiempo, la comunicación, el consumismo, el uso de las personas para fines egoístas, las imágenes, los medios… lo cual nos lleva a ser “hiper”; hiperconsumistas, hiperegoístas, etc. Existen otros términos para nuestra época y constituyen en sí mismos una característica propia de nuestra era: la necesidad de buscar sentido, de conseguir explicar una realidad que se nos escapa, que va más rápido que nuestro proceso mental, que produce más información de la que somos capaces de tener conciencia.

Otra forma de definir nuestra época es como “líquida”. El responsable es Zygmunt Bauman, también sociólogo y filósofo de origen polaco quien en sus múltiples obras (disponibles en el Fondo de Cultura Económica) habla de cómo nos hemos hecho ambiguos, de que antes teníamos una identidad establecida otorgada por las instituciones que nos protegían –simbólicamente hablando–. Cualquier mexicano de más de 50 años de edad, por ejemplo, está seguro de su identidad; sabe que es mexicano, el himno nacional lo hace llorar en las olimpiadas (bueno, lo haría llorar si México ganara algo) y probablemente será un religioso ferviente y devoto de la vírgen de Guadalupe. Asistirá a misa todos los domingos y los viernes de Cuaresma optará por los cocteles de camarón en lugar del entrecot. Eso fue antes; ahora los jóvenes han perdido su identidad (entendiendo identidad como lo escrito arriba), son líquidos y fugaces, sus relaciones no necesitan tener una estructura, sus trabajos son medios y temporales, su consumo responde a un impulso inmediato y sus instituciones son la autenticidad en sí mismos y en sus pares. Ya no admiran al maestro, sacerdote o presidente municipal. Fluyen en su sexualidad e intereses.

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Son los llamados millennials, generación que es asunto de todos los blogs de internet y tiene una carga histórica tremenda. Por un lado, nadie espera nada de ellos, son jóvenes y se dice que son superfluos, que no tienen valores, no saben trabajar, no se han esforzado nunca y sólo quieren “pasarla bien”. Por otro lado, son la generación que no tuvo derecho a tener sueños, ya que sus padres no fueron capaces de mantener un sistema social que les asegurara nada. No tendrán derecho a jubilación, no tienen buenos empleos, no creen en el matrimonio (porque han visto que sus padres no cumplieron sus promesas), no creen en la Iglesia (porque han visto que no hay diferencia entre creer o no creer a la hora de los hechos y que los creyentes no han sido capaces de mejorar el sistema y promover la justicia), no creen en las instituciones porque han visto a la clase política ser cada vez más corrupta, a las universidades las ven como un medio y como una mentira en muchos casos. Son una generación engañada, les han prometido todo y en realidad no tienen tantas oportunidades. Les ha sido arrebatada su herencia y a cambio les han dado tecnología para alienarlos.

Es común escuchar “somos la generación más preparada de la historia y la peor pagada”. ¿Mejor preparada? ¿Qué saben hacer? ¿Qué de lo que sabemos (me incluyo) contribuye a que seamos más felices? Porque de eso se trataba, ¿no? Hoy hay carreras y conocimientos tan específicos como se desee. Te puedes especializar en crear un modelo matemático para explicar por qué hay cada vez más humanos miserables, pero ¿sabes labrar la tierra? ¿Sabes cosechar? Es más, ¿conoces un manzano? ¿Sabes diferenciar entre tomillo y albahaca?

Los académicos clasifican a las generaciones; los mayores piensan que los jóvenes han perdido los valores que ellos mismos no supieron transmitir, los jóvenes piensan que están en un escalón superior gracias a una tecnología que los hace menos humanos que a sus antepasados. ¿Qué hacer? El único camino es la conciencia. En esta era tenemos la oportunidad de romper con la tradición y elegir el camino de la conciencia, del amor. Para ello hace falta retomar conocimientos ancestrales que nos ayuden a contactar con la tierra, nuestro corazón y lo que es ser humano. Eso no ha cambiado. Hay un camino personal que te llevará a la felicidad y no hay atajos. No hay recetas, gurús e instituciones. Sacúdete el miedo y busca dentro de ti, en lo más peligroso y oscuro encontrarás la luz.

La brecha generacional es también tecnológica. / ESPECIAL
La brecha generacional es también tecnológica. / ESPECIAL

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