Miguel Ángel Andrade recurre a elementos metaliterarios y fuentes históricas para darle forma a su novela, destaca el poeta hondureño en la reseña que a continuación se reproduce para el interés del lector
Por Elvin Munguía
La novela Un Mantel Oloroso a Pólovora de Miguel Ángel Andrade Rivera es un recorrido de la historia de México por la Sierra Norte de Puebla, donde el Varon de Cuatro Ciénegas, Venustiano Carranza, estaba llegando al ocaso de su vida.
La historia de México durante el proceso revolucionario iniciado en 1910 con el Plan de San Luis, el cual fue promovido por Francisco I. Madero; además de la insurrección de campesinos encabezada por Emiliano Zapata y el levantamiento de Pancho Villa y Pascual Orozco quizá no sea conocida a profundidad en Honduras, pero es una historia que no parece ajena.
El relato que nos ha llegado, fuera de los círculos especializados (académicos e intelectuales que han tenido relaciones con los Estados Mexicanos) no ha sido conocido en profundidad por la ciudadanía en esta parte tan cercana y alejada de México; esto incluye a los miles de hondureños que cruzan el suelo mexicano hacia los Estados Unidos en calidad de indocumentados.
No obstante, la historia de México, de ese periodo en particular, nos ha llegado de la mejor forma en la cual llegan las leyendas a los oídos de quienes sueñan con tierras exóticas, extrañas y casi mágicas; lo hemos recibido de la forma más hermosa, si hay un adjetivo que implique una calificación honrosa; nos ha llegado a través del arte: música, literatura, pintura y cine.
Quizá a través de estos medios hemos conocido la historia épica de la Revolución mexicana donde mujeres y hombres valientes lucharon por crear un estado justo, equitativo e igualitario con sus componentes. Relatos épicos que nos llenan de un sentimiento de heroísmo y donde muchas veces, sin querer, la emulamos.
En el pasado, cuando se dieron los procesos independentistas de América, durante el siglo XIX, hubo mucha relación; incluso en 1822, cuando aún se nos conocía como Provincias Centroamericanas, se dio una temporal anexión de Honduras a México, al igual que se compartió un proceso histórico en común, el cual surge con los pueblos originarios de Mesoamérica y continúa con el desarrollo independentista.
Sin embargo, la etapa de la Revolución Constitucionalista que inicia Venustiano Carranza al poner en marcha el Plan de Guadalupe sigue siendo, para nosotros los vecinos centroamericanos, quizá un misterio, una etapa de heroísmos, onirismos y exotismos. Resonancias míticas son las que tenemos de esa época tan convulsa y compleja del México mítico e histórico, pese a que muchos en Honduras han cantado las canciones de la Revolución: “rancheras” y “corridos”. Esos poemas épicos que a todo pulmón han sido interpretados en cada rincón de este país, como si fuera parte de la historia del hondureño; melodías en voces tan hermosas, como por ejemplo, la de José Alfredo Jiménez.
El “cine de oro mexicano”, también ha contado tantas historias, principalmente las películas que tienen que ver con Pancho Villa. Un sin número de actrices y de actores han desfilado en las pantallas de los cines, filtrando como una lumbrera la historia que poco conoce la mayoría de quienes habitamos en Honduras. Los murales de Diego Rivera también nos han hablado, en otros tantos maestros de la plástica.
Pero ha sido la literatura la que más nos ha traído ese heroísmo de la Revolución Mexicana. Muchos autores nos han contado, a través de sus letras, páginas y visión personal de esa época, en la llamada Novela Revolucionaria, la cual posteriormente evolucionaría a Novela Histórica.
Desde los autores menos conocidos hasta los más emblemáticos como Mariano Azuela, quien escribió durante el proceso cuando se daban los hechos, su novela Los de Abajo (1916). En ella muestra un aspecto indulgente, hasta cierto punto de la Revolución. Otros autores como Martín Luis Guzmán, con su novela El Águila y la Serpiente, dieron también otro aspecto menos condescendiente.
Y los nombres pueden continuar; por ejemplo, Nellie Campobello, José Mancisidor, Francisco L. Urquizo, José Vasconcelos, este último de los más conocidos por su reconocido trabajo como ministro de Educación, quien le dio una visión más inclusiva a la enseñanza en México y reconocido intelectual en toda América.
Pero estos son sólo algunos de los nombres de quienes nos han traído de primera mano, la cotidiana vida y el pensamiento de la Revolución mexicana. Hay otros autores como: Carlos Fuentes, José Revueltas, Francisco Martín Moreno, Carlos Monsiváis, Juan Rulfo, Enrique Krauze, más cercanos a nuestro tiempo, quienes nos han mostrado otros aspectos de ese periodo con sus interesantes novelas, nombres a los cuales es imposible no hacerles mención.
Es entre los autores de la novela histórica que figura Miguel Ángel Andrade Rivera, creador de Un Mantel Oloroso a Pólvora, obra que narra la historia de los últimos días del presidente Venustiano Carranza, quien fue promotor del Plan de Guadalupe en contra del dictador Victoriano Huerta y electo presidente de México en 1917, en la Sierra Norte de Puebla, mientras huía de las fuerzas sublevadas comandadas por Álvaro Obregón en 1920, fecha en la cual hizo una proclama conocida como Plan de Agua Prieta para derrocar al presidente.
Venustiano Carranza durante esta travesía es traicionado por Rodolfo Herrero y asesinado por los subordinados de éste en Tlaxcalantongo, Puebla, el 21 de mayo de 1920.
La obra comprende 57 capítulos y nueve apartados; primero inicia con un magnífico poema de Octavio Paz: Intermitencias del Oeste (2) (Canción mexicana). Junto a su estructura novedosa, Miguel Ángel Andrade Rivera logra contextualizar al lector en la cerril atmósfera de la Sierra Norte de Puebla. De igual manera, nos sumerge en la cotidianidad de cada uno de los personajes no conocidos por la historia oficial, pero importantes para el desarrollo de cada evento que llevará a Venustiano Carranza al trágico desenlace en Tlaxcalantongo.
El capítulo a capítulo nos va mostrando desde su cosmogonía y tesis las acciones tomadas por cada personaje importante de la historia de la Revolución Mexicana, así como de aquellos que se volvieron invisibles pero a la vez fundamentales para el ocaso de una década de convulsiones y guerras domésticas, y el amanecer, el cual da nuevos impulsos a la rueda histórica de México.
Desde el primer capítulo: “La Suerte de Elías Álvarez” (pág. 19), narra el descubrimiento de un “tesoro” por Delfino, un mozo, quien eventualmente se convierte en compadre de Elías Álvarez y éste a su vez, es compadre del general Rodolfo Herrero, el hombre que traiciona a Carranza. Aquí, el autor va introduciendo de forma muy sutil la figura de Leoncio Rivera, personaje que tiene una posición importante dentro de la novela. Este es sin duda un capítulo lleno de un irónico humor y un sarcasmo ligero bien logrado.
En el capítulo 3: “Una Canción Para Mi General” (Pág. 31) menciona a Elpidio, compositor de la canción Malagueña salerosa, –la cual se ha oído por muchos años y se sigue escuchando en la actualidad, aunque sólo aparece brevemente–, nos deja su huella sonora; una parte de la canción se muestra a continuación: “hombre e instrumento parecían haber sido creados el uno para el otro; por momentos no se sabía quién manipulaba a quién”.
“Hermilo Herrero” (Pág. 34). Es un capítulo conmovedor por varias razones, pero la fundamental, es la muerte de El Bigotes, quien es un muchacho de 18 años y muere a manos del coronel Hermilo Herrero, hermano del general Rodolfo Herrero. El asesinato se lleva a cabo después de una apuesta que pierde el coronel. “El muchacho movió la mano izquierda para tomar una cerveza del cartón y echó hacia atrás la derecha buscando su navaja para destaparla, pero Hermilo se levantó bruscamente y, sacando su pistola, le disparó dos tiros en el vientre. (…) El muchacho lo miró sin entender con una mirada de niño asustado.” (…) La navaja brillaba en el suelo como una luna mala” (Pág. 35). De igual manera, durante el capítulo se menciona a Rosita, la mujer que enviuda con la muerte de el Bigotes, su esposo, y quien hacía un tiempo la había raptado, como se sugiere que solía ocurrir por esos días; narra que Rosita se enamora de este hombre debido a que no tiene a nadie más, pero también por las noches pasionales que se suscitaban entre ellos.
Rosita aparece posteriormente en un hermoso y ardoroso capítulo 10: “El Destino de Rosita” (Pág. 53), dándole una frescura olorosa, juvenil, pasional e inocente a la novela, cuando tiene un encuentro “amoroso” con Leoncio Rivera.
Uno de los capítulos más interesantes es el 7 “Leoncio Rivera Estaba Pensativo” (Pág. 41), en el cual el personaje expone toda las dudas centrales que el mismo lector pueda tener; entra en una profunda reflexión sobre si participar o no en los acontecimientos que están por suceder. Quizá haya un particular afecto del autor hacia este personaje.
En los capítulos donde aparece Leoncio Rivera hay una especie de apología. Éste parece ser uno de los personajes significativos de la novela, y sin lugar a dudas puede considerarse como el favorito del autor.
“Leoncio Rivera estaba pensativo, su compadre comentó sobre el plan, pero tenía miedo al pensar en ese asunto. Participar en la encomienda era un riesgo, como tomar entre sus manos una navaja de dos filos; en el acto podía ser herido de bala o morir en el intento; en el futuro, su nombre y su apellido podrían ser vilipendiados por la historia. Otra vez reflexionó metódicamente la propuesta y los antecedentes. ¿Por qué querían acabar con el viejo? (…) Con la muerte del viejo se acabarían los logros de la Constitución? ¿El nuevo presidente sería militar o un civil? (…) ¿Obregón Cumpliría su palabra? ¿Y si el telegrama fuera falso?” (Pág. 41).
La novela tiene una estructura bastante interesante, posee una serie de narradores, que van desde la primera, la segunda y tercera persona. Recurre a elementos metaliterarios, así como un amplio uso de la intertextualidad, en este caso, aprovecha fuentes históricas escritas y visuales como telegramas, artículos, diarios, fotografías, reportes e informes, actas municipales, todo entrelazado para lograr una prosa poética y precisa.
No hay duda que lejos del aspecto narrativo, el cual se presenta y nos cuenta fluida, profunda, densa, justa y amena la historia, también está el trabajo del investigador, de un escritor acucioso y comprometido no con la historia, sino con lograr la triada de la literatura: arte, ciencia y tecnología.
Un Mantel Oloroso a Pólvora es un compendio de pequeñas vidas, de viditas revindicadas, de hombres y mujeres que no son importantes para los historiadores, para aquellos que no toman el insignificante aporte de los ciudadanos comunes, de las personas con sus minúsculos aportes a la historia de un país, pero que sin ellos no podría existir narrativa.
Esta es también la función del escritor, el volverse un historiador local, un microhistoriador que pone en el muro a los pequeños poblados y comunidades; tal es el caso de Tetela, Amixtlán, Tepango, Patla, Tlaxcalantongo, Tlapacoya y tantos otros ubicados en las riberas del río Necaxa y en los recovecos de la Sierra Norte de Puebla por donde anduvo Venustiano Carranza durante sus últimos días.
En el capítulo 44 “Un Mantel Oloroso a Pólvora” no es precisamente la razón del nombre de la novela, sino que se vuelve un capítulo inevitable, mientras la comitiva de Venustiano Carranza se alimenta en la casa de Modestita Álvarez, en Patla se da un comentario por parte de los visitantes, el cual genera todo una algarabía:
“De pronto un comensal dijo discretamente:
“¡Este mantel huele a pólvora!
Modestita, inmediatamente, contestó categórica:
“En esta época, que es más difícil para las mujeres, en el baúl también guardamos las pistolas.
“Entonces, una carcajada espontánea vino a tranquilizar el ambiente que se había tensado en algunas quijadas”. (Págs. 203 y 205)
No haremos más comentarios al respecto para no adelantarnos en contar más de esta novela, para no desalentar la curiosidad de los lectores.
Sólo podemos someternos a la satisfacción que nos deja en el rostro y en el pecho leer cada capítulo de esta novela, donde Venustiano Carranza muestra sus preocupaciones, temores, escasas alegrías, la condena constante de la traición, su equivocación al haber apadrinado a Álvaro Obregón y el carácter enflaquecido con el cual se enfrenta a la adversidad.
Concluyendo todo en ese capítulo fatal 57 “Carranza pensó en Zapata” (Pág. 233) donde hay una exclamación, un pensamiento recurrente en toda la novela: “La historia de la Revolución es una historia de traiciones”
No podemos hablar más que del deleite que hemos tenido, al leer esta magnífica obra del escritor mexicano Miguel Ángel Andrade, esta novela que no sólo es “Un mantel oloroso a Pólvora”.
UN POCO DE LA VIDA DE CARRANZA
Las imágenes muestran al ex presidente de México durante su mandato en compañía de personalidades reconocidas en la época