Bitácora

Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio

Los comicios estatales del domingo 4 tuvieron que haber dejado a los tres principales partidos con sentimientos encontrados.

Pese a que parecería el gran ganador de la jornada, el PRI debería estar preocupado. Cierto, todo indica que retendrá la gubernatura del Estado de México –lo que le quitará un gran dolor de cabeza rumbo a las elecciones de 2018–, pero su porcentaje de votación cayó a la mitad en seis años.

También se vio que depende demasiado de sus aliados –PVEM, Panal y PES–, pues sin ellos no habría podido ganar muchas de las posiciones que ganó (o va ganando hasta ahora), comenzado por el Palacio de Gobierno de Toluca.

¿Cuánto puede durarle al PRI su condición de partido corporativo que aprovecha la necesidad de los mexicanos más pobres?

Vea dónde obtuvo la mayoría de sus votos a nivel distrital en el Estado de México: Tejupilco, Valle de Bravo, Atlacomulco, Jilotepec, Ixtlahuaca, Acolman… demarcaciones predominantemente rurales.

En cambio, fue arrasado en casi toda la zona conurbada del Valle de México.

El PRI ha tenido que atrincherarse para sobrevivir entre su voto más duro y aquel que alcanza a comprar con tinacos. Ha perdido la confianza de las clases medias, que había arrebatado a Acción Nacional entre 2006 y 2012 y le permitió regresar a Los Pinos.

¿Echar mano de su maquinaria le alcanzará para mantener la Presidencia en 2018? Lo dudo mucho.

Por su parte, Morena parece que también tiene mucho que celebrar. Ha tenido un crecimiento impresionante desde su creación hace apenas tres años. En los cuatro estados con elecciones el domingo pasado, pasó de 888 mil votos a 2.5 millones.

Sin embargo, sigue quedándose corto de la expectativa que genera. Corre el riesgo de que la ola en la que está montado se desfonde.

No ganó ninguna gubernatura y su máximo logro en la pasada jornada fue el ayuntamiento de Xalapa.

La falta de estructura continúa siendo una falla visible. Quizá sea un pecado de juventud como partido, pero llamó mucho la atención que su presidente, Andrés Manuel López Obrador, hiciera un llamado a “los ciudadanos del Estado de México” para que tomaran fotos de las sábanas –es decir, de las grandes hojas en las que se inscriben los resultados de las casillas—y las compartieran por redes sociales.

Allí surgió de inmediato la duda: ¿Pues no tenía Morena representantes en todas las casillas? ¿No tiene las actas? En serio, ¿pedir imágenes de las sábanas de 18 mil 600 casillas? Obviamente, esto se prestó a choteo y los usuarios de las redes empezaron a compartir fotos de las sábanas en las que duermen.

Además, el partido parece haber cometido un error al prometer cancelar el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, que se sumó a las declaraciones de López Obrador contra la Reforma Energética y las expresiones que han hecho algunos de sus allegados en apoyo del régimen represivo de Nicolás Maduro en Venezuela.

Todo ello asustó a los mercados, que reaccionaron con alivio cuando se supo que el PRI había ganado la gubernatura del Estado de México. En unos cuantos minutos, el peso recuperó la fortaleza frente al dólar que había perdido durante las horas de incertidumbre previas a los comicios.

¿Va a seguir permitiendo Morena que –por posiciones radicales y atemorizantes como ésas– el PRI lo siga pintando como un partido “populista autoritario” que quiere “convertir a México en Venezuela”?

A su vez, el PAN puede celebrar sus triunfos en Nayarit y Veracruz, de la mano del PRD, y el que quizá obtenga en Coahuila (veremos qué dice el cómputo hoy), pero nada quita el desastre de propuesta y organización que se evidenció el domingo en el Estado de México.

Acción Nacional ha perdido sus famosos “corredores azules”, que lo pusieron en contacto con las clases medias. Es posible que la candidatura de Josefina Vázquez Mota no haya sido la más afortunada, pero el PAN tiene problemas mayores.

Es evidente que el partido se burocratizó durante 12 años en el gobierno y ha dejado de abanderar las causas sociales que lo llevaron al poder. Sus funcionarios elegidos están mal evaluados por la ciudadanía y se les nota más preocupados por cómo se ven que por cómo gobiernan.

Sus recientes victorias en comicios locales tienen más que ver con el desplome del PRI –al que le ha arrebatado ocho gubernaturas en dos años– que con aciertos propios. Si hoy tuviese que pelear solo la Presidencia, difícilmente la ganaría.

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