Crónicas del Tercer Piso
Por Alejandro Bonilla Garduño / @AlexBonillaG
¡En Puebla no pasa nada! ¡Puebla una de las entidades más seguras del país!, exclaman algunas autoridades detrás de las Suburban o en uno de los modestos helicópteros del estado.
El circo romano llamado redes sociales pide sangre, pide cabezas.
La autoridad, atónita, no tiene capacidad de reacción. En México y con el nuevo sistema de justicia penal se sienten intocables.
Lo son, de alguna manera.
Puebla está sumergida en una creciente ola de inseguridad, misma que hemos estado viendo a través de diferentes redes sociales: mujeres con crisis nerviosas, personas que viajan con miedo en el deficiente servicio público de transporte, robo de autopartes, estudiantes asaltados en las inmediaciones de sus universidades, feminicidios y una larga lista de etcéteras.
Ocultar los datos en nada coadyuva para mejorar no sólo la percepción, sino la realidad. Las autoridades deberían –en un mundo ideal– llamar a los diferentes actores de la sociedad y aceptar, de una vez por todas, la tristísima realidad que estamos viviendo.
¡Basta de discursos llenos de buenos deseos!
¿Sólo los ciudadanos de a pie sabemos cuáles son las zonas más peligrosas de la ciudad?
Me resisto a asegurar que las autoridades, por alguna razón, están siendo omisas en la solución de estos conflictos; me resisto a pensar que existen autoridades de todos los niveles involucradas con estos grupos delincuenciales (pequeños o grandes) y que bajo el amparo de éstas, tienen en vilo a los ciudadanos de este estado “seguro”.
Vienen tiempos electorales y por supuesto que los comunicados, las conferencias de prensa, las pomposas presentaciones del peligroso “ratón” que se robó un queso, mientras que otras “ratas” se pelan los quesos de verdad, todo eso se hará presente.
La sociedad se organiza.
La sociedad está harta y, cuidado, porque una turba harta es capaz de todo.
De todo.
No queremos más una lista de buenas intenciones.
Queremos y exigimos que las autoridades hagan algo trascendente para no sólo mejorar la percepción, sino la realidad de las personas que todos los días usan el transporte público, los que estacionan sus vehículos en la zona de la colonia Humboldt o San Manuel o los estudiantes que caminan en las inmediaciones de Ciudad Universitaria o los que bajan y suben a los camiones en San Ramón y que sí tienen miedo.
No pretendamos –y pretendan– institucionalizar el miedo.
La delincuencia se ataca, no se tolera; los delincuentes deben de saber que si deciden delinquir lo harán a sabiendas de las graves consecuencias que pueden tener.
Los ciudadanos tenemos el derecho a vivir sin miedo.
