Figuraciones Mías
Por Neftalí Coria
El personaje central de mi novela que recién he terminado, fabrica su mundo con los ojos, o tal vez debo decir, que inventa su mundo con la mirada y sus ojos agudos. No diré más, pero ahora lo he recordado, porque en días pasados, hablaba con una de mis alumnas sobre las maneras de mirar en la escritura y le platiqué de mi personaje. Y hablé con ella de una novela de Goran Petrović, que he disfrutado mucho en la reelectura que por estos días hago del texto hermoso del escritor serbio. Y traté de contarle lo que en ambas novelas ocurre, pero sobre todo cómo es que sucede y el modo de imaginación que se ha ocupado de escribirlas (sin comparaciones, por supuesto). Y veía en sus ojos que no llegaba a entender bien a bien, aquellos sucesos que yo le narraba. Ante esa imposibilidad descriptiva en mi relato de una y otra novela que no lograba aclarar, por más que me esforcé, concluí por decirle como para consuelo mío: “parecería que no se entienden, pero leyéndolas es muy fácil entender”. Claro, las palabras leídas se entienden, gran lugar común, no desprovisto de misterio que se puede escrutar y encontrar novedades. Secretamente, me sentí como un pésimo motivador a la lectura de novelas. Así mi alumna –que tenía una paciente disposición de escuchar–, debió pensar lo mismo.
Poco después, seguí pensando en la importancia de la mirada en la escritura Y ahora ahora que reviso por última vez mi novela, creo que los ojos ulteriores, pueden ver más allá de lo que uno cree e imagina. Y las palabras son magníficos instrumentos de esos ojos y mirada ulteriores, que son los ojos y la mirada que posee la imaginación. Con ellos, se puede ver el fondo de lo que las palabras nombran de una manera –aunque sea mucho decir– infinita.
Los ojos de la imaginación en verdad, construyen seres, cosas nuevas, mundos inusitados y en esa manera de construir historias, personajes o árboles que nadie más ve sólo el que los mira, está el germen de la escritura imaginativa, por llamarle de otro modo a la escritura literaria. Estos ojos reconstruyen el mundo, lo inventan a su antojo, lo renuevan, lo transforman, lo humedecen, lo hacen más suyo, pero también, lo envilecen, lo corrompen o lo destruyen con la mirada que tras de sí, tiene un historia que ha de ser licuada con el zumo de la ficción.
En la escritura, los ojos son indispensables y al respecto, pensé en los personajes ciegos de Sábato y en la obsesión por la ceguera que tenía el escritor argentino. Y aparece Borges, que después de quedar ciego, su obra quizás se afiló. Y es que el autor de El Aleph, guardó esos ojos ulteriores para que tomaran su lugar en la memoria del poeta y con esa mirada, en multiplicadas maneras pudo mirar el mundo de su oscuro presente. No le hicieron falta más ojos, porque fueron los ojos que sigo llamando ulteriores, los que crearon ese libro maravilloso –solo por mencionar uno– llamado El oro de los tigres, por ejemplo.
Podríamos pensar y escrutar en los ojos de los pintores y dar con un mundo donde los ojos y la mirada, parecieran ser aún más importantes que en ninguna otra de las artes. La pintura es otra forma de escritura ocular y es en esa destreza, donde la mirada habla fuerte, es cierto, pero también en las palabras sucede. Su poder evocador, también lo llevan a los ojos de la imaginación y de ellos nace, su belleza particular y compleja (sin dejar de reparar en el resto de los sentidos).
La escritura de la novela, ha abrevado de manera notable en los manantiales de los ojos y la mirada y en los ojos ha cifrado inigualablemente las mejores piezas novelísticas. Quiero referir a Pedro Páramo de Juan Rulfo. En ese territorio narrativo, en el que encontramos las mejores torceduras humanas, hay momentos de la novela que evidentemente nacieron de la mirada de esos colores casi amarillos de la soledad, del hastío de los hombres olvidados en un pueblo de polvo y aire y por otro lado, veo clara la escena en la que “Pedro Páramo estaba sentado en un viejo equipal, junto a la puerta grande de la Media Luna, poco antes de que se fuera la última sombra de la noche”. Y si vamos a los cuentos del mismo autor mexicano, solo basta mirar en Nos han dado la tierra, esos hombres que caminan de regreso, cuando les dieron la tierra y uno de ellos, bajo el gabán, lleva una gallina abrazada. Puedo verlos caminar sobre esa tierra rajada y dura. Veo la gallina asoleada abrir el pico por la sed, que en aquella triste caminata, el animal tiene que padecer. Alcanzo a ver los pies de esos hombres en los que la decepción ya es natural y tampoco les sorprende el engaño del gobierno que les dio la tierra, la tierra que se ve claramente partida, rajada, donde no se ha de dar ni un maguey. Y los veo ir por las terroneras y terregales, en los que la vida ya perdió todo sentido. Veo también en Cien años de soledad “La casa nueva, blanca como una paloma (que) fue estrenada con un baile”, la misma casa que Ursula había ideado cuando Rebeca y Amaranta se habían convertido en dos adolescentes. Y podría seguir…
Los ojos en la escritura, son una necesidad, la mirada, es indispensable. Hablo de los ojos ulteriores y de los que llevamos en la cara dispuestos a ver y mirar. Los ojos en la escritura, son como los cuchillos que dan en el blanco, al nombrar lo que se transforma y crece con solo mirarlo. º
