Figuraciones Mías 

Por: Neftalí Coria

 

Para Héctor e Iliana

¿De qué cosa está hecho lo poético de la vida y cómo verlo, cómo notarlo o cómo apropiárnoslo, pero sobre todo, cómo saber que aquello es la poesía de la vida? Fue una inquietud que surgió hace días en una conversación entre un amigo y yo. Y me pregunté, ¿Si esa esencia que vive en el mundo que pisamos y nos pisa, puede verse a simple vista? Yo digo que sí ¿O necesitamos una argucia más, una capacidad distinta, un don, una mirada más penetrante, como la que perfora las rocas? Creo que no, simplemente se requiere voluntad y una intención proclive a la belleza que la vida y el mundo tienen in situ y per se, además de una voluntad plena por reconocernos en esas misma sustancia que la belleza irradia, para finalmente, descubrir que el mundo ante nuestros ojos, puede ser en esencia, lo que Platón llamaba “poiesis”, esa “causa que convierte cualquier cosa que consideremos de no-ser a ser”, ese mismo proceso humano –parafraseando al filósofo griego– en el que lo creativo del hombre, no inhibe una forma de conocimiento que incluye la capacidad lúdica. Y creo que allí está el nudo; la capacidad lúdica del niño, se pierde tan pronto pisamos tierras de la adultez y se dejan de ejercer los rayos generosos del juego que en la oscura seriedad, se desvanecen.

Y nos impedimos mirar esa parte de la vida en el mundo que no es sino la raíz de la poesía. Y es que nunca nadie, nos dijo que mirar la poesía en la vida, era importante y en mi opinión, indispensable. Y es que tampoco nadie, en ningún momento, nadie nos enseñó a mirar la poesía del mundo y acercarnos a los poemas escritos que es donde vive –en palabras– la poesía. No hubo en nuestros tramos primarios de educación, una guía efectiva que nos enseñara a comprenderla desde las aristas que la poesía en un hombre existe .

Mi inquietud era sobre la presencia de la poesía en estado natural, por llamarle de algún modo. Mi pregunta era por la poesía que llevamos en nuestro diario vivir, y con la que también habitamos el mundo. La poesía nos habita y la habitamos; somos sus recipiendarios, pero también somos los que la producimos, y es desde nuestros sentidos, desde donde existe y se hace presente en cualquiera de sus aspectos y fisonomías. Es claro –y es algo que está fuera de toda discusión–, que ninguna especie animal puede ser consciente de su existencia y no hay otra especie que pueda con ella, recrear el mundo que siempre estamos tratando de explorar y conocer a fondo. Sólo el hombre –también eso está claro– puede poseerla y mirarla, porque somos los únicos que poseemos este particular lenguaje infinito, flexible, perceptivo y complejo que con sus palabras, busca nombrar lo que a nuestro paso hallamos tras el misterio que las cosas del mundo contienen, incluyendo esos abismos profundos del alma humana.

Escribió Miguel de Unamumo en uno de sus memorables poemas: “El cuerpo canta; / la sangre aúlla; / la tierra charla; / la mar murmura; / el cielo calla / y el hombre escucha.” Qué clara respuesta a mi inquietud en este breve poema. En él podemos ver la manera –bajo las reglas del poema–, que el poeta nos convoca a escuchar la sonoridad del mundo y nos orienta a descubrir el la música de nuestro cuerpo y nuestra sangre, pero sobre todo en las últimas líneas, nos demuestra que la voz del mundo, no es difícil descifrarla y que allí están los lazos que la poesía tiende, como un puente, con sus hilos entre su espectro y los ojos abiertos del que la descubre viva ante sí. Y mirarla como perla, desde antes de ser poema aunque quizás esa poesía descubierta, nunca llegue a ser verso.

Y pienso en la traición, en la venganza, en el odio, en la soledad, en una mirada que rompe una roca, en las piedras derrumbadas de la montaña deforestada, en el sismo que arrasa ciudades, en el amor que mata, en la muerte que rebela, en el agua que ahoga, en la arena del desierto, en el aire que hace temblar a los árboles, en una tormenta arrastrando los ríos, en esa voz que se filtra desde el hondo acantilado cuando las aguas y el aire se iluminan con su palabra, en ese botón perdido de una camisa, en los pies desnudos, en el pájaro que por la mañana muere antes de cantar al sol, en esos labios recordados desde un medio día que nunca esperaba un beso, en las hojas de papel en blanco que nunca escribiré, en esa mano que en el dolor sigue quedando vacía de un cuerpo por acariciar, en esa palabra equivocada en el teléfono, en la luz de los ojos de aquella muchacha que el tiempo asesinó en la memoria, en una blusa suave que las manos hicieron volar en una habitación de hotel lejano, en las praderas, en los animales pequeños y grandes, en una piedra en la mano, en las manos contra el aire virgen, en un poema oscuro… Y creo que la poesía ha vivido allí, con sólo nombrar esas cosas que también son conocimiento y juego.

Poco se necesita para percibirlo. Basta la mirada honda y atenta, curiosa, acertada, incólume, que inaugura esa luz simple de un deseo por echar abajo los frágiles muros del misterio, con la maquinaria de la imaginación, que nos hace libres y altos frente a esa entidad que llaman “realidad” que también es poesía, aunque no sea luminosa como una gota de agua que cae a la oscuridad de la sed de un moribundo.

La poesía, también está en todo lo que nos abandona y hay que notarlo.

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