La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Desde que el iPhone llegó a mi vida (unos siete años atrás) mi adicción al teléfono ha ido in crescendo. Primero sólo lo usaba para hablar, luego para chatear, luego para el Facebook, luego para el Twitter, luego para Instagram. Y entre toda esa pérdida de tiempo, también me metía a leer periódicos y a escuchar música.
La adicción es adicción porque uno no se da cuenta cuándo ya está enfermo. Cuándo se volvió dependiente de la sustancia o cosa.
Al principio adjudicaba al trabajo mi eterno deambular por el internet. “Debo estar en todo. Informada”, decía. Pero en realidad, ¿cuántas notas me han servido para documentarme en medio de ese paraíso de las notas falsas?
Asocio mi crisis nerviosa al uso indiscriminado del celular. Y es que en estos días donde me he tenido que sosegar (a fuerzas) hice un ejercicio de memoria y concluí que al menos en los últimos dos meses me lo pasaba más de 12 horas al día metida en el dichoso aparato, lo que devino histeria y parálisis. Simplemente mi vida dejó de estar acá afuera para estar ahí dentro. Todo: para comer, buscaba algún servicio online. Para hace ejercicio, seguía videos online. Para no sentirme sola, chateaba con mis compas del Face. Para espiar al enemigo, lo mismo. Para ligar, ¡obvio!
Al despertar, lo primero que hacía antes de estirarme o abrir del todo los ojos, era encender el teléfono y checar mis redes. No me daba cuenta, pero en el arranque de jornada perdía al menos dos horas. Ahí, tirada en la cama, expuesta al magnetismo y a la radiación del iPhone ¡y en ayunas!
Con decirles que hasta el túnel carpiano de las manos ya me empezaba a dar problemas por la posición en la que utilizaba el teléfono.
Los médicos me dijeron que mi problema de vértigo y el hormigueo en las extremidades fueron causados por el estrés. Y sí, soy un saquito de nervios desde que mis padres eran novios…
Digan lo que digan, y haciendo un examen de conciencia, creo que todos mis padecimientos se deben al exceso de tecnología.
La verdad, es deprimente.
Y ustedes, ¿viven dentro o fuera de la red?
Si están dentro, ¡aguas! Un día, como a mí, les puede hacer corto circuito la cabeza.
