La Loca de la Familia 

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia 

No importa cuánto tiempo haya pasado o si hemos madurado o no o si nuestros gustos musicales se hayan refinado o hayan degradado, porque en el fondo todos llevamos a un Luismiguelero de closet oculto.

Hace rato, mientras me bañaba, puse las canciones de “Un hombre busca una mujer” y juro que volvieron a conmoverme como cuando era una quinceañera.

Mucho tiempo pasó para que le bajara a mi mamonería y aceptara que la música popular es quizás más importante en nuestras vidas que la así llamada música culta.

Muchos podemos decir que nos gusta el jazz sin comprender siquiera qué es el jazz. Y lo decimos, generalmente, por esnobismo. Por una suerte de aceptación en ciertos círculos que pretenden ser refinados o fuera de lo convencional.

En mi caso debo decir que puedo escuchar todo Porgy and Bess, tocado por el gran Miles Davis o cantado por la genial Nina Simone, y me encanta, pero es un gusto adquirido como el sabor de algunas frutas extrañas al paladar.

Asimismo suelo poner en mi tornamesa algunas obras del clásico y del barroco, como también del romanticismo, sin despreciar jamás las estridencias de Messiaen o Stravinsky, y me pongo frenética porque esa música me invita a tener un pensamiento elevado (por decirlo de algún modo arrogante). Y a veces logro sacar dos o tres pensamientos trascendentales o llego a un estado de éxtasis atípico, sobre todo cuando escucho con atención La Consagración de la Primavera, que en algún momento me ha hecho hasta vomitar del vértigo.

Pero hace rato que me estaba bañando, y como en el baño generalmente desenmaraño mi mente y más aún, mi corazón, me descubrí estremecida con las canciones de Luis Miguel. Fue como si el tiempo no hubiera hecho los estragos dignos de un alma atormentada. Canté acompañada del eco que aparece cuando el agua golpetea el piso de azulejos, y entre el vapor y las gotas hirviendo, me dije: esto es bueno, siempre ha sido bueno y seguirá siendo bueno para mí, a pesar de mis intentos de volverme una experta vieja acartonada en el arte de los sonidos.

Luego pensé que Luis Miguel, sin los autores que le han prestados sus temas, sería ciertamente menor, pues no basta con tener una voz educada y un rostro estético y bronceado.

Cuando en una fiesta los borrachos nostálgicos terminan cantando “La incondicional” o “Todo y nada” o “Pensar en ti” o “Uno” o “Fría como el viento”, no debemos olvidar que estamos cantando a Juan Carlos Calderón, a Vicente Garrido, a Francisco Céspedes y a Marianito Mores.

Es gracias a estos señores que fungen como un fantasma tras la figura de un interprete que le imprime su propia personalidad a las letras, que podemos trasladar nuestras bajas o altas frecuencias ya sea en la regadera, en un karaoke o a grito ahogado dentro del carro.

La canción hace al cantante.

Y lo comprobé haciendo un experimento: hice una lista en mi iTunes con las canciones que NO pegaron de Luismi y a los veinte minutos ya me había desquiciado.

Al ser una persona obsesiva, me di a la tarea de explorar (más allá de Luis Miguel) las canciones de Juan Carlos Calderón o de Manuel Alejandro y llegué a la conclusión de que los temas que le dieron a Mocedades o Raphael hicieron la gran diferencia entre el éxito y el fracaso de estos personajes que, sin sus autores, no hubieran pasado de tocar en bares o restaurantes.

Todo es cuestión de maridaje, y a Luismi, ya se sabe, es un experto en el escarceo y la conquista.

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