Carta de Boston
Por Pedro Ángel Palou / @pedropalou
Soy más feliz gracias a Dickens. Me ha acompañado desde niño. Primero fue Oliver Twist. La tristeza del huérfano. Luego fue el cuento de navidad y la soledad austera de Scrooge. Después Historia de dos ciudades. Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos.
Sus personajes sufren, pero conocen el placer de la curiosa venganza de quedarse con los brazos cruzados. Sus enemigos siempre pierden. Quizá de manera más que irónica en los Cuadernos del Club Pickwick. El Londres apenas posterior a la revolución industrial conoce ya todos los excesos del capitalismo, la vejación y la pobreza, el salvajismo contra el niño, el vagabundo, el asalariado. El que no tiene otra cosa que su trabajo sufre, eso parece decirnos todo Dickens. Luego me entusiasmó su biografía, las mujeres-hermanas, la fama.
Su amistad con el otro genial, Wilkie Collins, sus escapadas a los pubs londinenses, disfrazados, para oír las opiniones de los lectores de las novelas por entregas. Dickens vino a América, y no le gustó nada, acaso porque intuyó que en el mundo del dinero no cabe la moral, que es el tema central de sus libros. Si me apuran diré que me quedo con el libro de Dickens que más he releído, Grandes esperanzas. Otro huérfano, Pip.
La vieja solterona, Havishman que quiere vicariamente existir manipulando las vidas de los otros. Estella -que ahora siempre tiene el rostro hermoso y a veces inexpresivo de Gwyneth Pathrow-, a quien Pip termina, tantos dolores después, por regresar, tomados de la mano. He llorado y reído con Dickens, con sus abogados terribles, con todos los que abusan de los niños, que son Legión en sus novelas.
He sufrido y amado y me he reconciliado con la vida. Como sabía Borges, para quien: "las unidades dickensianas, sus elementos basicos, no son las historias, sino los personajes que afectan las historias -o con mas frecuencia aun, los personajes que no afectan las historias", es el protagonista el que inventa a todos los personajes secundarios. Porque Dickens hace un casting maravilloso, cuando puebla los mundos de sus libros.
Siempre que leo a Dickens me siento dentro de un grabado de Piranessi, dentro de un laberinto, una prisión y un espejo.
