Carta de Boston
Por Pedro Ángel Palou / @pedropalou
América Latina crece más que muchos países. Pero aún no nos alcanza. La pobreza está a la baja, sin embargo, 167 millones de personas viven dentro de ella (28% de sus habitantes) y sus condiciones (retraso, falta de educación y dignidad ante lo elemental para la vida). De 10% de la población, el más rico recibe 37% de los ingresos y 40% son más pobres, sólo perciben 15%. Estos datos no son fríos, quiere decir que la distribución de la riqueza es abismal aún en pleno crecimiento, donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres. El libro de moda de la economía actual, Capital de Thomas Picketty, explica que pasa esto en todo el mundo, claro está, no como privativo de América Latina, lo que no deja de alarmar.
Crecemos 3.1% , según los datos de la Cepal. La cifra de incremento mundial es de 2.1%, por lo que estamos un punto por encima de la media mundial, lo que es en definitiva es una buena noticia.
¿Somos independientes económicamente? Por supuesto que no, una crisis mundial o una recesión en el Euro nos pegan duramente. El gobernador del Banco de México mencionó algo interesante sobre la crisis mundial de 2008: “Allá es una gripe, aquí es un catarrito”, minimizando los impactos de la economía global y es mentira. Nos afecta en sobremanera lo que ocurre fuera, porque dependemos de nuestras exportaciones y nuestra balanza comercial es endeble.
Una de las respuestas, quizá la más certera, al por qué crecemos tanto es la modificación territorial de América Latina.
Mientras que en los años 30 nuestro continente era sumamente rural, ahora 80% de la población vive en ciudades. En ningún otro lugar del planeta se da esta proporción, por lo cual nos hace la región más urbanizada del planeta.
En su informe Población, territorio y desarrollo sostenible, la Cepal pone el dedo en la llaga: dos tercios de los latinoamericanos viven en ciudades mayores a los 20 mil habitantes y, como dije, ocho de cada 10 radican en núcleos urbanos.
El campo, idílico baluarte de las identidades latinoamericanas en el siglo XIX está abandonado. Las economías agrícolas se han vuelto extraccionistas. El éxito del modelo Boliviano merece un estudio aparte, pero también Brasil ha modificado radicalmente, donde las minas y la energía son fuentes esenciales de su desarrollo, ésto también ocurre poco a poco en Perú y el principal financiamiento de la “revolución bolivariana” en Venezuela, con la extracción de petróleo.
Mientras otras regiones sufren con el desempleo, el dinamismo de la región de latinoamérica permite reportar un ascenso en la población con una fuente de empleo a partir de 2014.
En México se han generado casi un millón de empleos en los últimos ocho meses.
Brasil, a partir de la reelección del partido en el poder y de Dilma Rousseff, pese a todos los problemas que la segunda vuelta electoral planteó y la amenaza de algunos empresarios de sacar sus inversiones, representa un espaldarazo de la mayoría al pacto social empezado por Luiz Ignacio Lula da Silva, quien ha hecho crecer al país de manera sostenida en los últimos10 años.
El caso de Brasil es importante porque el pacto social –de los trabajadores y de los empresarios, de los sindicatos y de los políticos– permitió un avance sin precedentes (aunque los analistas hablen de una desaceleración para el próximo año y un crecimiento muy pobre de 0.4%). La presidenta anunció que se bajarían los impuestos como una forma de reactivar la economía. Esto antes de que Temer diera su golpe de estado y mucho antes, claro, de que estuviera en veremos por ser acusado de corrupción por el fiscal General.
Mercosur tiene el mismo conflicto de desaceleración y Bachelet en Chile ha anunciado un programa similar, así como en Perú se han aprobado 564 millones de dólares para proyectos que incentiven la inversión.
El milagro brasileño, sin embargo, es digno de estudiarse. En 2007, cuando la FIFA lo seleccionó para el mundial de 2014 su economía crecía 6%, se hablaba, como he dicho, de algo milagroso. Lula tenía la mayor popularidad de un presidente en la historia de América Latina. El 7-1 con el que perdió su selección en el mundial pasado fue visto como una tragedia, pero también como un símbolo de que haber invertido en estadios (alguno de ellos no tienen equipo de primera división y no se usan después del mundial) y en infraestructura no es una solución en un país donde educación, igualdad y empleo siguen siendo las necesidades a cubrir. No niego el carácter central de Brasil en la reactivación económica de la última década, pero también quiero dejar claro que este no es un buen momento para su economía.
El ejemplo boliviano, de crecimiento sostenido y con un presidente indígena que se reelige con 65% de los votos en muy interesante. Evo Morales –y su vicepresidente García Linera– han logrado hacernos creer, para bien, que una economía distinta, no ligada a los dictados del FMI, puede crecer sostenidamente y que un país puede tener una constitución indígena, por primera vez en 500 años.
En su célebre discurso al recibir el Premio Nobel, el escritor colombiano Gabriel Garcia Márquez hablaba de la soledad de América Latina, haciendo eco del título de su libro más célebre. Hablaba del saqueo, de la opresión, el abandono. Decía que la respuesta de los latinoamericanos a esa condición histórica de quinientos años había sido siempre la vida. “Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar 100 veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino a los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios”.
Sus palabras siguen vivas, como su obra. No solo se trata de la vida estadísticamente comprobable, los nacimientos anuales, el hecho de que América Latina sigue siendo un continente de jóvenes, donde la mayoría de la población no cumple los 35 años. Se trata de que las esperanzas que tienen esos jóvenes de vivir en países más justos, más prósperos, menos desiguales.
Hay ejemplos a seguir. El pacto social de Lula, la incorporación del mundo indígena de Evo, la capacidad de movilización social de Chávez, el combate a la desigualdad de Correa en Ecuador. No se trata de hacer obras mesiánicas, ni de reactivar la economía con construcciones públicas, como en un new deal ya cansado de repetirse, se trata de promover, innovadoramente, alianzas populares y de integrar a la mayoría de la población en la vida real, en la participación política democrática, no sólo electoral sino de democracia directa, en las calles.
Quizá por eso García Márquez volteaba a Europa para decirle en su cara su culpa. Sus palabras son aún sonoras y tienen sentido: “La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes”.
Y es que allí donde ha habido éxito económico han ocurrido soluciones locales, populares, distintas, no esquemas ajenos. Como decía el sabio dominicano Pedro Henríquez Ureña: “se pagan altos impuestos de importación con las ideas ajenas. América Latina es única, y sus historias de éxito o fracaso económico se deben a sus propias realidades”.
Hay que estudiar con cuidado, insisto, la nueva Bolivia para reconocer que es posible reinventarnos, crecer y ser más justos.
De eso se trata, de revertir el pesado colonialismo que no es solo cultural sino económico, sobre todo económico.
