Aurretrato 4 - Correr 

Por: Neftalí Coria 

El hombre que sale de su casa por las mañanas con ropa deportiva y camina rápido calle abajo como si huyera, parece un hombre a quien nada le falta y por supuesto que es mucho de lo que también carece y olvida en ese momento que camina rumbo a la Unidad deportiva. Va con ímpetus para correr y sin mirar atrás avanza como si la calle fuera suya. Todos los días lo veo pasar por la banqueta derecha y se pierde en la calle de Bucareli y vira por Olivares. Se interna en la pista. Camina primero, después de estirar y luego trota. También corre y nunca pasa de seis vueltas a la pista. Oye en los audífonos a Bach casi siempre o la lectura de El Quijote, leída por un actor español de manera literal y sencilla. A veces hay personas que lo saludan y le dicen “maestro” y él les devuelve el saludo, pero nunca le he visto platicar con nadie de los que van a diario, aunque hubo un tiempo que en los planes matutinos deportivos, estaba anotado Neftalí uno de sus hijos con quien jugaba frontón después de correr y poco después asistía su amiga Atzimba Reyes, con quien comenzaron un proyecto editorial que sigue avanzando en el cuarto título del catálogo de su editorial, y que por un tiempo, afanosa, caminaba con ahínco rebasando las cuatro vueltas a la pista, mientras él corría. Luego, a la hazaña matutina, se anotó su amiga cantante, Ruth Maldonado, con quien caminaban y platicaban de poesía hasta olvidar el ejercicio y hundirse en la exploración del canto humano en disertaciones memorables. Hay personas –sobre todo en el frontenis– que reconoce desde su adolescencia y los tiempos en que estudiaba Veterinaria y jugaban con Lole (Cati) y Miguel Ángel Herrera Ferreyra, allí mismo. Aquellos ya eran habitantes de los verdes rectángulos. Correosos jugadores que desde aquellos días, no han soltado la raqueta y allí, como soldados en el cuartel, siguen en las venturosas batallas.

En estos días, él prosigue su tarea solo y suele mirar atento lo que sucede bajo esas rutinas del ejercicio y advierte las historias tejidas entre los numerosos corredores que allí llegan cada día. Imagina, para qué corren los que corren y trata de adivinar, lo que en el ejercicio a ultranza, muchos buscan, porque puede verlo en el rostro y los gestos. Hay los que corren por salud, los que lo hacen para prepararse en competencias de varios niveles hasta los más altos, como Salvador Hernández, medallista paralímpico a quien él entrevistó antes de partir a los Juegos paralímpicos en Río de Janeiro 2016 y que se incluye en su libro de retratos reciente. Puede identificar a quienes allí, los reúne el amor, la amistad y a los que huyen de la soledad o corren para dejarla atrás, para vencerla y darle razones distintas a la vida. Y se pregunta ¿Por qué corre él? ¿A qué va, si en el deporte, aunque tuvo habilidades futbolísticas y en el frontenis, no las ejerce? ¿Qué le da a su vida el hecho de correr? Quizás hay un vértigo en el que le gusta algo que se parece a esa manera de abandonar algo que siempre va tras él. Alejarse de una sombra, olvidar los pasos dados, olvidar lo que hubo amado, dejar atrás todo lo que tuvo espinas y le ha dejado sangre en las manos. Olvidar algo que no puede quitarse de encima, dejar atrás los sueños quemados que lo persiguen como trapos de ceniza viviente. Algo que no puede quitarse de encima, amores contrahechos, traiciones, locuras que lo edificaron en la poesía, palabras envenenadas que lo asedian, imágenes insistentes que aparecen a la hora de escribir versos, algo lo hace correr, como escapar del miedo que sabe bien de qué agujas viene, sueños que se quedaron repitiéndose en la embriaguez de su vida, nombres de mujeres que aparecen como lámparas incandescentes… de todo eso parece escapar y lo sabe; puedo verlo en sus ojos de loco, en el cansancio y el sudor que se niegan a sí mismos. ¿Y si no corriera? ¿Con cuánta sustancia negra se quedaría ese hombre en el corazón? ¿Qué le diría al barman que lo escucha hablar algunas noches en el infierno del alcohol si guardara ese cargamento? ¿Con qué ánimo daría cuerda a su reloj que le cuenta los días, como el avaro cuenta el oro? ¿Y con qué autoridad saludaría al olvido tan generoso que le borra pesadillas de sudor sangriento y sueños donde cae al abismo sin remedio? Mejor correr cada mañana y huir del incesante destino que lo persigue. Y con eso busca que todo sea utilería para la obra suya que no deja de tejer, motivos para no dejar de escribir, para no dejar de vivir, para que no se vayan nunca los espejismos que se alientan solos en su corazón y para seguir cumpliendo con su labor de poeta, de narrador de historias, de taumaturgo de las palabras que viven en su historia como viven los parásitos en el cuerpo que los alimenta. Prefiere correr lejos y llevar al aire la vida y esparcirla, como se esparce el trigo en abril, como vuelan los pájaros del corazón cuando la memoria de la sangre lo estremece.

Allí en la Unidad deportiva Venustiano Carranza, también puede advertir, cuántos sueños grandes en el deporte se han quemado en ese óvalo de cuatrocientos metros, cuántas historias de cada uno de ellos ululan en el aire de cada mañana. “Sueños quemados por el trote y la velocidad de los días perdidos”, piensa. Y de inmediato con las palabras “días perdidos”, recuerda un cuento de Dino Buzatti donde un personaje tiene la oportunidad de regresar a tres de sus días perdidos y ver lo que no hizo y pudo haberlo hecho, si hubiera sabido lo que en ellos ocurría.º  (Continuará)

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