La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Cierto… a la mayoría de las mujeres nos encantan los zapatos.
No basta con tener uno o dos pares que combinen con todo y que sean cómodos. En realidad, con esos dos pares bastaría para caminar y caminar varios años. Esos dos pares y unos buenos tenis serían suficientes. ¡Ah!, y unas chanclas. Y, y , y… No. La verdad es que dos no sirven. El poder de la moda reside en eso: en que nunca es suficiente. En la moda no existe la palabra “necesario”. Lo que se necesita pasa rápido. Aburre.
La diversidad y belleza de los aparadores de zapatos forman ya una parte esencial para las terapias anti-estrés de las damas.
No importa si son los más caros o los más baratos. Tampoco es necesario que sean de piel (aunque son mejores por aquello de la transpiración).
Hay mujeres cuyo magnetismo erótico reside en la forma del zapato. En la forma del zapato y en la forma de manipularlo. Ya lo decía María Félix: El verdadero encanto de las mujeres está en los pies porque sentadas todas pueden verse bien, sin embargo, al caminar, esa belleza se reafirma o se desvanece. “Hay muchas que caminan como chenchas”, decía.
La fascinación por el calzado no abarca a un solo sector social. Hay zapaterías para todas. Hay zapatillas para ricas y para pobres.
Monopolios como el de Amancio Ortega, dueño de Inditex, hacen las delicias de las compulsivas ofreciendo modelitos inspirados en las grandes firmas italianas y francesas que son inaccesibles para las mortales. Así cualquier mujer que reciba su quincena y quiera darse un gusto, corre a estas tiendas y compra unos zapatos parecidos a los que vio en Vogue, pero si la cantidad de ceros de los que vio en Vogue.
He conocido a muchas mujeres que se vuelven locas por los zapatos. Mujeres que llenan sus vacíos del alma con un par de tacones. Mujeres que suplen la falta de sexo por zapatos. Mujeres que despilfarran lo que no tienen en las rebajas de Prada.
Desde donde escribo alcanzo a ver mi vestidor. La puerta está abierta y se asoman, felices, mis felices cajas de zapatos; porque eso sí, las amantes de los zapatos sabemos que no hay mejor lugar para conservar un zapato que su caja. Las miro. Miro las cajas de mil colores. ¿Cuántas son? Me apena decirlo porque inmediatamente mis lectores pensarán que embono a la perfección entre las mujeres que mencione en el párrafo anterior. Y puede ser que sí, pero puede ser que no. Lo que sí debo confesar es que cada vez que me siento estresada o triste me pongo mis mejores zapatos y salgo a la calle en busca de más zapatos. Los zapatos no defraudan: siempre habrá un par que sea para ti en el momento que lo necesites.
En las memorias de mis zapatos tristes atesoro unos en especial: un par de romanas de ante negro que me compró mi mamá en Plaza Satélite, por ahí de 1995, en una zapatería que se llamaba “La idea verde”. Los recuerdo como a ningún otro par de zapatos porque fueron las primeras plataformas que tuve y porque eran suaves como un guante y me hacían parecer más alta ( o menos chaparra). No me los quitaba nunca ni para andar en casa. Estoy segura de que si el inexorable paso de la moda no me hubiera llevado a abandonarlos, seguirían en mi clóset. La suela era inacabable. Una suela eterna de caucho como de los clásicos Clarks.
Cada vez que doy un paseo por Mazaryk o por algún mall de lujo, entro a ver los zapatos. Tiene razón Christian Louboutin cuando dice que los zapatos y las aves son parientes lejanos. Ambos tienen alas.
Sólo hay que mirar una imagen de Mercurio. Sus chancletas aladas son legendarias. Así pues podríamos decir que los zapatos son (indirectamente) los portadores del mensaje. Otro personaje de pies alados es el Thannhauser de Wagner, que no es otra cosa más que “El mensajero”.
Los zapatos cortejan con los bolsos. De unas décadas a la fecha, el bolso de mano se ha vuelto no sólo un objeto útil para transportar las cosas necesarias para la jornada, sino que se ha convertido en uno de los objetos más costosos. Hay bolsas que cuestan lo que cuesta un automóvil. Y hay quienes pagan por ellas.
En el plano de la máxima frivolidad, el bolso le hace competencia a las joyas. Tan sólo hay echar un vistazo en la página de Hermès. El modelo Birkin diamante, de la familia Himalaya en piel de cocodrilo, llegó a venderse en la obscena cantidad de 379.261 dólares. Y si existen esas bolsas es porque existen compradores.
Mucho del encanto de las Birkin reside en que para obtenerlas hay que anotarse en una lista. Si ya lo hiciste, lo más probable es que el bolso llegue a tus manos seis años después debido a la demanda y al proceso de manufactura.
¿Si tuviera usted ese dinero, compraría una?
A excepción de las niñas multimillonarias, al pedir su bolso sería recomendable ir a hacerse un exhaustivo chequeo médico, no sea que en seis años le tengan que llevar la Birkin a la tumba.
Dejemos a Hermès y sus Birkin por la paz. Pero sigamos con el tema del bolso.
El fuerte de Christian Louboutin son los zapatos. Más específicamente, el francés se hizo multimillonario reviviendo los stilettos, esos tacones de aguja que usaban las actrices en la década de los 40.
Louboutin hizo del refrito un nuevo clásico, y para imprimirle su toque personal decidió pintar las suelas de un rojo escandaloso.
Hay mujeres que aman los zapatos y no saben pronunciar la marca Louboutin, pero basta con pedir “los de las suelas rojas” para que el dependiente ponga en sus manos un par, junto con un baucher de 30, 40, 50 mil pesos o más. Y aunque México es un país en crisis, las ventas que genera la marca contribuyen jocosamente a engordar la cartera de su dueño.
Ayer leí un artículo publicado en el País sobre una nueva colección de bolsas Louboutin llamada “Mexicaba”, que no es otra cosa más que una serie de 200 bolsas con bordados hechos a mano por indígenas mayas.
Recordemos que lo así llamado “étnico” lleva más de media década en el gusto de las “it girls”.
Lo que antes era para el uso exclusivo de jipis morraludos, ahora se lo pelean las “niñas bien”. A esta tendencia la han nombrado pedantemente “Boho Chic”.
Dentro de lo “Boho” entran toda clase de bordados; desde los hindúes, hasta los oaxaqueños, y Christian Louboutin aprovecha esta tendencia para treparse en ese tren cargado de billetes a costa del trabajo de mujeres mayas que se acaban la vista y la espalda bordando lienzos que posteriormente serán superpuestos a un bolso con aplicaciones en cerámica y cristalitos. Un bolso de mano que evoca a una barca, con asas de cuero mexicano.
Por supuesto que lo que más vale en estas bolsas no es el trabajo quirúrgico de las mujeres mayas, ni el trabajo de los peleteros guanajuatenses. Lo que vale son las letras que conforman el nombre del diseñador.
Si una de esas bolsas fuera exhibida (sin la firma) en un callejón de San Cristóbal, su precio máximo sería de 3000 o 4000 pesos, según la ambición del propietario del changarro, que a su vez habrá pagado por ella 150 pesos a la artesana.
Louboutin fue “más generoso” que los propietarios de las tiendas de artesanías chiapanecas. ¡Y cómo no si su empresa cotiza en la bolsa y es una de las marcas más codiciadas y boyantes del planeta!
¿De cuánto hablamos cuando hablamos de generosidad?
Don Chris Louboutin, quien se pavonea en Instagram haciéndole reverencias a una artesana que contribuyó para que su colección limitada se agotara, no se vio tan chacal como los revendedores mexicanos.
Por cada bolsa “Boho-chiapaneca” que él venderá en 35 mil pesos, pagó un Benito, una Sor Juana y una piedra de sol, es decir, 230 pesos que serán repartidos entre la fundación para la que trabajan las artesanas y las propias artesanas.
En momentos como este la adicta a las suelas rojas debe preguntarse, ¿debo seguir enriqueciendo a este explotador por mi sucio esnobismo?
