La Loca de la Familia 

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

 

Con la irrupción de las redes sociales también aparecieron cientos o miles de formas de exaltar la estupidez humana, y una de esas prácticas son los famosos “Challenges”, o retos.

La dinámica consiste en que un idiota “A” convoque a los demás idiotas del colectivo  para hacer todo tipo de insensateces o jueguitos patéticos. El objetivo es crear una cadena que llegue al infinito.

Hay retos inocentones, como pegar en el muro las cinco portadas de tus cinco discos favoritos. Luego tú nominas (etiquetando) a otros cinco incautos que estén dispuestos a seguir la cadena.

La mayoría de estos retos tienen como meta minar la ociosidad circundante. Si ya estamos metidos todo el día en el Facebook, por lo menos hay que averiguar qué tanta caca traen en la cabeza los demás.

Obviamente hay quienes no necesitamos de retos para exhibir voluntariamente nuestra imbecilidad, pero siempre es saludable acicatear a los más tímidos.

Uno de los retos que más se viralizó fue el de la cubeta con hielos; donde un cretino “A” nominaba a un cretino “B” a echarse encima una cubeta llena de hielos.

Pero ¡oh, sí! este reto nació con causa, entonces los árbitros de lo anodino justificaron su existencia. Personajes como Obama, el propio Trump y demás celebridades le entraron. Todo porque el challenge incluía una cuota para ayudar a personas con esclerosis. ¡Qué bondadosos y “cool” todos!

¿Acaso no es más fácil donar anónimamente dinero a las fundaciones sin tener que hacer el ridículo en tiempo real?

Pues no, porque es precisamente la sangre ajena, el autoescarnio y la humillación, lo que suele dejar más dividendos. No es lo mismo que tu vecino freak te invite a cagar dentro de un vaso de Gerber en público con la finalidad de erradicar las amibas, a que sea Rihanna la que convoque a tan noble causa, ¿verdad?

Pero los retos siempre han existido. Antes eran los duelos de honor donde uno de los adversarios acababa con los pies por delante, y morir era, precisamente, el pago a la afrenta.

Uno de los pasajes más memorables sobre los así llamados retos (expuesto mucho antes de que existiera el internet) es el que protagonizó el joven Dolojov, personaje de Guerra y Paz de Tolstoi.

En medio de una juerga entre amigos, Dolojov, muy machín, apuesta cincuenta rublos a que es capaz de empinarse una botella entera de ron sin parar. Pero había que ponerle mayor riesgo al challenge, ya que cualquier beodo profesional podía beberse un litro de vodka o ron de un chingadazo. Entonces Pierre y Anatol le añadieron un grado de dificultad a la proeza: Dolojov debía beberse la botella sentado en el marco de la ventana abierta, con las patitas volándole al vacío.

La descripción de este pasaje no abarca más de una página del mamotreto, pero, ¡es Tolstoi! Y veinte líneas bastaron para transmitir el vértigo del personaje al lector.

Al final Dolojov cumple con el challenge, su compas lo vitorean, le aplauden y… como suele pasar ahora con los retos, siempre sale el valiente que no quiere quedar como un cobarde frente a sus carnales y se ofrece a realizar el mismo acto, sólo que con una ventaja para los demás: el imbécil lo hará gratis, sin rublos de por medio en caso de que se rompiera la crisma por briago y pendenciero…

Debo confesar que mi reticencia a esa clase de retos tiene un origen con nombre y apellido: Mera Frustración. Ya que ahora que recuerdo, ninguno de mis 5000 contactos de Facebook me han etiquetado jamás  para participar en uno. Así que los hielos de la cubeta que nunca llegaron a mi cabeza, pasaron felices a un generoso vaso jaibolero. ¡Vieran cómo me divertí!

Ni el propio Dolojov  con su ventana y su séquito de aplaudidores me hubieran hecho la competencia. Y eso que ni rusa soy…

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