La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia

Dentro de los poquísimos, casi nulos beneficios que trajo la llegada de Trump, puedo nombrar uno: los niños extranjeros ya no tienen que pasar por la tortura de la revalidación escolar, y los papás se ahorran el calvario burocrático que tanto daña a los nervios.

Lo curioso es que las autoridades de las escuelas no tienen idea de esta nueva regla.

Fui a la escuela donde mi hija cursó el primero de secundaria, y ni la secretaria de control escolar ni la directora sabían que ahora la chamba les tocaba a ellos, es decir, en lugar de que el niño llegue directo a la SEP para presentar sus exámenes extraordinarios y/o revalidar materias, la escuela tiene la obligación de aplicar una evaluación con fines de ubicar el grado al que deba entrar el chamaco.

Mi chamaca viene de Canadá y allá las cosas son muy diferentes. Digamos que le dan prioridad a materias como teatro, música y aspectos formativos del ser. Sólo las matemáticas y la química son imponderables acá y en China. En cambio en México es todo al revés, le dan prioridad al civismo, a las matemáticas, a la historia (oficial, por supuesto) y al español.

Yo recuerdo que en mis tiempos de secundarista sí caché algo del álgebra, que en mi desgraciada vida volví a aplicar. También me hicieron aprender nomenclaturas y los nombres de la tabla periódica de elementos… hoy sólo recuerdo la fórmula del agua y la abreviatura del oro. De historia aprendí mucho, pero luego tuve que desaprender para no morir de ignorancia. La historia que viene en los libros de la SEP, ya se sabe, es una historia tergiversada que escribieron los ganones.

Lo que realmente aprendí en la secundaria y luego en la prepa fue a socializar, a diferenciar entre un buen y un mal profesor, a calar a los ojetes y a lanzar el platillo (fui campeona estatal de lanzamiento de disco). Fuera de eso, no recuerdo haber salido con el “nivelazo” que prometían los frailes franciscanos. Salí hecha una cretina con todas las de la ley, pero buena para defenderme ante los embates de la vida y el amor.

Por eso hoy que fui a mendigar un examen de admisión, salí más convencida de que la escuela es un aparato de aniquilación del espíritu. Pese a que llevaba un documento de la SEP donde se pedía que le realizaran el examen de ubicación a la alumna, la directora me dijo que no era posible porque la niña había reprobado matemáticas y no se qué otra materia mafufa. El caso es que la directora me dio un sermón que me recordó al padre Filomeno. Un discurso sobre el altísimo nivel que llevan los alumnos de su instituto. Un desplegado de auto elogios que no se lo creería ni Dios padre pues yo ya conozco el método de la escuela… he visto a los compañeros que dejó mi hija en la escuela y no son ningunas lumbreras. ¿Le dan prioridad al español? Ah chingá, pues acabo de ver varias libretas de las compañeras y tienen una ortografía lamentable que las maestras no corrigen.

No quise entrar en polémicas estériles con la directora porque es de necios querer hacer entender a los necios, ergo, buscaré un colegio que me acomode y que le guste a la niña. Una escuela donde lo pase bien y no se presione. No soy de esas madrecitas ciegas que ven virtudes inexistentes en sus vástagos. Mi hija es mi hija y salió a mí. Es una chica de lo más inteligente, pero convencida de que la escuela es, más que otra cosa, un trámite engorroso para los alumnos y un aliviane para que las madres pasemos el día sin tener que lidiar con las impertinencias clásicas de los adolescentes.

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