Nació como defensa de la novela, que 20 años después siguen vivas, apostó por la globalidad desde las tradiciones, no tiene adjetivos ni nación y es una corrección aplicada a través de la ironía
Carta de Boston
Por Pedro Ángel Palou / @pedropalou
- Hace 20 años los agoreros de la muerte de la novela no eran menos legión que ahora. El crack nació como defensa de la novela total. Hoy está vivita y coleando. Es una mercancía internacional en la que cabe todo, es cierto, pero también una forma de arte, mundial, que siempre ha sido escrita. Cuestionándose. Rabelais, Cervantes, Sterne son un trío de locos que se consagran a un género que apenas se inventa pero en el que creen se cifra el mundo. La novela, en pleno estertor, se busca preguntándose. Lo mismo en Coetzee que en The Wire.
- La novela es un género internacional, donde las influencias no tienen que ver con los países. Pensar en una novela peruana –arequipeña o norteña– es como pensar en equitación protestante. Si a la novela se la adjetiva se la banaliza. El crack apostó por esa globalidad de la novela desde las tradiciones locales. No buscó destruir al boom, como se dijo, sino continuarlo. Hizo una fisura en la tradición.
- No existe novela con adjetivos. No hay novela histórica, novela erótica, novela poli-ciaca. La verdadera novela es un organismo fagocítico. Todo lo engulle y lo devuelve trastocado. Por eso mismo El Quijote no es una novela de caballería o Alicia en el país de las maravillas no es una novela fantástica. En 1907 Mahler le dice a Sibelius sobre La Sinfonía –esa novela de la música– que debe ser como el mundo, en ella debe comprenderse todo. Todo cabe en la novela, que es como el mundo pero no es el mundo. La novela resiste la domesticación de lo literario que el mercado intenta operar siempre y cuando intente demoler la retórica literaria que la convierte en mercancía, ese señalado realismo lírico que nada aporta a la crítica de la realidad. Y vivimos, 20 años después en la triste domesticación de lo literario.
- Una novela que sea en sí misma verdaderamente nueva reescribe hacia atrás toda la tradición novelística. Reacomoda la biblioteca, la reclasifica. El crack, un grupo de novelas con un manifiesto entró a las bibliotecas como un viento helado.
- Nada más pernicioso que el nacionalismo para la novela. El nacionalismo es una mentira y la novela odia, aborrece la mentira. La novela entraña una búsqueda de la verdad literaria. Dentro de sus páginas todo lo que ocurre es absolutamente verdadero. El crack es sin adjetivos y sin nación.
- Una novela es más que una sintaxis, no es una fonética ni una semántica. Césare Pavese lo supo: “La novela crea situaciones estilizadas y las repite, fingiendo lo que llamamos estilo”. Una buena novela resiste una mala traducción porque lo que ha demostrado es que el estilo no es sólo una sintaxis, no es una semántica, es una visión.
- La novela presenta, no explica. El escritor es el exiliado por excelencia y escribe desde ese desplazamiento. El cosmopolita es alguien que ya dejó de tener patria, esa desfachatez decimonónica. Supo también que el provinciano es alguien vacío, carente de contenido. Esta es una verdad más corrosiva para la novela: el provinciano se ancla en la nostalgia porque no tiene nada. El cosmopolita exiliado, habiéndolo perdido, lo tiene todo. Miguel Torga dixit: “Lo universal es lo local, sin los muros. Pero también Unamuno: el mundo es un Bilbao más grande”.
- El crack sabe ahora, a pesar del mercado y su banalización que la novelística moderna que vale es una corrección aplicada a la realidad a través de la ironía. Es una burla velada de los modos de la realidad y las lecturas erróneas que los humanos hacemos de ella. Es una mirada despiadada contra la ciudad del lugar común.
- La novela que el crack sigue escribiendo 20 años después es un manual para descreídos, es un tratado de apostasía. Es un alegato contra la banalidad y contra el mercado –que en nuestros países es un engaño, como dice Piglia–. Es una máquina de demolición contra lo literario como cliché. Es un arma de destrucción masiva contra la estupidez desde la ironía, esa suprema forma del conocimiento. La vida real es repetitiva, como la novela. La Vida Real no avanza continuamente –la continuidad histórica es también una ilusión, por cierto–, se detiene caprichosamente. Da la vuelta, no toma en cuenta las señales de tránsito. A la Vida Real no puede entendérsela. No es por ello que el papel de la novela es el conocimiento, sino la experiencia. Y sólo se experimenta en literatura el desastre. Por eso Breaking Bad y Una sensación extraña de Orham Pamuk son grandes novelas. Toda gran novela requiere un tiempo recobrado pero interno e íntimo. Un ensayo no puede capturar –algo que la novela sí logra a la experiencia íntima de los últimos 60 años en Turquía–. Y esa vida cotidiana, la de un vendedor callejero de bebidas fermentadas se convierte en universal, en imprescindible. Las novelas del crack 20 años después aún creen que la literatura no está muerta ni enterrada. No manden flores.
