Figuraciones Mías

Por: Neftalí Coria

A Lilia Martínez, In Memoriam

He interrumpido mi serie de Autorretratos en el número 8, porque debo escribir algo de lo que me siento obligado y me es importante. Los días tienen un variable destino y llegan con sus avasalladoras sorpresas.

Cuando menos esperamos, hay golpes que sacuden como un badajo a una campana que estaba en silencio. Y eso ha sido hace unos días para mí, y otros cercanos amigos, la muerte del querido poeta, Víctor Manuel Cárdenas, el de Colima, el que le fue “Fiel a la tierra.”

Cuando me avisó Marco Antonio Campos, nos preguntamos por qué él, que fue un poeta y persona ejemplar. Por qué no otros que de verdad deben dejar de chingar al mundo. Es cierto que yo siempre había insultado a la muerte desde que en 1990, murió mi amigo Oscar Liera, porque me pareció injusto que un dramaturgo en pleno comienzo de la madurez, su historia fuera interrumpida por un hachazo, como lo dice Miguel Hernández.

Le he dicho a Verónica Zamora, amiga de Colima, que no dejaba de pensar en Víctor cada día, extrañado, rabioso y sin poder aceptar su muerte, pero ¿Qué hace cualquiera contra la muerte? ¿Qué hace un hombre ante la muerte, sino callarse? Nada que pueda apagar el golpe que nos duele, aunque en este país la muerte sea mucha. Acostumbraba a maldecir a la muerte cada vez que llegaba a mis cercanías, pero eran una rabia inútil. No la he insultado ahora, no he dicho nada, pero tampoco he querido decir nada. Estos días me retirado de los míos, me he alejado de todos y me voy a cualquier barcito a mirar como pasan las horas y esperar como un trago me aviva la pobre luz de mis pocas esperanzas y mi tristeza por no poder continuar esa conversación tan larga con mi amigo. Me escondo de todo y me voy con sus libros a vivir la tristeza que la muerte de uno de mis mejores amigos me ha dejado. Lo recuerdo en sus visitas a Morelia, sus lecturas claras en voz alta de sus poemas: “La poesía no cambia nada/Es un espejo/donde se mira/el que cambia.” Leo su poema “In/utilidad de la poesía” que tanto nos dio que decir alguna de esas noches largas de vodka y a explicarnos la vida nuestra y el mundo ajeno. Y pienso que un poeta como lo fue, no muere del todo, si avivamos la llama de su hogar de palabras. si nos permitimos seguir viviendo cerca de sus versos y le recordamos.

Nunca he olvidado, con Rosalía y mis hijos, un viaje al mar a la pesca del pez vela. Sigue grabado en nosotros ‘el vuelo del pez’ con el anzuelo trabado en el hocico y el repentino cabeceo que significó la escapada en el aire de aquel gigantesco pez de plata, sobre las aguas del Pacifico como si fuera un pájaro; los ojos de Julieta, Emilio y sobre todo los ojazos de Neftalí pequeño, mirando aquella hermosa bestia en el aire alto. Y más tarde la tremenda sorpresa de haber sido testigos de la pesca, navegando en el yate aguas adentro, del memorable pez Dorado que después sería la comida deliciosa de la comunidad de amigos capitaneada por Víctor en aquel diciembre inolvidable. Nunca he olvidado tampoco, una de aquellas noches, en su casa, completa noche en que leíamos a Eliot con la parsimonia que en voz de Víctor, lograba un especie de hechicería y la “Canción de amor de J. Alfred Prufrock”, no existe para mí, sin aquel recuerdo y lo que dijimos de aquel poema que se volvería una extraña manera de encuentro entre Víctor y yo. Pink Floyd sonando a la llegada del sol, nuestros poemas dichos entre nosotros, la madrugada de Colima que no lograba vencernos. La lectura de los poemas de un libro mío que guardé inédito y con el paso del tiempo se ha ido destruyendo solo. Nuestras traducciones en el momento que estaban sucediendo las canciones de Luis Llach, “Campanades a Mort”, el canto del catalán perforando el fin de nuestra embriaguez y la emoción por aquellas letras y aquel canto triste y libertario del magnifico cantante, al que tampoco he dejado de escuchar… Cuántas cosas se quedan aquí de una amistad mía con Víctor, que a decir de Laura Calderón y Yolanda Domínguez, fue verdadera.

Nos quedamos más solos sus amigos. No pudimos hablar con Marco Antonio Campos por teléfono, porque el llanto nos paralizó y no queríamos creer que nuestro amigo había muerto. Y puede decirse que eso debe ser la vida, que tiene un final, que la memoria mantiene a Víctor con nosotros, que su muerte nos duele y su poesía no será suficiente para el consuelo.

Ahora la muerte ronda cada día con mayores cercanías mi vida, me habla, me interroga, se lleva cercanos y ya no soy capaz de insultarla, de mentarle la madre, de pisotear su llegada como otras veces cuando vino por mi padre, por mi madre, por mi querido sobrino Bladimir, por Arsenio López y por otros tantos… Estoy cansado de verla llegar en estas cercanías y me ha cansado verla pasearse de un modo vulgar por los agujeros negros de este Michoacán en el que muchos jóvenes no encuentran salida más fácil que la violencia, el crimen, la delincuencia…

Escribo estas líneas para recordar a Victor Manuel Cárdenas, hombre generoso y sin duda, uno de los mejores poetas de mi generación y uno de mis más queridos amigos. Autor de libros queridos, de poemas que serán memorables para quienes la poesía es nuestro tesoro. Y también me quedo con los recuerdos personales en la vida compartida con Víctor Manuel y eso ahora es mi mayor tesoro. Dios lo guarde.

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