La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Lo que más extraño de estar perdidamente enamorada, no es estar perdidamente enamorada (¿a quién en su sano juicio le gusta sentirse perdido?). Lo que extraño de esos momentos es mandar cartas.
No mails. Cartas de papel.
¿Por qué si uno tiene pareja deja de escribirle cartas?
Es más; ahora que releo el arranque de este texto, la palabra mail ya suena y se ve obsoleta. ¿Quién manda mensajes por correo electrónico en este tiempo?
Hoy todo es por Whatsapp. He recibido hasta invitaciones de boda por este medio, y los contrayentes argumentan que es una forma ecológica de participar su amor.
¿Ecológica? Más bien anticlimática y de mal gusto.
Pobres árboles, sí, pero pobres de nosotros que hemos reemplazado la belleza del papel por un espacio inexistente y frío a través de la pantalla.
Generalmente uno se siente perdidamente enamorado sólo con los primeros amantes. A los que siguen nos entregamos con más cautela, por decirlo de algún modo no tan rudo.
Las cartas que enviamos en la febril juventud suelen ser cursis y hasta anodinas, llenas de lugares comunes (en torno al amor) y faltas al lenguaje.
Recuerdo que las cartas que mandé en mi adolescencia y primera juventud eran verdaderas obras de arte. No por la riqueza en su contenido, sino por el cuidado que le prestaba a la presentación.
Hoy que tengo una redacción más decorosa, no mando cartas. Envío, sí, algunos mails largos a mis amigos, algunos mails recriminatorios y amenazantes a mi marido, pero no cartas. Cartas hechas a puño y letra, que resalten en su caligrafía el carácter del momento.
No hago cartas y lo peor de todo es que mi túnel carpiano padece las consecuencias. Se ha entumido a perpetuidad por la anti natural posición con la que tomamos el celular.
En casa tenemos una bonita colección de plumas que nadie usa. Es más, cuando voy al banco o ahora para inscribir a la hija al colegio, tuve que pedir prestado un bolígrafo Bic porque simplemente no cargo con uno que bien pudiera ser un Montblanc. Lo que cargo y jamás se me olvida es el celular. En él tomo toda clase de notas y hasta las puedo dictar con una aplicación de voz.
No hago cartas y, ¡ay!, no le he dicho a tanta gente lo que pienso y necesito de ella.
Extraño escribirle cartas a quien me quita el sueño.
También extraño que alguien me robe por completo la razón.
