La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Como buena masoquista, si veo la televisión busco lo más chafa o lo más ridículo.
La veo, generalmente, mientras sienta que hago algo de provecho como treparme a la caminadora para recorrer 5 kilómetros a trote. Siempre me han invadido sentimientos de culpa al ver televisión. Desde niña, si la veía (era raro), me ponía sobre las piernas algún cuaderno para iluminar o de plano tomaba la labor de punto de mamá y le adelantaba o le arruinaba la carpeta o la blusa en cuestión.
Así pues, corriendo o remando desde la comodidad de mi casa, vi todo Breaking Bad y House of cards, pero debo confesar que prefiero ver un megachurro cuando hago ejercicio. Me inclino a ver algo que, por decirlo de alguna manera, no me obligue a ocupar demasiado el intelecto ni la memoria. De la misma forma me eché la serie de Juanga (que no me pareció tan mala) y la última telenovela de Angelique Boyer, donde el mayor atractivo era verle el abdomen a Sebastián Rulli.
Para no abandonar esta bonita tradición, ahora en cuanto me subo a la caminadora sintonizo el Canal de las Estrellas (o el ex Canal de las Estrellas) y sigo la bioserie de Lupita D’Alessio, a quien, ustedes no saben, pero imito bastante bien en los karaokes (sobre todo a la hora de ponerme hasta las chanclas y despotricar sobre los machines).
El caso es que uno espera ver no sólo lo que ya uno sabe, es decir, que Lupita era una niña muy guapa que tenía un padre mediocre que la puso a jalar desde muy chava y que pronto se convertiría en una estrella gracias a la potencia de su voz, su interpretación a prueba de cualquier patriarcado ramplón, y sobre todo gracias a Raúl Velasco, quien la invitaba un fin sí y uno también a cantar con playback en Siempre en Domingo.
Eso ya todos lo sabemos. Eso y que, con el tiempo y la fama, Lupita se dedicó a tomar malas decisiones: casarse con un pelmazo sin talento como Jorge Vargas y luego con el futbolista ágrafo y así sucesivamente hasta que acabó con un modelito alemán veinte años menor que ella a quien le gustaba, no la señora D’Alessio, sino la coca, el desmadre y el doble cachete.
También es del dominio público que la “Leona Dormida” pisó la cárcel por problemas con el fisco, que sobrevinieron, ante todo, porque andaba en otro mundo: metiéndole duro al perico y al alcohol como si no hubiera mañana. En pocas palabras, sabemos que las calamidades de Lupita se dieron por su afición a la rumba y a los hombres y a los antros acapulqueños.
Repito: toda esta historia es más que conocida, y si bien satisface a la perfección el morbo del público, la producción es una verdadera mentada de madre. Simplemente es una falta de respeto ver cómo no le invirtieron un peso ni para meter buenos escritores ni mucho menos para locaciones y vestuario.
Apenas van cuatro o cinco capítulos y no levanta. Vemos, por ejemplo, a una Gabriela Roel interpretando a Lupe ya madura haciendo siempre la misma escena: Lupita poniéndose hasta la hernia en después de un concierto, Lupita hasta las manitas en un antro besuqueándose a cuando efebo se encuentra, Lupita poniéndose hasta el moño en su departamento, Lupita poniéndose hasta el huevo todo el tiempo mientras en su mente pasan flashbacks de Lupita niña, queriendo ser bailarina. Lupita niña, lidiando con las necedades de su padre. Lupita niña, viendo a su madre poniéndose hasta las trancas al enterarse que el marido es un rabo verde. Lupita niña, negándose a cantar. Lupita joven (y bellísima), conociendo al huevón de Vargas. Lupita joven, debutando en la televisión mexicana. Lupita joven, ganando el festival OTI. Lupita joven, coucheada por una pírrica Fanny Schatz. Lupita joven, iniciándose en lo dionisiaco.
Hasta ahí vamos en los “Enredos de Lupita”, que son aderezados por una serie de declaraciones de la real Lupita D’Alessio y sus hijos D’Alessio en primer plano como si fuera un programa de historias engarzadas o peor aún, un episodio de “Esposas asesinas”: el serial gringo donde pasan casos de mujeres completamente desquiciadas que mataron a sus maridos porque se dieron cuenta que simplemente no merecían vivir por ojetes.
Ya lo digo: ¿en qué estaban pensando los hermanos Galindo cuando se aventaron a hacer esta serie?
A pesar de que no se puede esperar mucho de los televisos por su consabida quiebra, yo creo que los productores aprovecharon que “la D’Alessio” sufrió una conversión radicalísima y se entregó a Cristo, por lo tanto todo lo ve bello y perdona hasta esta clase de infamias.
A mí no me encanta Lupita D’Alessio pues creo que desde hace mucho tiempo se excede en sus interpretaciones abusando de los vibratos y de su pose femdom. Pero hay quienes la siguen y la aman por sobre todas las cosas; cosas tan densas como el legendario amasiato enfermizo de algunos cristianos con Dios.
No cabe duda que la televisión está viviendo sus últimos días. Ante este hecho innegable, los morbosos de hoy y siempre exigimos que no nos maltraten tanto a nuestros ídolos populares, pues de eso se encargan ellos mismos sin ningún pudor…
