La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
En defensa del feminismo, Javier Cercas escribió ayer en Babelia: “…hay quien piensa que el feminismo se está volviendo de un tiempo a esta parte extremista y está yendo demasiado lejos; yo lo que pienso es que de momento, y hasta nueva orden, incluso la forma más extremista de feminismo es demasiado moderada. ¿Tiene solución nuestro milenario y vomitivo machismo por defecto? A corto plazo, lo dudo, al menos en lo que a mí respecta. Pero he observado que algunas cosas pueden resultar útiles; por ejemplo, tener una hija adolescente. De hecho, un amigo mío la tiene y, aterrorizado ante los peligros que la acechan, ha creado una Asociación de Padres de Hijas cuyo símbolo es una podadera y cuyo lema el siguiente: “Capar, capar, capar”. Vamos por buen camino”.
Con estas líneas, el autor de Soldados de Salamina se ha echado a la bolsa hasta a “esa parte extremista” del feminismo.
Y estoy de acuerdo con Cercas en el tenor de que las madres son las primeras y más grandes responsables de que existan los machistas, es decir, si las madres dejaran a los niños varones lavar los trastes y ponerse de rodillas para fregar pisos, otro gallo nos cantaría. Pero en lo que no puedo estar de acuerdo es en la forma en que muchas feministas luchan, no sólo para igualar sus derechos frente al hombre, sino para aplastarlos. Para aniquilarlos.
Recordemos que Cercas vive en España, y en ese país es donde las mujeres se han radicalizado de una manera rayana en lo grotesco.
Tengo unos amigos que a su vez tienen otros amigos en Madrid. Los amigos de mis amigos viven juntos, pero se han separado cientos de veces por la intolerancia de la mujer hacia su pareja. Ella, cuyo nombre ignoro, un día se fue de casa después de tremendo pleito porque al marido se le ocurrió dejarle una nota mientras ella se bañaba y él salía a correr. La nota decía: “anoche compré verduras para hacer jugo verde. Creo que nos urge una desintoxicación, ¿podrías meter todas las verduras que dejé en el bowl al procesador y hacer el jugo para llevármelo a la oficina?”.
La nota, de lo más casual, provocó la ira de la mujer, una feminista extrema que se lo vive en marchas y en foros de igualdad de género.
A la hora que el interfecto regresó de su caminata diurna, la mujer lo recibió con una retahíla de reclamos. “¿Qué te crees, tío, que soy tu esclava o la taruga de tu madre que tan mal te crió como para ordenarme que te haga de comer si tienes dos manitas para hacerlo tú solo?”.
El belicoso recibimiento terminó en una discusión atroz que llevó a la pareja a un mini divorcio, es decir, la tipa corrió al hombre de la casa y el hombre, al no soportar la embestida furiosa de la mujer, no se la pensó dos veces. Cogió sus verduras, el procesador y una maletita con varias mudas. Cerró la puerta de golpe y todavía se oyeron los gritos de la fiera por el cubo de la escalera del edificio: “anda que te doy por culo, cabrón. Así como azotas la puerta quisieras azotarme a mí, animal”.
Con el tiempo, la pareja se arregló, dicen mis amigos, pero escenas de ese tipo ocurren a menudo. Ella ha tratado de emparejarse con otros hombres, pero no hay hombre que aguante su beligerancia, dicen.
¿Es esa la manera de combatir el machismo? ¿Desde las mismas prácticas irracionales y violentas por las cuales muchas mujeres, más congruentes, han luchado durante siglos?
Que me disculpe Cercas, pero el “¡capar, capar, capar!”, aunque no sea literal, es una consigna igual de insensata que las utilizadas para perseguir mujeres.
