La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Llegué sin saber a dónde había llegado. Pero llegué, y las cosas parecían iguales a como las había dejado antes de irme. No, no fue un sueño. Tenía los ojos bien abiertos. Era yo misma… lo mejor de todo fue que no había envejecido un solo día. Entré a un Starbucks y vi a un corro de chavos que siempre veía en el Starbucks cuando habitaba el pasado. Esos niños sí habían crecido. Los reconocí porque llevaban las mismas gorras espantosas de red trasera y tenis Superstar con franjas azules. Hablaban de lo mismo que hablaban en el pasado: de Yuya (a quien mantienen viva gracias al Tofu), de la temporada 150 de Game of Thrones, donde hicieron crecer al enano porque era crueldad animal mantenerlo así. Y de la última versión libre de gluten del frapuccino berenjena que toman vía anal.
Saliendo del Starbucks vi a los niñatos del Greenpeace realizando sus mismas prácticas delincuenciales: abordando gente despistada para obligarla a salvar a las focas y a las ballenas. ¡Ah, por cierto!, en el futuro ya no hay un solo ejemplar de vaquita marina. La última murió en el año 2021, cuando unos activistas se empeñaron en que pastara en vez de que comiera pescadillos porque “ellos no iban a contribuir más con la muerte de cientos y miles de pececillos indefensos”. Así que la pobre vaquita, que se llamaba Rita, murió ahogada en su propio vómito después de una sobredosis de arúgula orgánica.
En el futuro esos millennials grinpiceros continúan portando una casaca verde y gorra blanca y siguen sin saber quién putas madres es Moby Dick, y eso que, según esto, protegen a los cachalotes blancos de Groenlandia. Esos mismos millennials creen que son muy proactivos con la madre tierra y enarbolan la bandera de lo “ecológicamente responsable”, pero eso sí, no se quejan cuando sus víctimas sacan sus tarjetas de crédito (plásticos de lo más contaminante) para depositar a la cuenta de una tal Brigitte Bardot: una actriz ruca y loca a la que revivieron gracias a los avances de la medicina alternativa y al aceite que expulsó la vaquita marina que desgraciadamente murió por “causas incomprensibles”.
En las salidas de los colegios todavía te topas a los chavos hiperactivos jugando con sus spinners, y sus papás, los viejos millennials, también juegan con los spinners y se echan retas de a ver quién le da vueltas más rápido.
La generación millennial no caducó, como cada generación, a los diez años de haberse instaurado. Se apoderaron del mundo con el poder de un click.
Lo que sí hicieron algunos millennials nerds fue aumentar la esperanza de vida. Esto con la finalidad de que la fuerza de trabajo corriera por parte de los viejos, es decir, los padres de los primeros millennials, es decir, los X y los Boomers, pues en el decálogo del millennial feliz está instaurado que ningún millennial tenía la obligación de pensar ni curtirse las manos, a menos que fuera en sus casas, haciendo composta y germinados. Luego entonces me topé con algunas viejas amistades. El vecino de junto, quien en sus tiempos mozos fue cocinero de metanfetaminas, ahora es barista del Starbucks. Es el que dice: “tu frapuccino sabor hemp-matcha (con leche de elote hidropónico) lleva el nombre de…”. Y el Millennial, que bien puede ser su nieto, le contesta de mal modo y luego hace una pataleta cuando el anciano no controla su Parkinson y le tira el café sobre su iPhone 20.
En el futuro es delito insultar a un millennial. Las fotomultas desaparecieron porque como los millennials son ecológicamente responsables, ya no usan carro. Los millennials saben que Mercedes Benz es la bloguera de moda que hace vestidos con cáscaras de tamal.
Un millennial ejemplar hace todo desde su teléfono, y los que trabajan (que son pocos, es decir, los que no fueron a la escuela Waldorf) lo hacen en casa, echadotes, mientras le gritan a su mamá (que ha sido injertada con un chip llamado “Submission 23”) que qué pasó con esas pinches tortas de alfalfa que iba a preparar antes de tomar su dosis de Pregabalina.
Los millennials ya no tienen apegos parietales. Es más, al cumplir los 18 años tienen el derecho de matar a sus padres con una sobredosis de belladona y floripondio si es que osan levantarles la voz o si les sugieren ponerse a trabajar.
Esas son algunas de las cosas que vi en el futuro.
Seguiré informando.
