
La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam
Siendo hijo de un salinista de cepa, estudió en las mejores universidades privadas.
Hizo dos carreras al mismo tiempo: Economía y Derecho.
Luego llegó a Harvard a hacer una maestría.
Su abuelo fue gobernador.
Su padre: director del ISSSTE y secretario de Energía.
El dinero sobraba en casa, así como las buenas conversaciones.
Esas conversaciones que suelen tener las élites educadas: viajes, golf, pintura, inversiones, vinos, política.
Alta política.
(La vida de nuestros aristócratas se parece mucho a la de los personajes de Scott Fitzgerald: hablan igual, visten igual, viajan igual).
Emilio Lozoya Austin tenía todo para crecer en los altos mundos financieros.
Hablaba varios idiomas.
El más importante: el del poder.
Se codeaba con hombres y mujeres importantes.
Hablaba bajo.
Sin estruendos.
Casi en susurros.
Hablo de él en pasado porque el caso Odebrecht acaba de matarlo civilmente.
Según la Red de Investigaciones Periodísticas Estructuradas —integrada por periodistas de Armando.info (Venezuela), La Nación (Argentina), La Prensa (Panamá), Sudestada (Uruguay), Quinto Elemento Lab (México) e IDL (Perú)—, a lo largo de varios años recibió de la constructora Odebrecht unos diez millones de dólares en sobornos.
Los reporteros retomaron declaraciones judiciales de cuando menos tres personajes ligados a la trama de corrupción que tiene a medio mundo en la cárcel y a la otra mitad en la zozobra.
Los tres ex ejecutivos de Odebrecht —al igual que Marcelo Odebrecht, dueño de la empresa— se han acogido a un esquema similar al de los célebres testigos protegidos, por lo que su colaboración con la justicia brasileña es absoluta.
Están contando todo lo que les viene a la mente.
Y todo eso, cruzado con documentos.
¿En qué momento se quebró la vida de Lozoya Austin?
¿Los buenos modales no crean ciudadanos ejemplares?
¿Las haciendas de lujo, los buenos autos deportivos, las buenas cuentas bancarias, no generan mejores personas?
El Chapo Guzmán nunca fue a escuelas privadas.
Técnicamente: fue uno o dos o tres años a una escuela de Badiraguato.
Difícilmente sabía tomar los cubiertos en la mesa.
Nunca convivió con hijos de políticos y empresarios de la élite educada.
Nada de lo que tuvo Lozoya tuvo el Chapo.
Sin embargo, cómo se parecen.
Cuando apenas iniciaba la ruta a Los Pinos de Enrique Peña Nieto, Luis Videgaray, a la sazón coordinador general de la campaña, nombró a Lozoya Austin vicecoordinador de Vinculación Internacional.
Luis Alberto de Meneses, alto ejecutivo de Odebrecht, lo fichó.
Tras asesorarlo en algunos temas ligados al mundo petrolero, Lozoya Austin —como si fuera el Chapo o el Ojos o cualquier sicario sin estudios ni Chanel— pidió cinco millones de dólares en retribución.
Le dieron cuatro.
Antes le había dado a su interlocutor los datos de una empresa offshore registrada en las Islas Vírgenes Británicas.
Hubo varios depósitos que el futuro director de PEMEX no llevaba a la mesa en la que comía con su refinada esposa.
(Y es que no está bien visto que en las mesas de nuestra aristocracia se hable de dinero, sobre todo si éste es mal habido).
Con las mismas prácticas del Chapo o del Ojos, Lozoya Austin fue recibiendo en su empresa offshore el dinero black que le enviaban desde Brasil, mismo que se incrementó cuando fue designado director de PEMEX —a sus 38 años de edad— y se rodeó de muchos amigos de su padre: Emilio Lozoya Thalmann.
Hoy nuestro personaje ha sido exhibido de una manera brutal.
Por recibir sólo tres millones de dólares para su campaña a la Presidencia de Perú, Ollanta Humala fue enviado a prisión junto con su esposa, Nadine Heredia.
¿La PGR iniciará un procedimiento en contra de Lozoya Austin?
Y de iniciarlo, ¿se mudará de su residencia a una cárcel de tercer mundo?
Suena difícil que eso suceda.
Después de todo, ya lo dijo #LordAudi: “¡Esto es México, wey!”.
