La Loca de la Familia 

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia 

Decía Séneca: “Nadie es más frágil que otro; nadie está más seguro del mañana”.

Pero, ¿qué pasa cuando un médico diagnostica mal al paciente?

Séneca lo dijo bien, “nadie está más seguro del mañana”, sin embargo, alguien que ha recibido una noticia catastrófica siente que ese mañana no llegará, o si llega, será únicamente la prolongación de una cruel agonía. Vivir así no es vivir, es más bien sobrevivir con el alma en vilo.

La mente paraliza nuestras funciones y nos juega malas pasadas. Mientras tanto, un día nuevo llega. Luego otro. ¿En qué momento se manifestará lo inevitable?, se pregunta el paciente que ya no es un enfermo clínico, sino un enfermo de aprensión. Una presa del miedo, el más destructor de todos los sentimientos.

¿Quién no ha sido alguna vez víctima de un mal diagnóstico? De esos que caen como ramalazo en la cabeza y devastan tu entorno.

Siempre he pensado que hay que desconfiar del médico de confianza, sobre todo si de ese médico de confianza se rumoran grandes cosas, como que es una “eminencia”.

La vida siempre ha sido y seguirá siendo un misterio. Uno nunca sabe cuándo se extinguirá o si mutará o si se adaptará a diferentes circunstancias.

Un médico, como un músico o un abogado, nunca deja de estudiar, y sus estudios se basan muchas veces en una suerte de aproximación. Los médicos antes eran brujos, por lo tanto, dejan al azar y a la adivinación muchos de sus procedimientos.

Claro está que la ciencia  y la tecnología han avanzado a pasos agigantados, por lo que hoy es más sencillo curar enfermedades que antes eran fatales. Ahora se puede tomar una foto de casi todos los órganos vitales. Se puede introducir a una persona dentro de cápsulas que captarán la forma y el funcionamiento del cerebro y del sistema nervioso.

¡Es una maravilla eso de la tomografía y las resonancias!

Los técnicos hacen su trabajo: toman la placa o la impresión o la digitalización de cierta área y pasan el resultado al así llamado “especialista”. Sin embargo, muchos de esos “especialistas” se ven en la necesidad de inventar o tergiversar los resultados por dos razones: por ignorancia o por usura.

Es mucho más común que el “especialista”, al errar, dé un diagnóstico alterno con la única finalidad de sacarle el dinero al paciente. Pero sacarle el dinero al paciente no es tan grave, lo grave es lo que ese falso diagnóstico desencadena en la vida del enfermo.

Yo misma he sido víctima de los malos médicos. No hace mucho un neurólogo insinuó que la causa de los padecimientos por los cuales llegué a su consultorio, era probablemente una esclerosis múltiple.

En ese momento, si me quedaba algún tipo de cordura, me colapsé frente a él, y mi mente empezó a torturarse a tal grado que, en verdad, comencé a sentir los síntomas que San Google, decía que precedían a este terrible mal.

Lo que no me detuve a pensar fue que el médico me sentenció sin haber un examen previo. Pruebas que demostraran que sus dichos iban por buen camino, que para mí era en realidad el peor de los caminos.

Con los días pedí otra opinión y descartaron el tema de la esclerosis. Lo que en realidad tenía era una carga brutal de estrés que se manifestó en un episodio de vértigo y en el adormecimiento transitorio de mis extremidades, cosa que se resolvió con una buena dosis de drogas, pero ante todo, con una sobredosis de valemadrismo oral. Santo remedio.

Lo duro es ese deambular entre dudas. El círculo vicioso: miedo- estrés- estrés – miedo.

Kierkegaard tiene todo un tratado sobre la angustia, a la que nombra como la verdadera “enfermedad mortal”.

Pues bien: esa es la única enfermedad que padece la gente a la que su médico le anuncia que padece un mal “extraño”, es decir, quien va con un mal médico que lo desahucia sin pruebas, comienza a vivir su muerte, pero no por la enfermedad fantasma, sino por la desesperación y el miedo.

¿Cuántas veces hemos oído casos en los que un sujeto lleva años con cáncer y no es sino hasta el momento del diagnóstico que empieza a decaer su estado de ánimo y su salud en general?

Decía Thomas Bernhard, citando a Novalis, que “Toda enfermedad puede llamarse enfermedad del alma”. Asimismo, Susan Sontag escribió un lúcido ensayo titulado “Las enfermedades y sus metáforas”, donde habla de cómo diferentes carencias espirituales se manifiestan por medio del dolor en alguna parte del cuerpo.

Por lo tanto, si hubiera una máquina completamente fiable que fotografiara nuestra alma, confirmaríamos que todos estamos gravemente enfermos.

Estas reflexiones vienen al caso porque una amiga acaba de pasar la peor semana de su vida al ser mal diagnosticada por un médico irresponsable. Una de esas mal llamadas “eminencias”, que sólo son calificadas así por su estatus dentro de la mafia hospitalaria.

Ir a un hospital cinco estrellas no garantiza, jamás, que el médico que nos atiende sea un buen médico. ¿Qué es un buen médico? Desgraciadamente se cree que los así llamados “buenos médicos” son “buenos” porque tienen un consultorio en alguna torre de lujo o porque la gente de sociedad los recomienda.

Esto es una falacia burguesa. Sobre todo en un país como México, donde cualquier carnicero puede obtener el grado sin haber estudiado a profundidad sus temas.

Esta amiga fue internada de urgencia tras haber vomitado sangre. Llegó al hospital, le realizaron las pruebas pertinentes y descubrieron que tenía úlceras en el estómago.

La pasaron a un cuarto, le administraron los medicamentos para contrarrestar el mal gástrico y mejoró inmediatamente. Pero el propio estrés de verse metida en un charco de sangre que salía por su boca le generó una crisis de estrés que a su vez le generó un ataque de migraña. Luego entonces el médico de urgencias la remitió a un neurólogo. “Una eminencia”, dijo.

“La eminencia”, debo decirlo, la trató con frialdad desde el principio. Vio en esta mujer a un alma atribulada que podía manipular a su antojo. Y así, con unos modales de cantinero, casi casi la sentenció a muerte.

En pocas palabras le dijo (sin mostrarle siquiera las pruebas) que algo muy grave pasaba en su cerebro. Que a sus 41 años, era portadora de un cerebro como de una persona de 70 años que se estaba encogiendo atípicamente, y que de no cambiar sus hábitos (cosa que sólo conseguían 3 de cada 10 pendejos que caían en sus garras) en poco tiempo se le desencadenaría una inminente demencia senil.

Claro está que al escuchar esas malísimas nuevas, la mujer y su familia entera colapsaron.

“La eminencia” todavía tuvo el mal gusto de regañar a su paciente y le dijo: “eso es lo que tienes y hay que apechugar. Yo no soy de esa clase de médicos que engañan al paciente, pero al parecer a ustedes les gusta eso”. Palabras más, palabras menos, “La eminencia” salió del cuarto de su paciente dejando una estela de miedo flotando entre los sueros y el rostro desencajado de su madre.

Para no hacer más larga la historia, mi amiga salió del hospital y fue a pedir una segunda opinión. Ya no con una “Eminencia poblana”, sino con un médico serio de Médica Sur que ha tratado a varios conocidos.

La visita fue de lo más inesperada pues tanto ella como sus padres ya iban preparados para lo peor. ¿Cuál va siendo la sorpresa al salir de los estudios? Que todo lo que el carnicero del Hospital Puebla le había dicho era falso. Su cerebro está en perfecto estado.

Puede ser que mi amiga esté un poco loca, sí, como yo, como todos, pero de eso a estar al borde de la demencia, hay un largo trecho.

Por esos insisto: desconfíe del médico de confianza.

La verdaderas eminencias son las que tratan a sus pacientes como a humanos, no como a ganado de rastro municipal.

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