La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
A una semana del gran terremoto la gente intenta volver a la normalidad. Sin embargo, todos dicen que “algo” ha cambiado en nuestro entorno. Y no es que nosotros hayamos cambiado de la noche a la mañana. Las placas tectónicas reacomodan a la tierra, no reacomodan nuestra corteza cerebral ni nuestra podredumbre interna.
Quizás la gravedad de la situación nos impida seguir siendo los mismos para bien o para mal (sólo por un tiempo), pero muchos hablan de este cambio como algo inminente: desde la forma en que los gobiernos han perdido por completo su legitimidad al no estar a la altura de las circunstancias, hasta la retractación de un sector social que condenaba al fracaso a los así llamados Millennials o generación perdida. Cuando siendo objetivos, estos fenómenos tienen una raíz simple: el temor a perderlo todo.
En medio de la catástrofe, las muestras de solidaridad han venido a dar aliento a una nación enferma de abulia, pues renació de entre los escombros eso que muchos llaman empatía.
Llevamos más de una semana demostrando una unidad atípica, y las demostraciones de hermandad pueden parecernos hasta cierto punto sospechosas, sobre todo en las grandes ciudades donde aconteció la tragedia. Ciudades cuyos habitantes siempre han hecho gala de un individualismo legendario. De una mezquindad abyecta: “primero mi ombligo y luego lo que haya debajo de él”.
He sabido por compañeros que viven en el extranjero, que las cadenas televisivas de esos países presentan reportajes largos donde el hilo conductor no es la noticia del sismo en sí, sino el espíritu de fraternidad que emergió de alguna grieta ignota después de las 13 horas del 19 de septiembre. Sin embargo, una duda flota en el aire: ¿cuánto nos durará el espanto?, por lo tanto, ¿cuándo volveremos a ser los mismos cínicos y ególatras de siempre?
Es verdad que los Millennials nos callaron la boca al tomar las calles para restablecerlas, pero también es bien sabido por todos que una flor no hace primavera.
No es pesimismo, sino una sensación de suspenso.
La semana pasada era impensable que alguien hablara de otro tema. Era impensable que a alguien se le ocurriera jugar con la ironía. Fueron, y aún son, días de guardar. Días en los que las redes sociales, al fin, cumplieron una función benéfica y por demás satisfactoria. Lejos quedaron las burlas y los lugares comunes. Los memes, que son la nueva escuela del pastelazo y el simplismo.
¿La tragedia cambia a TODAS las personas?
Supongo que cambia radicalmente a las verdaderas víctimas: el padre que vio a su hijo muerto bajo una columna nunca será el mismo de antes. Igualmente, la familia que quedó en la calle; dudo que tenga ánimos para la crítica y el humor negro.
En todo este caos sobresale algo que no es tan benigno: hay un tufo de autoridad moral pestilente de todos aquellos que salieron a las calles contra los que se quedaron en casa.
Los que se quedaron en casa son tildados de inconscientes e inhumanos por los que sí salieron a las calles, aunque pensándolo bien, al descalificar a los pasivos, los activos deslegitiman su causa.
Ahora que reanudamos nuestras actividades. Ahora que volvemos a la “normalidad”. Ahora que la euforia baja minuto a minuto. Ahora que empieza la tarea de reconstrucción y la gente regresa a sus trabajos originales, ahora mismo, es necesaria también una buena dosis de crítica y humor negro. Que la mordacidad no se adormile por el temor a ser inoportunos.
Observo con curiosidad que la gente está confundida y no sabe bien en qué esquina quedó arrumbada su esencia, y si es prudente irla a rescatar.
Recordemos algo fundamental: el humor es, al final de cuentas, la capacidad que tiene el ser humano para transformar el dolor en placer. Burlarnos de lo que nos aflige es la mejor manera de sobreponernos.
Los cambios intermitentes son producto de la desesperación. Todo se reduce al miedo a la muerte.
Ese tipo transformaciones “milagro” son procesos del comportamiento meramente accesorios. Útiles, prácticos, convenientes, pero así como llegan, se van.
