La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
En la última columna de Javier Marías titulada “Feminismo antifeminista”, leí sobre algunas feministas que, en su afán de no cosificar más a la mujer, piden que se prohíba el uso de las minifaldas para algunas actividades.
Marías, cita una nota del mismo periódico (El País) donde al parecer un grupo de golfistas “decentes” le piden a las otras –a las golfistas malas– que, literalmente, se bajen la falda, es decir, que la usen más corta.
Imagino que este tipo de peticiones arcaicas sólo pueden provenir de mujeres acomplejadas, es decir, de las golfistas “decentes”, pero feítas, que no soportan el hecho de que otras mujeres, sean golfistas o sean golfas, destaquen más; no por su maravilloso swing, sino por la belleza de sus figuras.
Lo he dicho siempre y lo seguiré repitiendo porque la cosa no cambia a pesar de que sea crea lo contrario: la mujer es el verdadero lobo de la mujer.
Hay sus excepciones, sin embargo, esas excepciones ni siquiera entran a discusión puesto que no se andan metiendo en chismes ni intrigas de faldas. Más bien, las verdaderas “promujeres” están trabajando tan en serio en lo suyo que no se ocupan de escudriñar las enaguas ajenas.
Este fenómeno es muy común en nuestras sociedades latinas.
Apenas fui a una reunión de amigas. De esas reuniones donde la amistad no importa tanto como sí importa la forma de defenderte de los ofidios.
Vivir en Puebla y convivir con poblanas de cepa no es fácil, pues esas poblanas de cepa son las reinas de la autoridad moral. Esas amigas, poblanas de cepa, nunca se han atrevido a usar faldas que lleguen a los muslos.
En primera porque no tienen buenos muslos, y en segunda porque siguen creyendo que esas minifaldas son para el uso exclusivo de las robamaridos, por lo tanto yo soy una robamaridos potencial ya que casi siempre ando de minifalda.
Aunque no lo crean hay algo peor que las minifaldas: los minishorts.
A esa reunión (a la que sinceramente sólo asistí para beber copiosamente) llegué con una camisa de mi marido que me llegaba a los muslos y debajo traía un minishort (por aquello de que se espantan y de que uno a veces se sienta como vato).
Fue maravilloso ver sus caras, las caras de las amigas, llenas de furia y reprobación porque ¡cómo era posible que me atreviera a salir así a la calle!
No me lo dijeron, pero en sus miradas se notaba la incomodidad. No así en los demás contertulios del restaurante: hombres y mujeres a quienes les importaba un bledo mi atuendo. Sin embargo, estas mujeres no podían dejar de viborearme y sé que cada vez que me levantaba al baño musitaban cosas horribles sobre mí.
Evidentemente no creo que me vuelvan a invitar a sus reuniones y mucho menos espero una invitación a sus casa, pues deben estar pensando que voy “a por sus maridos”, como dicen ellas con ese tono gachupín que no les queda en absoluto.
Soy de la firme idea de que hay tiempo y lugar para todo. Que, por ejemplo, no podría ir a pedir trabajo con esa mancuerna de camisa masculina con minishort debajo simplemente porque no vendría al caso. Ojo: una cosa es que no venga al caso y otra muy distinta es que descarten tus habilidades por como te ves.
El asunto de las golfistas y las faldas (o shorts) es, más que un tema burgués, un tema de envidia.
El verdadero feminismo es otra cosa, creo. No un conjunto de Torquemadas furiosas.
Si una se siente feliz andando ligera de ropa, no es válido que una horda de extremistas te censuren sólo porque se sienten amenazadas por una congénere a quien eso de la “cosificación” le viene guango.
