La Loca de la Familia 

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia 

 

En el clímax de la desesperación, Emma Bovary se pone a gastar como loca en cosas para su casa: alfombras, candelabros y jarrones. Pero quizás lo que más le llenaba era comprar telas importadas para hacerse maravillosos vestidos que, sin embargo, sólo le servirían para apantallar a las aldeanas.

Ella soñaba con sus amantes y con vivir en París, aunque su realidad estaba en otro lado: en un pueblo donde pronto se convirtió en la comidilla de las vecinas.

Es cierto: si lo esencial falta en la vida (me refiero al afecto y a las pasiones) uno opta por llenar esos huecos con objetos. A unas les da por los artículos de ornato para decorar su hogar, a otras les gustan las joyas y casi todas amortiguamos los apaleos amorosos yendo a nuestra tienda favorita para probarnos zapatos y ropa que, a la postre, acumularemos en nuestros closets sin ningún sentido práctico.

¿Cuántas veces han oído decir a sus mujeres que no tienen nada que ponerse y, sin embargo, son testigos de cómo los cajones escupen prendas?

La moda cambia tan rápidamente que es imposible estar al día. Pero el tema de la coquetería femenina va más allá de la frivolidad de la moda. Alguien puede crearse un estilo único, serle fiel durante años, y aun así, nada será suficiente.

Ayer me tocó hacer espacio en mi closet. Hacer espacio es un decir, pues conforme iba sacando detenidamente prenda por prenda, esas prendas parecían tener algún tipo de imantación ya que no pude deshacerme de ellas.

Me dispuse a la sensatez y “seleccioné” lo que de plano ya jamás me pondría… lo malo es que en ese tránsito fui probándome una a una cada prenda y comprobé que, por algo, no podía tirarlas. Algunos vestidos incluso tenían las etiquetas puestas. ¿Para qué compré esto?, me preguntaba mientras la conciencia me remordía por ser una acumuladora atroz.

Luego me detuve en medio de la operación porque el suelo estaba inundado por cientos de trapos de los cuales me costaba mucho prescindir como si no bastara que llevaran ahí años sin ser utilizados. Horror. Lo peor de realizar este tipo de actividad es que una vez que empiezas tienes, por fuerza, que ordenar todo para que haya valido la pena.

Tomé una cerveza para no desesperarme. Separé las prendas por color y por temporada y de pronto me descubrí guardando absolutamente todo lo que minutos antes había desperdigado por el vestidor. En total tardé tres horas en bajar y volver a subir la ropa con un orden casi idéntico al que tenía antes.

Lo peor fue darme cuenta que al reacomodar, el espacio se me redujo. No volví a colgar dos prendas en un mismo gancho, que era precisamente lo que hacía que se viera desordenado el closet.

Uff.

Y eso que todavía no le toca turno a los zapatos.

Mi marido dice soy una compradora compulsiva y que debo desprenderme de la mitad de lo que guardo ahí dentro.

Yo digo que más bien él debería de sacar sus estorbosos trajes y dejarme el vestidor para mí sola.

Algo haré para convencerlo, pues ya viene el cambio de temporada y los abrigos son muy aparatosos.

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