Las universidades siguen apostando por la formación teórica e intelectual y dejan de lado la práctica
Plumas Ibero Puebla
Por Bertrand E. Joseph Rault Duvernoy
A pesar de la adopción masiva del enfoque de competencias y la constante renovación de los modelos educativos, la principal promesa de la educación superior en México sigue siendo la formación teórica e intelectual.
El aprendizaje a través de la práctica es una opción que suele ser reservada a ciertas profesiones, a trayectorias educativas alternativas o a momentos anecdóticos de la vida universitaria.
Un ejemplo son los casos de las Universidades Tecnológicas (UT), las cuales, desde 1990, no dejan de ganar terreno en la matrícula nacional, registraron casi un cuarto de millón de estudiantes en el ciclo 2015-2016. La inversión en laboratorios y equipamiento, así como la inclusión de estancias profesionales a lo largo de la experiencia universitaria son ingredientes esenciales de este modelo, inspirado en los Institutos Universitarios Tecnológicos (IUT) de Francia.
Ese subsistema universitario propone un balance 50/50 entre teoría y práctica, el cual está claramente pensado para diversificar las oportunidades de los jóvenes que se encuentran en desventaja educativa y económica, presentándoles una alternativa al camino “convencional” en el cual domina el aprendizaje teórico.
Por otra parte, el ejemplo de la enseñanza de las ciencias de la salud es revelador: los cirujanos recién egresados deben ser competentes para operar al momento de recibir su licencia profesional, así como los enfermeros o los paramédicos deben dominar ciertas destrezas para intervenir en contextos reales.
En las largas estancias que realizan en instituciones públicas o privadas a lo largo de su formación, tienen la oportunidad de ser aprendices de profesionistas experimentados y de curtirse en el oficio.

Al margen de estas excepciones, en la mayoría de las trayectorias educativas, las Prácticas Profesionales, el Servicio Social Universitario u otro tipo de estancias y experiencias fuera de las escuelas siguen ocupando una proporción minoritaria en los planes de estudio. La incursión del aprendizaje por proyecto dentro o fuera de las aulas aún es incipiente y el ambiente que mejor conocen los estudiantes hoy en día no es el de su profesión sino el ambiente universitario.
Seguimos aceptando que el ejercicio real se realizará después, que estamos preparando bien al estudiante para que llegue ese momento. Seguimos intentando evaluar las competencias –que por definición son desempeños en contextos reales– con pruebas escritas y simulaciones.
El aprendizaje experiencial tiene mucho más que ofrecer: En cualquier profesión, la implicación en situaciones prácticas puede contribuir de manera positiva en la formación ética e intelectual de los estudiantes y, sobre todo, integrar sus saberes en la solución de problemas reales. Los estudiantes de medicina y otras carreras de la salud que acabamos de mencionar no sólo aprenden gestos vitales en esas experiencias formativas obligatorias: forjan modos de relacionarse con sus colegas y con sus pacientes, formas de actuar en una institución, toman decisiones estratégicas, resuelven dilemas éticos y también, ponen a prueba sus conocimientos teóricos a través de situaciones problemáticas.
Como en el caso de las UT’s, el mito de que la práctica viene después de la teoría debe romperse. Implicarse en una situación real desde las primeras etapas de la experiencia universitaria puede ser un estímulo muy importante para entender mejor las herramientas de una profesión, motivar para el estudio y dar un mayor significado a lo que se está aprendiendo en las aulas.

Mientras el papel de las universidades suele ser el de proyectar a sus egresados a los mejores ambientes posibles para su triunfo profesional, experiencias como el Servicio Social podrían involucrarlos en contextos más complejos y retadores, los cuales pueden propiciar que el estudiante encuentre sentidos alternativos a su profesión, establezca relaciones y colabore con personas con otras condiciones, así como que pueda reconocer las dinámicas de exclusión e injusticia en la que estamos envueltos.
A la vez que las universidades incorporan ambientes de aprendizaje ideales para el ejercicio y la evaluación de competencias, las organizaciones sociales suman colaboraciones. Esta sinergia aún es poco explorada por las universidades de México a pesar de su recurrente discurso de solidaridad social.
Si las experiencias fuera del aula incomodan a muchos estudiantes y profesores universitarios, es quizás porque rayan con la desescolarización o porque confrontan los saberes universitarios, que están bien protegidos en la autocomplacencia del claustro.
