Fue como regresar a las 7:19 horas del 19 de septiembre de 1985 cuando un movimiento sísmico de 8.1 grados sepultó a miles de ciudadanos

Por Osvaldo Valencia

Son las 13:13 horas.

En el Centro Escolar “Sebastián de Aparicio” los alumnos asisten a sus clases; algunos juegan y esperan a que lleguen sus padres a la hora de salida, puntuales.

Fuera del colegio, una vendedora de dulces, chicharrones, palomitas, jugos y refrescos, espera a su joven clientela que día con día le hace la venta.

En la sede de la Tesorería Municipal, los regidores de la Comisión de Hacienda Pública y Patrimonio discuten y debaten aumentar la tarifa del impuesto predial para preparar el Presupuesto de Ingresos del año fiscal 2018 para el Ayuntamiento.

En la iglesia de San Francisco, fray Jacinto delinea –con otros párrocos franciscanos– un retiro espiritual para el fin de semana que se aproxima, aún sin un destino definido o un horario de partida.

En la Secretaría General de Gobierno, Diódoro Carrasco Altamirano, Jesús Morales Rodríguez y Víctor Carrancá Bourget presentan el operativo Fuerza Conago, con el que se trasladarán 600 elementos de seguridad, con el fin de blindar al estado de la delincuencia.

En el bulevar 5 de Mayo un padre de familia pelea contra el embotellamiento cotidiano de las vialidades de la capital de Puebla, para llegar al Centro Escolar Aparicio y recoger a su hijo.

Un minuto después todos serían presas del fantasma del 19 de septiembre de 1985.

***

Treinta y dos años después la escena es casi la misma.

“Alerta sísmica, alerta sísmica”, se escucha en los altavoces de algunos edificios.

En el bulevar 5 de Mayo lo único que se siente es la sacudida intempestiva de los autos que parece no tener fin.

Una vialidad convulsionada con el vaivén de luminarias, arbustos, árboles y paredes.

En las escuelas se escuchan los gritos de desesperación, los sollozos inconsolables de niños, quienes poco o nada conocen de la furia del temblor de 1985 y sólo por las historias de sus padres, abuelos y libros de texto lo conocen.

Los llamados de auxilio, de socorro, de ayuda desesperada, salidos de madres, padres y maestros al no encontrar a sus hijos o alumnos, resuenan en la explanada del Centro Escolar Aparicio.

“Ayuda, necesito ayuda”, grita una madre cuyo hijo, inconsciente, fue herido por la caída de escombro de la sede de colegio. “Un médico”, vuelve a exclamar entre una multitud entregada por completo al pánico.

El miedo y el asombro en los rostros de los preparatorianos, quienes ven cómo su escuela se desmorona poco a poco, pero que aun así no se dobla ante la gravedad del tremor.

Miradas de franciscanos y reporteros por igual, quienes incrédulos voltean al cielo para ver cómo la fuerza de la naturaleza impacta las creencias con una sacudida.

Daños en la cúpula de la iglesia de San Francisco, cuya cruz se dobla pero se niega a caer.

“Aguas, aguas, aguas. Aléjense de aquí, por su seguridad. Se va a caer, se va caer”, alertan a gritos los agentes de Protección Civil Municipal, quienes ven como inminente su caída, aunque eso nunca sucede.

Y la fe de los católicos queda a prueba cuando una de las torres de la Capilla del Cirineo se mueve unos centímetros, a nada de caerse y quebrarse sobre la calle.

“No manches, se va a caer, se va a caer. Que ya no pasen los autos”, dicen los de tránsito Municipal, pero no se derrumba.

Y así, cientos de poblanos se entregan al pánico, al miedo, al horror de los recuerdos del fantasma del 85, pero que tampoco se quiebran ante el sismo que azotó la capital poblana con 7.1 grados.

No se quiebran ante un fantasma que regresó en la misma fecha, para no ser olvidado.

***

Fueron segundos en los que Puebla, Ciudad de México, Guerrero y Morelos viajaron en el tiempo hasta esa fatídica cábala de números.

Segundos en los que la tierra subió, bajó y se movió de izquierda a derecha para llevar a sus pobladores –exactamente– 32 años al pasado.

Fue regresar a las 7:19 horas del 19 de septiembre de 1985 cuando un movimiento sísmico de 8.1 grados en la escala de Richter, con epicentro entre Guerrero y Michoacán, pulverizó cientos de edificios y sepultó a miles de ciudadanos sólo en la Ciudad de México.

Son 32 años de diferencia, pero la misma sensación, dicen los que sufrieron en carne propia la primera arremetida de la tierra.

La tragedia está al pie de la banqueta este martes 19

Por Ilse Contreras 

Pánico, terror, angustia y una fuerte movilización fue lo que se vivió en las principales calles del Centro Histórico de la ciudad tras el terremoto de magnitud 7.1 registrado este martes 19 de septiembre entre los límites de Morelos y Puebla, que dejó daños en edificios pero también muerte a su paso.

Una madre y una niña tiradas fuera de la escuela Héroes de la Reforma, sobre la 11 Sur. Muertas. Muy juntas.

Otras dos mujeres de 35 años aproximadamente, en la calle 16 de Septiembre. Una cornisa las mató. Otra persona sobre la 12 Poniente y bulevar 5 de Mayo; igual, su cuerpo tirado sobre el pavimento manchado de sangre.

Y Maricela Celia Miranda Rosas, de la Facultad de Ciencias de la Comunicación, quien desempeñaba labores en la Preparatoria “Lázaro Cárdenas del Río” de la BUAP. Su deceso quedó confirmado por las autoridades universitarias.

Son las 13:14, la gente platica en las bancas cerca del kiosco del Paseo Bravo; niños ensayan para la escolta. La tierra comienza a vibrar; las pisadas de la marcha no coinciden y hay confusión por unos segundos; pero no, tiembla. Los árboles, las lámparas y la gente alerta lo confirman.

Alumnos y trabajadores de la zona salen hacia los puntos de reunión, entre ellos una madre y su hija, quienes comparten el lugar. A los pocos minutos, el rostro de la tragedia aparece: una mujer y una niña muertas. Ahí estaban, tiradas en el suelo; entre los escombros que cayeron del edificio de la Escuela Normal Superior del Estado de Puebla.

La zona acordonada, un mar de gente que abarca la primera manzana del lugar; una niña más, desmayada, es atendida por los paramédicos en el paradero de la RUTA.

La prensa llega. También los morbosos. Una mujer corre desesperada y con lágrimas en el rostro gritando el nombre de su hijo. El sismo no sólo sacude la tierra; también a los poblanos, quienes buscan contactar a sus familiares y tener el consuelo de que están a salvo. Sin embargo, la red telefónica también ha caído.

Al lugar de la tragedia llega el alcalde Luis Banck Serrato, con el secretario de Seguridad Pública Municipal, Manuel Alonso García, y funcionarios de la Comuna, para confirmar los decesos y verificar el trabajo de los elementos de Protección Civil, Cruz Roja Mexicana y Tránsito.

La naturaleza vuelve a dar una sacudida. Otro aviso, tan sólo a 12 días del sismo 8.2 registrado como el más intenso de México en casi un siglo, con epicentro al suroeste de Pijijiapan, Chiapas. Y a 32 años de aquel terremoto de México en 1985, de 8.1 grados.
El Centro Histórico es un caos. La gente transita sobre el arroyo vehicular; elementos de diversas dependencias, desplegados en cada esquina, dan indicaciones de no acercarse a los muros debido a los posibles derrumbes.

Las redes sociales están muy activas manteniendo a la ciudadanía al tanto de las afectaciones.

Corre la voz, hay dos muertos más.

Dos calles más adelante la escena es similar: dos mujeres fallecidas por la caída de una parte de un edificio en la calle 16 de Septiembre quienes, de acuerdo con testigos, se llamaban Irma de la Luz y Marta, trabajadoras de un local en la zona. Peritos de la Fiscalía General del Estado (FGE) realizan el levantamiento de cadáveres. El escenario es terrible: unas charolas de metal enormes llevan sus cuerpos llenos de polvo a la morgue.

Ante el ambiente devastador, los dueños de algunos locales, cafés o restaurantes auxilian a las personas, ofrecen agua, cargar sus teléfonos, comparten su red WiFi; se solidarizan
con las personas que aún no pueden creer lo que sucede.

Mientras son recorridas más calles del Centro se observan los daños en varios edificios públicos –según las autoridades, 46 construcciones fueron reportadas con daños–, casonas e iglesias, vehículos casi destruidos por la caída de escombros, como en 2 Sur y 3 Oriente; gente tomando fotografías y otras más –dicen– aprovechándose del siniestro para asaltar automovilistas. Los rumores, entonces, se desatan.

Las iglesias más afectadas en la capital son la de San Francisco de Asís, donde se desprendió la punta de una torre; la de La Compañía, junto al Edificio Carolino, donde cayó otra punta. A éstas se sumaron en el interior del estado, la de Los Remedios en Cholula y otras más en Izúcar de Matamoros, Chiautla de Tapia y San Francisco Totimehuacán.

Horas más tarde, las calles están vacías, desoladas, como un campo de guerra tras un enfrentamiento. El silencio es extraño y sólo hay elementos uniformados y encargados de dependencias que realizan la revisión y conteo de daños; los militares también patrullan las calles. La tragedia está al pie de la banqueta.

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