Figuraciones Mías

Por: Neftalí Coria / @neftalicoria 

 

La lectura y el silencio, me salvaron de otras aficiones, aunque no de jugar fútbol, ni de la tentación de la vagancia. Por la calle donde vivía en “la vasco”, con mis amigos, veíamos pasar a los que fumaban mariguana y cargaban una grabadora al hombro con Pink Floyd y Led Zeppelin, rumbo al Estadio por las tardes, a la hora cuando por ahí estaba solitario todo ese corredor bajo las gradas y los jardines alrededor del coloso, donde jugaban los Canarios del Morelia, a los que íbamos a ver entrenar algunos días entre semana y a verlos jugar los domingos. Aquellos “melenudos” y “mariguanos”, como les decían las señoras decentes, causaban miedo entre mis amigos y los veíamos como seres de otro mundo; callados, con la mirada torva, lentos, con sus jeans y sus camisetas oscuras. Caminaban como si fueran en el aire y en el fondo, había un dejo de asombro y admiración por aquellos jóvenes vestidos como las desprestigiadas por la decencia de la época, estrellas del rock; jóvenes libres que se deslizaban con el aire que los transportaba. Algunos de ellos nos saludaban o nos sonreían, pero les cedíamos el paso mientras jugábamos con cuatro pedazos de tabique como porterías y cualquier pelota. No era raro verlos con alguna muchacha que los acompañaba, por lo regular, hermosa y con una mirada que contemplaba el mundo desde la tan temida libertad. Me gustaba verlos con su risa pausada y silenciosa. Algunos llevaban tenis “converse”, como los míos, lo que me autorizaba ascender a su estatus de seres que parecían dominar el mundo. Con los muchos años que pasaron, he visto algunas de aquellas caras, en las calles de la colonia Cinco de mayo, perdidos y con los estragos del alcohol y la vida que no pudieron vencer. Una visión de los hombres a los que el tiempo y la ciudad derribaron, de los jóvenes que eligieron la ruina, como Dylan Thomas los señaló cuando en un verso dijo: “Veo a los jóvenes del verano en su ruina”, esos hombres que fueron doblados por el tedio y la introspección que da el miedo que en la sobriedad vive. Eran aquellos mismos que viven en el poema del poeta inglés: “Los muchachos de luz en su locura, coagulan lo que tocan, agrian la miel hirviente…”
Así pasaba los días, entre la escuela secundaria, el futbol en la calle, la curiosidad de aquellos a los que las señoras del barrio, también llamaban “pandilleros” y que poco a poco fuimos conociendo por sus apodos y sus hazañas en los pleitos callejeros de pandillas de una colonia y otra, en las que predominaba el uso de la navaja como arma de mayor peligro. No fueron pocas las veces que nos tocó presenciar pleitos de pandillas de nuestra colonia con los de “la cinco”, con los de “la fuente”, “la obrera”, y hasta con los de la Ventura puente. Había una mitología que nos gustaba platicar entre nosotros y recuerdo personajes de aquellas huestes como uno que le decían “el mocho” y a quien yo encontraba parecido con Bruce Lee.

Nos gustaba contarnos aquellas historias de batallas campales entre mis amigos, sentados en la banqueta de mi calle, hasta hacerlas nuestras. Era apasionante aquel mundo de las pandillas, para los adolescentes tímidos que fuimos.

También comenzamos a mirar a las niñas que serían nuestras frugales y platónicas novias. Y con aquellos sueños, había que jugar fútbol con más efectividad, porque nos sentíamos observados por un público femenino del que soñábamos ser sus héroes. Habíamos despertado para mirar aquel otro territorio de la vida, en el que también estaba inscrita –para mí– la poesía, aunque nadie de mis amigos, sabían de mi afición a la lectura, mucho menos, a la extrañísima tentación de escribir versos. Todo fue como una intimidad clandestina, porque a todas luces, era una cosa de “raros”. Y entre mis amigos había que hablar de los héroes del fútbol y poco a poco de las novias soñadas y por lo regular, imposibles.

Quizás aquel secreto de mi afición a leer y a escribir durante mi adolescencia, fue porque no tenía amigos, ni amigas, a los que también les gustaran los libros. Mis hermanos estudiaban lo que estudiaban y punto. Ni un libro más. Estaba yo cultivando una actividad secreta que iba creciendo como la hiedra en mi corazón y a cada libro descubierto, me enamoraba más de ese silencio de oro que en la lectura se vive.

La lectura me dio los mejores encuentros secretos y con personajes que poco a poco fui identificando como los hombres que escribían los libros que yo estaba leyendo, y vi en sus biografías, que tenían una vida parecida a cualquiera, con la variante que como yo, se acercaban a los libros y el conocimiento de las palabras. Recuerdo un día, como a manera de juego, me dije que sería poeta, como aquel hombre llamado Pablo Neruda del que fui descubriendo su canto y su persona. Era un hombre premiado por haber escrito aquellas sinfonías que en mi interior sonaban como estruendo y repetía en los momentos de soledad, mientras jugaba a decirle aquellos versos a una mujer hermosa mítica y que pronto aparecería en mi vida. Como El Quijote, que debía tener su doncella siendo él armado caballero, así yo debía tener una musa a quien entregarle mis versos y poemas. Y como la Dulcinea de Don Quijote, mi musa no tardó mucho en que la viera pasar por la misma calle donde ambos vivíamos, como un astro que iluminaba la banqueta y la calle entera.º

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