Figuraciones Mías
Por Neftalí Coria
Tuve la primera musa de la que no diré su nombre y a la que nunca le escribí algún poema que recuerde y mucho menos que haya guardado. Tal vez ni siquiera le escribí nada, pero es inolvidable el asombro de haber conocido con ella, lo que era la emoción del alma y el cuerpo en la oscuridad del amontonado cine de mi pueblo. Esa alegría que desembocaba en la contemplación de la luna a solas con mi primo que ya era novio de su hermana mayor, mientras fumábamos cigarros “Del prado” hurtados de su casa. Quizás era agosto, porque eran las vacaciones de verano. Era hermosa de cabellos negros y sabía besar como en las mismísimas películas que veíamos los domingos en el cine del cura en la función de las cuatro de la tarde. Todo había sido planeado, la motivación de Chava mi primo, me había llegado, primero a declarármele a la hermana de su novia y después a pedirle el primer beso. “Yo ya se lo di güey” me dijo “y ya ella la convenció que te lo de a ti”, fue la resonante propuesta de mi primo a quien yo lo veía como mi maestro.
Imaginarme el beso del amor de mi vida, imaginar que aquella muchacha hermosa que ya era mi novia pudiera besarme, era simplemente una parte de la prematura gloria. Imaginar sus labios en los míos en aquel perfecto plan de mi primo llevándolas al cine (no recuerdo cómo fue que ambos teníamos dinero para la entrada y el riguroso refresco durante la película) donde sería el escenario de aquel momento de altísima emoción. Pasaron tres días desde que –tal como lo vaticinó mi primo y en algún momento la hermana de la hermosa– llegara el día del cine, del beso, de esa gloria esperada que nunca dejó de inquietarme como todos los misterios amorosos inquietan a un corazón que está a punto de estallar.
El primer beso, sería una sorpresa imperiosa al saber que esos besos de las películas, por los que todavía la gente gritaba cuando sucedían en la pantalla, eran con la boca abierta y explorando aquellos territorios de la boca con la fricción que la lengua dictara. Ella sabía besar asi, como en las películas y por fin, junto con Chava mi primo que iba con su hermana mayor a besarse al cine, yo fui el dichoso y espantado besador iniciático, y al momento en que ella abrió la boca, de inmediato lo hice yo, ¿Cómo era que yo no iba a saber besar?, pensé, aunque no me imaginaba que así debía ser y fue en ese momento que pude deducir la forma del beso y caer en la cuenta que los del cine así debían besarse. Era un beso de película y con ella estábamos accediendo a la categoría de personajes de la pantalla grande. Después me dijo me primo que tanto mi hermosa como la suya, ensayaron con un espejo y la mayor le enseñó detalles a su hermana.
Poco después en mis descubrimientos de la poesía. Recuerdo un libro azul en el que leí el poema “Annabel Lee” de Edgar Allan Poe, que copiaría en mi cuaderno como una especie de tesoro, en el que cambiaba el nombre por el de la que me había besado y que por aquellos días de escuela, ya se había marchado a la Ciudad de México y sería mi primer imposible. Me inquietaba saber, cómo había sucedido el hecho, por el que Allan Poe había escrito el poema y además confesaba el nombre de su amada. Desde entonces me pareció haber recibido una lección: “se escribe la verdad, sino mejor cállate”, escribiría yo en un poema muchos años después y me queda el sabor del aprendizaje y la admiración de aquel poeta que hablaba del amor y de su amada, a la que al final llama “esposa”. No comprendía la operación humana que es el poema, pero me dejaba mucho más. Leía: “Mas, vence nuestro amor; vence al de muchos,/más grandes que ella fue, que nunca fui;/y ni próceres ángeles del cielo/ni demonios que el mar prospere en sí,/separarán jamás mi alma del alma/de la radiante Annabel Lee.” Ese verso con el cambio de nombre por el de la hermosa, nunca lo olvidé. Leía aquel poema una y otra vez. Leía hasta saber que la poesía de aquel autor había sido escrito hacía muchos años y en inglés y algo encontraba de mí en aquel hombre. Así fueron los descubrimientos que en mi incipiente conocimiento de la poesía, pude saber poco a poco, que lo que ya estaba haciendo yo en las páginas finales de mis cuadernos de la escuela, era escribir versos, poemas míos y de otros. Era como escribir en el patio trasero, en las páginas de mis libretas de la escuela, donde había apuntes de matemáticas, pero allá en el final del cuaderno, vivían esos organismos hermosos que tenía la sensación de atesorar para el la vida, pero sobre todo, para aprender algo de la vida y con esas palabras enfrentar la oscuridad del futuro.
Luego en otra difusa circunstancia, llegaba a la poesía de Rafael Alberti, Miguel Hernández, Antonio Machado, García Lorca. Y a los discos de Joan Manuel Serrat cantando los versos de aquellos poetas que leía. Me cautivó y también quería escribir canciones, cantar con la guitarra y soñar que a eso dedicaría mi vida, que debía viajar por el mundo como un gitano, como un aventurero que se marcharía, con las velas altas y la esperanza de cambiar el mundo firme aunque no sabía qué cosa era lo que debía hacer. “Harto ya de estar harto, ya me cansé/de preguntarle al mundo por qué y por qué”, cantaba aquella especie de himno del admirado Serrat que aprendí a tocar y cantar de tanto oírla en un disco de 33 rpm que ponía una y otra vez cantando también hasta las lágrimas, “Barquito de papel”, su legendaria canción que para mí era complicada de tocar en la guitarra, pero que muchas veces canté con lágrimas en los ojos.º
