El ex gobernador de Puebla inauguró en la universidad Anáhuac una cátedra que lleva su nombre; fue arropado por el círculo rojo

 

Por Mario Galeana 

Hay que imaginar el poder como una flama trémula, entre las sombras, a la que muchos se acercan con las palmas llenas de cicatrices, igual de trémulos y ansiosos.

Cuanto más grande se hace la flama, los ojos de quienes la poseen se iluminan, y en ese destello algunos quedan ciegos, incendiados, reducidos a cenizas, incapaces de controlar la hoguera que alimentaron.

Pero otros, quizá los menos, sobreviven a ella: a su brillo. Y logran guardarla muy dentro, viva, centelleante, lista para encenderla nuevamente cuando llegue el momento preciso.

Hay que ver a Melquiades Morales Flores como un hombre que ha sabido preservar esa llama. Melquiades dejó el poder hace 12 años, pero en realidad no lo ha dejado: hoy es embajador de Costa Rica y, posiblemente, el último gobernador del PRI en Puebla que guarda el respeto de muchos dentro y fuera del círculo rojo.

Si no, ¿por qué una universidad como la Anáhuac lanza, de pronto, una cátedra que lleva como nombre, precisamente, Melquiades Morales Flores?

Sucedió ayer, en un salón de la institución privada. Allí estaban los hombres que impulsaron su candidatura en 1998: el ya mítico movimiento 24 de Mayo: Miguel Quirós Corte, Alberto Amador Leal, Carlos Arredondo Contreras, Alberto Ochoa Pineda, entre otros.

Y empresarios de largo aliento: José Yitani Maccise y Luis Regordosa Valenciana. Políticos que hoy tienen el poder —la llama—, como el senador Javier Lozano Alarcón, el auditor —y yerno— David Villanueva Lomelí, el secretario general Mario Riestra Piña, el alcalde Luis Banck Serrato.

Cuando el rector José Mata y la académica María Graciela Paul Robledo contaron la vida de Melquiades, lo hicieron así: oriundo de Santa Catarina Los Reyes, hijo de otro Melquiades, niño que estudió en escuela rural, joven que se mudó a la capital para ser presidente de la sociedad de alumnos de Derecho de la BUAP, líder nato, priista, hombre enamorado de María Socorro Alfaro, padre de seis hijos, notario, político, gobernador, ejemplo de que la política “aún se puede hacer de manera honorable”.

Y cuando llegó su turno, el de Melquiades, lo que dijo fue esto: que el gobierno del estado —la flama más grande en la entidad— siempre fue su meta. Que nunca ha dejado de hacer política. Que él —un niñito nacido en un pueblo rural— logró unir a todas las corrientes del PRI. Que México necesita momentos de civilidad y prudencia. Que la pobreza, la marginación, la corrupción y la impunidad siguen siendo las heridas “letales” del país. Que la política es, básicamente, generar consensos.

Melquiades ha negado que busque algún cargo de elección en 2018, sobre todo la alcaldía de Puebla, pero su discurso de ayer parecía eso: un discurso de campaña. Sosegado y cauto, pero discurso al fin. Si no, ¿por qué la cátedra universitaria que lleva su nombre se aprobó de manera inmediata el 11 de septiembre de este año?

Al terminar, Melquiades recorrió el salón, donde ya corría el vino y pequeños canapés, estrechando mano por mano y sonriéndoles a todos. La misma sonrisa de quien mira al fuego y sabe que aún le falta mucho por arder.

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