Las leyes que nos han impuesto las debemos cumplir, pero las hemos interpretado a nuestra manera

 

Plumas Ibero Puebla

Por Leopoldo Castro / Fernández de Lara

El estado es el “sujeto efectivo del desarrollo económico y social” (Hincapié Jiménez, 2015), antes Dworkin (1985).

En un texto clásico comenta que el estado reconoce los derechos fundamentales como el centro de su acción, los recoge en documentos y normas para que las personas los conozcan, respeten y, en dado caso, exijan su cumplimiento a través de las instituciones. Para ello crea una estructura de normas y leyes que todos por ser parte del estado estamos obligados a cumplir. Algunas coinciden con las propuestas religiosas tradicionales y se encuentran en los códigos de conducta más antiguos que regulan –o intentan regular– a las sociedades humanas.

“No matarás” ¿Alguien se opone? ¿No es mejor acaso una sociedad que cree y respeta este precepto/ley/mandamiento? Por supuesto que sí.

El no matar ya ni siquiera habla de amar la vida o de respetarla, sino de no extinguirla ya que es un valor fundamental y “universal”.

Pero aquí empieza el problema, pues aunque esa ley aplica para todos y, según se nos ha dicho, está inscrita en nuestros corazones inmortales, como sociedad hemos decidido interpretarla.

Como sociedad aprobamos y financiamos a polícias e integrantes del Ejército que utilizan armas. / CUARTOSCURO

Si yo mato a alguien pueden pasar dos cosas: en una sociedad con instituciones sólidas y donde el asesinato es la excepción podrían meterme a la cárcel o incluso condenarme a morir –lo cual en sí mismo plantea otros dilemas–, o como sucedería en un país como el nuestro podría huir, salir impune o si tuviera recursos económicos negociar mi libertad, en el improbable caso de que la autoridad lograra detenerme.

Pero hay otras formas de matar que son promovidas por el mismo Estado (ese poder que antes ordenaba la vida y que ahora ha quedado en segundo plano para dejar su coto de poder a las corporaciones), como cuando te da un arma y un uniforme y entonces sí puedes matar. Si es para “defender” (lo que sea que signifique eso para los burócratas responsables de las políticas públicas) entonces sí puedes matar. Y el problema es este: se abre el abanico de posibilidades cuando se interpretan los principios “universales”. Por lo tanto no lo son. Al menos no como pretendemos que sean, pues aunque ni usted ni yo tengamos armas, aprobamos y financiamos una policía y un ejército que las tiene y las utiliza en nuestro nombre,  siempre para defendernos claro.

El necroestado (estado que produce muerte con sus decisiones y modos de actuar) tiene muchos mecanismos para hacernos sufrir.

No hablo de las personas como sujetos individuales. Creo que nadie elegiría matar si fuera consciente del daño que hace y se hace cuando ejecuta un acto así. Son las instituciones las que despersonalizan a los policías y el Ejército, primero a través de un adoctrinamiento y entrenamiento que los aleja de su humanidad, luego con peticiones que los hacen cruzar líneas humanas y los desvinculan de su propio ser. ¿De qué otra forma se justificaría que un policía golpee, “reprima”, incluso amedrente o dé “escarmientos”? ¿En qué momento una persona que ha llegado a estos niveles de desintegración termina de trabajar? ¿Cómo se convirtió esto en un trabajo? ¿Cómo vuelve a su casa y es un amante, padre y esposo cuando en su trabajo le han dicho que ejercer la violencia para el bien común es lo correcto?

El necroestado sí funciona. Cumple con su función y más aún con su esencia de dar muerte, de crear condiciones para promover la muerte.

Este es el primer paso: darnos cuenta de que las instituciones que en otros lugares del mundo y en otros tiempos funcionaron, hoy no lo hacen más. No importa si votas al verde, al rojo, al azul o al ultravioleta. Ellos no mandan. Lo hace el dinero y sus intereses.

El segundo paso consiste en descubrir que el orden social no es natural. Es una construcción diseñada por unos cuantos para que hoy tú y yo supeditemos nuestra voluntad al Estado, para que le permitamos darnos muerte mientras pensamos que nos cobija.

“No matarás” entonces no tiene nada de natural. Es una decisión que todos debemos construir y crear. ¿Cómo? No haciendo excepciones, siendo cero tolerantes a la violencia que ejercen las instituciones y las personas, recuperando a quienes la ejercen para cumplir órdenes y como un medio de vida, aquellos que paradójicamente han sido privados de su libertad más íntima de acción. Haciendo que “proteger y servir” sea más que nunca una frase con sentido y contenido.

Si alguien mata puede quedar en libertad por las leyes y normas. / ESPECIAL

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