Familias acuden a los camposantos para celebrar a sus difuntos con música, flores, comida y en algunos casos hasta la bebida predilecta de quien se les adelantó.

Por: Ilse Contreras

La tristeza no cabe en estas fechas. El Día de Muertos en México es y ha sido el momento ideal para recordar a quienes se fueron y rendir culto a la huesuda. Los panteones reviven los días 1 y 2 de noviembre con la visita de familias que llevan flores, velas y comida para acompañar a sus difuntos.

En los pasillos del cementerio más grande de la capital predomina un olor de la mezcla de copal, cempasú¬chil y flores marchitas.

El gris de las tumbas se queda atrás con los colores de las flores terciopelo, nubes y gladiolas, entre otras, que cubren el mármol o, en algunos casos, la misma tierra que consume los cuerpos de aquellos que se nos adelantaron.

Por minuto, de 50 a 60 personas cruzan la puerta principal del Pan¬teón Municipal. Son cerca de las 14:00 horas, la afluencia es constan¬te. Vienen y se van, así como la vida y la muerte.

La gente lleva palas y cubetas para desempolvar y quitar la hierba de las tumbas de sus seres queridos.

Otros llevan sólo velas y flores, mientras hay quienes cargan comida y hasta pulque para pasar un buen rato con los difuntos.

La música no falta: mariachis, tríos y hasta solos de guitarra entonan las clásicas de Javier Solís, Vicente Fer¬nández, Que te vaya bonito; Volver, volver, las de Pedro Infante y hasta Las mañanitas, en algunos casos.

Las personas se juntan en las fuen¬tes para acarrear agua y muchos en los sepulcros aprovechan para qui¬tar la hierba o acomodar los ladrillos que tienen polvo y muestran el aban¬dono en el cual se encuentran.

Algo es común en el lugar: nadie llora y todos tienen una alegría espe¬cial, rara, desde niños hasta adultos mayores, todos reunidos para comu¬nicarse con sus muertos.

“¿Te acuerdas de lo enojona que era?”, “El cigarro lo acabó, tan joven que era”, “Yo cuidé a mi viejita hasta el último día”, comentan algunos entre las tumbas.

Otros, como don Javier, aprove¬chan para quejarse de la falta de es¬pacios para enterrar a quienes se han ido, incluso pensando que algún día les llegará su hora.

Personal de Protección Civil en mo¬tocicleta apoya a la gente que se siente mal o está a punto del desmayo.

Afuera, los vendedores de flores y garnachas llenan los accesos del panteón, cerrando algunas calles aledañas.

En Todos Santos, los fallecidos se sienten amados, no olvidados, y las calles toman vida en Día de Muertos. Qué ironía, pero así se celebra.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *