Me lo contó la Luna

Por: Claudia Luna / [email protected]

Pasábamos un buen rato con amigos en un bar de la playa cuando conocimos a Stephanie, una chica guapa de ojos dulces, quien se acercó a pedir un cigarro. Terminamos invitándolos, a ella y a su novio, a tomar una copa en nuestra mesa.  Mientras platicábamos, Fernanda, mi amiga de Puebla, y yo le recomendamos: “Stephanie, cocínale algo rico a JC”, refiriéndonos a su novio. Ella nos miró abriendo muchos los ojos y nos dijo: “Es que yo no sé cocinar...”. “Sí sabes cocinar, Stephanie”, le contesté, “es sólo que todavía no lo sabes”.

Al día siguiente, mientras preparaba el almuerzo, me acordé de la conversación de la noche anterior. Y es que las mujeres podemos cocinar de forma intuitiva. Algunas todavía no lo saben, pero es algo natural en nosotras. Damos vida y tenemos la capacidad de alimentar y hacer crecer hijos, familias, pensamientos, ideas, proyectos. También, como dice mi amiga Sabrina, somos el estado de ánimo de nuestra familia. Cuando, sin importar lo que suceda, la mamá dice que todo estará bien, entonces, todo estará bien. Esto es un gran don que conlleva gran responsabilidad.

Guadalupe, mi maestra de meditación, dice que en los templos generalmente el cocinero es un maestro iluminado, porque a través de la comida que prepara los demás reciben su energía. Su trabajo es considerado de gran responsabilidad y prestigio porque los alimentos son una ofrenda a los monjes e iniciados. En el cuerpo existen dos canales principales de energía, explica Guadalupe. Uno vertical que nos conecta a la tierra y al cielo, y otro horizontal que nos conecta con todo lo que existe en nuestro plano.  El corazón es el punto donde convergen ambos canales. Entonces, cuando cocinamos desde el corazón, se activa la vibración del amor a través de las manos generando energía que se transmite a la comida y ligando la tierra con el cielo.

Nosotras las mujeres somos “la fuente”. Tenemos la capacidad de dar vida, alimentarla, nutrirla, inspirarla y hacerla feliz.

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