De entre sepultureros,  boteros y vigilantes del panteón municipal, este hombre resalta por cómo lidia con alistar  la última morada de los difuntos

Por Osvaldo Valencia 

“Es un trabajo sucio, laborioso, largo, cansado”, dice Federico, quien es sepulturero en el Panteón Municipal de Puebla.

No recuerda el día exacto cuando las palas y los picos se convirtieron en sus herramientas diarias. Sólo sabe que desde hace 15 años su labor es  alistar el sitio de último descanso de quienes viajarán a otra vida.

“Sólo llegué al Ayuntamiento a pedir un trabajo y me enviaron para acá. No recuerdo qué sentí cuando me dijeron eso, yo lo que quería era una chamba”, dice sobre su llegada.

Entre los lotes el nombre más “popular” entre panteoneros, boteros y vigilantes es el de Federico.

“Él te puede contar todo lo que se puede saber de nuestro trabajo, es el que más sabe, mejor pregúntenle a él”, dice su compañero Óscar para evitar hablar ante una cámara.

El día a día de Federico está lleno de fosas, restos humanos, lápidas, llantos, gritos y mariachis: de vida y muerte.

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Sus manos evidencian los años que lleva abriendo la tierra pero no son éstas, ni su “uniforme” –que mantiene el café descolorido y una gorra– ni sus tenis polvosos por lo que se le conoce.

Él llama la atención por la confianza y respeto que se ha ganado entre sus compañeros. Él rompe la tensión de la muerte.

“Luego es el que nos habla por los radios, hace un chiste y todos se ríen, para romper la tensión diaria”, describe Óscar.

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Para Federico “este trabajo no es para todos”, física y mentalmente.

No es algo que dice en vano. En un día un sepulturero debe excavar tierra, picar, quebrar, levantar y arrastrar piedras, cavar hasta 1.80 metros de profundidad, colocar el cuerpo del muerto en la fosa, la tierra y la lápida, en promedio, seis veces al día.

—Para cada servicio te tardas dos horas —explica.

—En tres horas —le contesta su compañero Ausencio.

—No, señor, en dos horas se puede hacer este trabajo —recalca Federico, entre risas.

Muchos no soportan el día a día en el panteón y lo abandonan, a más tardar, a dos meses de entrar.

Pero quienes “aman servir” a los muertos, lo hacen por mucho tiempo, como Óscar, quien tiene ocho años en el andar.

O Ausencio con poco más de 19 años en esta tarea.

O Benito, que bien puede ser el que más tiempo lleva dedicando su vida a la muerte, con 25 años entre tumbas.

Ellos, consagrados a dar descanso a los muertos, esperan desde las 7:30 de la mañana, en la puerta del panteón, para iniciar su jornada diaria a las 8:00 horas.

“Esto no es para todos”, repite Federico.

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Lidiar con el luto ajeno también es el reto diario.

“Obviamente las familias que vienen acá cargan con su dolor, el llanto de despedir a su ser, esas son de las cosas difíciles de este trabajo”, cuenta entre susurros Federico, esperando que sus compañeros no lo oigan.

Como sepulturero se aprende cómo lidian las personas con el dolor –comenta–  de la partida de un ser querido.

Algunos lloran amargamente la partida, sobre todo, de niños y adolescentes.

Están los que mantienen su pena sólo para ellos: en silencio.

Algunos disfrazan el sufrimiento entre las trompetas del mariachi.

También están quienes dejan ropa interior, pócimas de brujería, muñecos con amarres en cajas forradas de negro para “atar” a los muertos.

Otros engañan al alma con alcohol y mariguana para superar el adiós, pero todos viven el dolor de ver a otro descansar bajo tierra.

“Hay quienes hasta te regalan una botellita de alcohol, como agradecimiento, otros a veces ni te dan las gracias, pero uno lo entienden, están en su dolor”, justifica Federico.

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La tranquilidad y el descanso no imperan en el Panteón Municipal.

La música del organillo manejado por el cilindrero ameniza la entrada de quienes por una tradición visitan las tumbas de sus seres queridos.

En el pasillo principal un corredor de ofrendas se instala durante unas horas para ganar un concurso y volver, tal vez, hasta la siguiente edición del certamen.

En las tumbas las flores de cempasúchil y los pétalos blancos se desbordan.

Por la noche las veladoras alumbrarán los caminos entre lotes.

A la mañana siguiente, ríos de personas brotarán por los canales del panteón.

“Solo en esta fecha está lleno de gente, para recordar a los que se fueron, el resto del año esto se queda muerto”, dice Federico.

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