Disiento

Por Pedro Gutirérrez / @pedropanista

No hay nada peor para una democracia, en la reflexión del ilustre politólogo Norberto Bobbio, que una sociedad donde  se normaliza lo ilegal, es decir, aquello que contraviene a la ley. Esto viene a colación porque en días pasados el aspirante presidencial López Obrador formuló una propuesta de la más alta gravedad para el Estado de Derecho de nuestro país: la amnistía que daría su gobierno a los delincuentes del crimen organizado.

La propuesta de AMLO de normalizar la ilegalidad no es nueva ni peregrina. Quizá podemos decir –sin temor a equivocarnos– que López Obrador gusta de obrar al margen de la ley. Cuando el inefable tabasqueño quemó pozos petroleros, causó un daño al patrimonio de Pemex por la friolera de 63 millones de pesos,  lo que le valió una denuncia penal en su contra. Luego en el año 2000, cuando anunció la intención de convertirse en Jefe de Gobierno de la CDMX, al entonces perredista se le hizo fácil alterar su expediente personal para demostrar ilegalmente su domicilio y residencia en la capital del país y así habilitar la candidatura al concitado puesto de elección popular. El resultado: AMLO chantajeó a las autoridades electorales y le permitieron competir, ganando a la postre por un estrecho margen contra el entonces candidato panista Santiago Creel.

Ya como Jefe de Gobierno, cómo olvidar el episodio donde los más allegados a López Obrador –caso René Bejarano– hicieron pingües negocios al amparo y cobijo del tabasqueño. En efecto, como si se tratara de la normalidad cotidiana, Bejarano cobraba jugosas comisiones a nombre de López Obrador para beneficiar a empresarios. Paralelo a lo anterior, en la administración capitalina de AMLO se “regularizaron” las campantes ilegalidades históricamente conocidas: el ambulantaje, el transporte público,  los grupos de choque, etc.

Siguiendo la estela de ilegalidades que caracterizan a AMLO, entre 2005 y 2006 el entonces Jefe de Gobierno desacató al Poder Judicial de la Federación e incumplió una sentencia de juicio de amparo que lo tuvo al borde del llamado desafuero –técnicamente denominada declaración de procedencia– . Burlándose política y jurídicamente de las instituciones, López Obrador utilizó este episodio para catapultar una candidatura presidencial fracasada: en 2006 cayó derrotado por primera vez pese a haber comenzado la campaña en la punta de las preferencias electorales.

Todos recordarán, seguramente, la enorme inestabilidad política y social generada por AMLO para reclamar un presunto fraude electoral que sólo existió en su imaginación: decenas de millones de pesos se perdieron en derrama económica (ventas y empleos) gracias al plantón ilegal que impulsó nuestro personaje perdedor. Al final no pasó nada: se declaró presidente legítimo y afectó la economía de toda una ciudad, la misma que él había recién gobernado.

Por todo lo anterior, resulta poco novedoso que AMLO se manifieste por ir en contra de la ley, como en el caso de brindar amnistía a los delincuentes del crimen organizado; es el modus operandi et vivendi de Andrés Manuel, sólo que en el caso más reciente preocupa sobremanera una propuesta de tal magnitud en un país cuyo principal problema es precisamente el que ha generado el clima de inseguridad, violencia e impunidad.

¿Qué explicación le dará AMLO a las millones de víctimas de los capos y delincuentes en el país? Borrón y cuenta nueva es la propuesta de López Obrador, ante la indignación de los mexicanos. La amnistía del frustrado líder de la izquierda retrógrada en México también tiene otras aristas peligrosas: la posible financiación de los cárteles a su campaña y la inserción del narcoestado en México es, por mencionar un par de temas, lo más grave que hemos escuchado en décadas de un candidato que tiene posibilidad real de ganar. No extrañaría que, de triunfar en 2018, AMLO busque perpetuarse en el poder por aclamación popular o una payasada parecida, pues la Constitución del país y las leyes que de ella emanan son verdadero desperdicio para el mesías tropical.

Al final, AMLO sabe aprovecharse de la gente que aún cree en él ciegamente. Usa y abusa del sentir social más recóndito, eso que él mismo llama el México profundo. No podemos permitir que un tipo que desprecia las leyes y que está acostumbrado a infringir el Estado de Derecho o de legalizar lo ilegal gobierne esta nación. En efecto, hoy más que nunca, LÓPEZ OBRADOR ES UN PELIGRO PARA MÉXICO.

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