Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria / @neftalicoria
Hubo un tren en el que viajé por primera vez en un viaje largo. Cuando subí al ferrocarril, supe que el mundo era más lejos que simplemente llegar desde mi pueblo a Morelia o a Zacapu. Cuando comenzó su marcha, podía ver como avanzaba sobre una vía que parecía no tener fin. Monterrey se llamaba aquel destino al que llegaríamos y me cuesta recordar los detalles del tránsito, pero iba en un asiento con madre y padre (les digo sin el respectivo artículo porque así los llamé en un poema donde refiero a ese viaje y su intermitente fiebre mía). ¿No me asentó bien el viaje? ¿O es que me enfermé desde que subí al tren con aquella especie de resfrío gracias al miedo que todo viaje me daba? Temía a los viajes, eso era cierto, porque los viajes también tienen que ver con la libertad. Cada que me subía al camión de mi pueblo para acompañara a madre y padre a la ciudad, temía que en la carretera, el camión no cupiera cuando desde los misterios del sentido contrario, venían los camiones mucho más grandes que el camión donde yo –por consejo de madre–, debía mirar al frente de la carretera y de pie en el asiento, con un limón entero y una moneda de veinte centavos –como ya lo he relatado– para no marearme (recomendación que resultaba inútil, porque al llegar a Quiroga mi palidez era extrema “como la de un muerto”, decía madre). Tenía miedo a los viajes y era el miedo en el que estaba inscrita mi vida frente a lo desconocido. Era un miedo que había llegado a mí, como llega el miedo a todos los pueblos de este país, que desde entonces hasta ahora que lo escribo, avanza en las generaciones, sólo que hoy se ha multiplicado con los recursos del comercio y otros poderes fácticos que provocan un miedo, aunque menos metafísico, no menos efectivo para mantener a flote la ignorancia. Hoy el miedo tiene muchas más aristas. Aquel miedo para mí, era de esa especie que llega a través del sacerdote que asustaba con la condenación y el fuego eterno en el que arden los pecadores y aquellos que desobedecen las leyes de dios. Un miedo que de manera indirecta llegaba a mi casa, aunque debilitado por las firmes ideas comunistas de padre, de las que yo me sentía orgulloso, aunque era claro, que madre las desdeñaba y era incapaz de seguirlas.
En el tren, miraba por la ventanilla un mundo que recuerdo desde el miedo que mi madre me había dado a mamar desde el principio y que tenían un efecto demoledor, pero por otra vía, encontraba en el viaje mismo, un misterio y una oportunidad de encontrar la fantasía a la que mi padre me guiaba. En algún momento en el tren y por alguna razón, lloré durante el viaje y padre me llevó a la ventana. Me levantó y me dijo que no tardarían en alcanzar el tren unos pequeños perros salvajes que acostumbraban perseguir trenes hasta detenerlos. El llanto cesó de inmediato y esperé ver aquellas pequeñas bestias diminutas (siempre imaginé los poco famosos en aquel entonces, perros chihuahueños), que detendrían el tren. No sé cuánto tiempo pasé de pie junto a la ventanilla mirando la tarde y esperando aquellos perritos que debían ser algo maravilloso. Sólo cuando mi padre me los mostró a lo lejos, los pude ver. Me los mostraba padre y los vi correr, allá en la lejanía. Corrían más rápido que el tren y claro que yo los veía. La única diferencia con lo que padre me había dicho, fue que no detuvieron el tren en el que íbamos nosotros, sino un tren vecino que llevaba el mismo rumbo y al que nunca pude ver en aquel paisaje desértico. Los perros salvajes fueron una figura con la que en la soledad de niño, solía imaginar y soñaba con verlos algún día. Los imaginaba pelones de color rojo y con los ojos encendidos como dos lámparas que a manera de los faros de los autos, alumbraban el camino de llegada desde una selva lejana.
El viaje tenía por objeto, visitar a mis hermanos mayores que vivían en un pueblo llamado Valle hermoso, cerca de Matamoros, pueblo al que lo “hermoso” era sumamente difícil de encontrar. Visitaríamos a mi hermano Luis y a mi hermano Guillermo, a quienes yo no conocía y que tenían un taller mecánico al lado de la carretera de paso en el pueblo. Recuerdo que fue un encuentro con gentes que me trataban muy bien. Y había tíos, tías, primos y primas, todos mayores. Corría el año de1965 y yo contaba cuatro años de edad.
(Continuará)
