Fernanda Melchor trajo la tempestad en plena primavera con su libro, una novela delirante cuyo lenguaje encabalgado y torrencial asfixia al lector

Por Alejandra Gómez Macchia  

En el mundillo literario mexicano –como en cualquier otro microcosmos acotado– el ego habla por las bocas de sus miembros, y cada grupo suele manar –a su manera– mezquindad o envidia o resentimiento o las tres anteriores juntas. Sin embargo, algo inédito sucede con una escritora y con su última novela.

Fernanda Melchor trajo la tempestad en plena primavera con su libro Temporada de huracanes, una novela delirante cuyo lenguaje encabalgado y torrencial asfixia al lector. Lo asfixia sin que él, el lector, intente escabullirse de la tortura. Lo de la Melchor es la pena sabrosa, bullanguera y tropical, matizada con aguatintas sanguinolentas. Mórbidos… sus escenarios secretan pus, semen y agua salada.

La bruja anacrónica perdida en las cuencas de un río pestilente. Una bruja transgénero. Una bruja que se embriaga y hace karaoke de Luis Miguel en sus noches de alcohol y enamoramiento. Una bruja que es hija de otra bruja mayor. ¿Una bruja en pleno siglo XXI? Sí. De esas brujas que todavía habitan los pueblos costeros; a las que recurren las señoras del pueblo para amarrar al hombre rejego o para echarle la sal a la puta que amenaza su dicha. La clase de bruja patética que, de no ser bruja y no tener poderes paranormales, sería lapidada en la plaza pública por fea, maricona y farsante. ¡Ay, la bruja! La bruja violácea que flota en el río tóxico. Que es encontrada por personajes marginales. Por chavos barriobajeros que cogen sin condón y que embarazan a sus morras y que beben caguama y que duermen en hamacas junto a su chemo o su toque de mota. El problema del narcotráfico como un rumor de cucarachas trepando en la pared. Eso, y el virtuosismo del lenguaje, es Temporada de huracanes. Forma no es fondo. Forma lo es todo. Las obsesiones oblicuas de la autora que ha conseguido lo impensable: que las mafias literarias se pongan de acuerdo. Que sus contemporáneos se bajen del ladrillo y digan en los pasillos de las ferias –con su consabido tonito norteño-fresi-chairo–: “Es el libro del año. El libro que me hubiera gustado escribir. “La Fer, rifa, güey”. Raro. ¡Rarísimo! Tan raro es el éxito de Temporada de huracanes, que hasta las escritoras que suelen meter zancadillas a sus colegas ven a Melchor ya no como una “joven promesa”, sino como la rival a vencer. Y está complicado, ésa es la verdad.

¡Vaya sorpresa más grata! Amanecer y abrir la página de The New York Times y encontrar Temporada de huracanes entre los mejores libros del año. Sin duda, Melchor ha renovado la narrativa mexicana.

Le ha quitado lo veleidoso.

Le ha añadido acentos y le ha quitado puntos.

No es un vaso de agua fresca, es un trago amargo de ajenjo que te precipita al abismo.

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