Figuraciones Mías
Por: Neftalí Coria / @neftalicoria
Para Efraín Bartolomé,
amigo mío en los años.
Soñé a Octavio Paz. Estábamos en un patio de ladrillos rojos. Él con un saco verde oscuro y una corbata negra. Sentado en un equipal, frente a mí, escuchaba un poema que yo leía para él. Un poema que hoy apenas he comenzado a escribir, y no he terminado (en el sueño estaba completo). Y el autor de “Árbol adentro” lo escuchaba con atención y unos ojos azules grandes que me miraban. No tenía pudor mientras leía ese poema en el que una palabra abandona los labios que no la dijeron, y se lanza por sí misma al aire como si aire fuera, como un obús gris que surca el aire, rumbo al abismo del aire negro que nunca se detiene. Un poema que hasta hoy desconozco, pero en el sueño estaba escrito completo y con mi letra en una hoja blanca. Al despertar, quizás logré avances en la escritura de tal poema, que todavía no es.
Y me pregunto por qué soñé aquella escena. Las razones de los sueños muchas veces son incomprensibles, pero hacía algunos días que hablábamos de Paz en mi taller y recordé cuando con amigos de juventud allá por 1980, recitábamos de memoria las primeras dos páginas de su ensayo “Poesía y poema” que abre el libro de “El arco y la lira: “La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual, es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo; crea otro. Pan de los elegidos; alimento maldito. Aísla; une. Invitación al viaje; regreso a la tierra natal. Inspiración, respiración, ejercicio muscular. Plegaria al vacío, diálogo con la ausencia: el tedio, la angustia y la desesperación la alimentan. Oración, letanía, epifanía, presencia. Exorcismo, conjuro, magia. Sublimación, compensación, condensación del inconsciente. Expresión histórica de razas, naciones, clases…” y lo llegábamos a pronunciar casi en coro con la emoción de estar diciendo poderosas verdades. Como una letanía, lo decíamos en la embriaguez de subir a una cima y pregonarlo para nadie, convencidos que lo que es la poesía, estaba revelado. Y recuerdo cómo mi amigo Arturo Castrejón, años después, podía decir el poema “Piedra de Sol” de memoria pronunciando aquella música endecasílaba, con una cadencia frente a la que no quedaba otra que conmovernos.
En el sueño don Octavio estaba allí sentado, como si le estuviera devolviendo su contribución a mi vida, como agradecimiento a momentos que sin saberlo, me hicieron feliz en los saberes de la poesía. Durante el sueño don Octavio, me escuchaba y aprobaba el poema; me decía que el poema tenía la acción necesaria para mover una roca y yo me alegraba. Es un poema que está respirando por sí mismo, me dijo al final. Yo guardé la hoja manuscrita en el bolsillo de la camisa blanca que llevaba. “Venga usted, le regalaré un cuaderno”, me dijo mostrando una franca generosidad. Y subimos por una escalera hasta un tapanco que estaba junto al hermoso patio. Allí había muchos cuadernos como si fuera una exposición: “Escoja el que usted quiera”, me dijo. Difícil decisión hasta que vi uno con forro de piel y hojas suaves blancas con un cordón de piel que lo envolvía. Lo tomé y él comenzó a describir la colección de cuadernos que allí guardaba. Eran cuadernos que había recogido en sus viajes y los guardaba con orgullo. Allá en el sueño, secretamente, pensé que valoraba esos objetos igual que yo.
La última imagen que recuerdo del sueño, fue: don Octavio bajando las escaleras de aquel resistente tapanco y la llegada al patio, pero nunca supe en que lugar estábamos.
Al despertar, desconcertado y riéndome por lo absurdo de aquella vivencia onírica, fui a mis libros y encontré una edición de “El arco y la lira”. Lo abrí y vi mis subrayados en el viejo ejemplar. Recordé la sorpresa que me causó en aquellos días en que contaba 18 años y leía la poesía del poeta mexicano. Eran días de acercamientos a la poesía, de mayúsculos estremecimientos en los que la decisión por dedicar mi vida a escribir poemas, estaba escrita ya. La presencia de la poesía, me acompañaba de una manera radical. Y como lo ha dicho mi amigo Efraín Bartolomé: “La clara percepción de su dulce misterio. En su presencia mis emociones se agudizaban y me llevaban del deslumbramiento a la parálisis. Todo esto, creo, produjo la vida interior que nutre mi sensibilidad poética. Creo que así descubrí la poesía; por el lado luminoso del mundo.”
Y como sin duda debió ocurrirle a Efraín, la presencia de la poesía se vio fortalecida por la presencia de otros poetas que extendían su obra ante sus ojos. Así, mi niñez, mis etapas primarias de hallazgos poéticos, se vieron alienados por la poesía de Octavio Paz y la poesía de otros muchos poetas que fui conociendo en el camino joven de la escritura y que ahora puedo percibir con detalle, lo que los maestros me heredaran. Efraín Bartolomé mismo, a quien recuerdo en viejas noches tapatías de álgidos momentos poéticos y una exaltación de la oscuridad que lo acorralaba en su escritura y que le dio a manos llenas el hermosísimo libro “Cuadernos contra el ángel”. Él me enseñó que la belleza está en la negrura de recibir el golpe de un sable en la espalda y vivir frente a un ventarrón triste que nos llega hasta el cuello como el agua que ahoga, como el agua que nos deja mudos igual que a los ahogados.
El sueño me devuelve recuerdos y aquí quiero seguir escribiéndolos, como si el agua negra de la poesía nos quitara la sed y el siguiente paso debiera fuera saber –como lo preguntó Machado–, “para qué sirve la sed”.º
