La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Un corro de señoras refinadas que conozco, me agregó a su grupo de Whatsapp. En ese grupo, como es de esperarse, se rolan pitazos de tránsito para llegar temprano por los mocosos a la escuela, cadenas de oración por algún amigo del amigo del familiar, links sobre dietas, consejos para parecer de veinte años sin gastar en bótox… son señoras sanas, pienso. Tan sanas que se levantan a las cinco de la mañana para hacerle el lunch a los niños o al marido. Tan sanas, que hacen yoga a esas horas de la madrugada. Tan pero tan sanas, que dan los buenos días al resto del grupo sin pensar que dentro del mismo hay personas no tan sanas ni tan madrugadoras ni tan devotas. Somos pocas las que no contestamos “buenos días” a las cinco de la mañana, aunque la vibración del celular nos joda por completo el despertar. He estado a punto de salirme del dichoso grupo, pero no sé bien por qué no me decido a hacerlo. ¿Será porque me gusta estudiar el comportamiento de las demás? Supongo que es por eso, de otra forma ya las hubiera mandado a callar con un bozal pues, por lo general, no me interesa nada de lo que dicen o mandan. No soy ni creyente, ni piadosa, ni activista, ni feminista, ni mamá gallina. Tampoco me ocupa mucho escapar de los embotellamientos. Lo que sí les agradecería (y sería muy útil) es que, en vez de avisar cuando hay un choque o un auto averiado, me pongan al tanto si hay alcoholímetro en los bulevares, pero al parecer las señoras del grupo no beben, o si beben, se las han de poner de buró, ya que en un año de constante cotorreo, ninguna ha advertido a otra que haya retén, lo que me lleva a concluir que ese grupo está habitado por santas o marcianas… ¿o qué de plano yo soy una escoria? ¡Puede ser, puede ser!, pienso. Sin embargo, descarto ese mal pensamiento sobre mí misma en cuanto varias de las chicas envían como en cascada, pero cada una por su lado, el mismo meme. O distinto meme, pero con un mismo propósito: verle el pito al Negro del Whatsapp. En ese momento no puedo más que imaginar a las viejas del grupo haciéndole zoom in al gran falo del negro. Haciéndole zoom in mientras cortan la fruta para sus maridos cocainómanos e impotentes. Haciéndole zoom in mientras se ponen gelish en las uñas. Haciéndole zoom in mientras ejecutan respiraciones profundas en su clase de Ashtanga. Haciéndole zoom in mientras están en la junta de firmas de boletas escolares. Haciéndole zoom in mientras esperan a su ginecólogo. Haciéndole zoom in mientras escuchan la homilía dominical. Haciéndole zoom in mientras esperan que el semáforo dé luz verde. ¿Cuántos accidentes habrá provocado ya ese Negro y su monstruoso pene? Imagino también a las mismas señoras, ninguneando al Negro si se lo topan en Mandinga vendiendo ostiones en cubeta. O si resultara ser el “viene viene” de algún centro comercial de Guerrero. Lo más chulo del asunto es que ese meme no llega al grupo abierto. Las mustias se lo mandan a las demás participantes en mensaje privado, haciendo las delicias de la otra y de la otra y de la otra. Una vez recibí veinte veces la foto del Negro del Whatsapp. Al día siguiente otras veinte. Así, mi galería del teléfono (que guarda los archivos recibidos) se llenó del Negro. Pero qué tal el día en que osé mandar la foto del Negro al chat colectivo. Uf. Recibí mentadas y dadas de baja. Y es que, ya se sabe, en esos grupos no se deben tocar temas escabrosos, y el Negro es sin duda un tema escabroso. Digamos que el Negro es un recordatorio permanente de las miserias que tienen en sus casas. Porque, eso sí, muy santas y muy puras y muy fitness, pero cómo les gusta exhibir las tropelías y las pobrezas de sus maridos. Por eso no me salgo de esos grupos: son un manantial de mierda bruta para hacer un fresco sobre la vida conyugal de las poblanas… con Negro del Whatsapp a manera de exvoto.
