Me lo Contó la Luna
Por: Claudia Luna
En las mañanas, mientras me baño, se me ocurren cientos de ideas. Posiblemente esto sea un efecto del agua. Es un momento íntimo que disfruto. El sonido del agua de la regadera y el calorcito crean el ambiente ideal para mis reflexiones. Me encanta mirar a través de las persianas de madera blanca. Alcanzo a ver las plantas del jardín, la barda cubierta por la enredadera verde y las palmeras de la casa del vecino. Las ideas me van llegando mientras cae el agua. Algunas veces reviso lo que me preocupa, otras veces me sorprenden pensamientos que aparentemente surgen de la nada.
Hoy, a la hora del baño, se me ocurrió hacerle un encargo “vital” a Camila, mi hija. Así que, cuando escucho su voz en la recámara, me seco a toda prisa para salir y transmitirle mi pedido: “Cami, cuando sea vieja, no permitas que...”. “¿Que te vistan como tonta?”, me interrumpe. Suelto una carcajada y le digo: “Bueno eso, claro, pero aparte hay algo muy importante...”. “Esto es importante, ma. No voy a dejar que te veas como un guajolote”. Mis preocupaciones sobre el futuro, que hasta ese momento me parecían muy serias, se desvanecen y elijo entrar a la feria de la mano de Camila. Estar en el presente riendo con mi hija es un regalo. No sé qué traerá el futuro, pero esto no quiero perdérmelo. “¿Quieres decir que cuando esté vieja voy a ser gorda como un pavo? ¿Para eso he hecho dieta toda mi vida?”, le pregunto y empezamos a bromear.
La risa es poderosa, logra desvanecer las tinieblas, acaba con los miedos y da paso a la luz. La risa poncha las preocupaciones como lo hace un alfiler con un globo.
Después de un rato de carcajadas con mi hija, me pongo a pensar en la cantidad de veces que la inquietud por un futuro que no existe me ha quitado el bienestar del presente. “Claudia, suelta eso”, me digo cuando empiezo a darle vueltas en la cabeza a lo que podría ser. “Cuántas veces te has perdido la vida por pensar en el mañana y no lo puedes programar ni controlar hasta que se convierte en hoy”.
Hay veces que he sentido deseos de regresar el tiempo y llenar de risas los momentos que perdí por planear un porvenir perfecto. “Pero, Claudia”, pienso en ese momento, “¿para qué quieres llenar de risas el pasado si tienes el presente?”.
Termino mi plática con mi hija. Antes de salir corriendo a trabajar, me volteo y le digo: “Acuérdate, mi amor, no permitas que nadie me vista ni como guajolote ni como cotorra cuando sea vieja... Tampoco como zopilote, por favor”. Salgo con una sonrisa en los labios y siento el aire frío de la mañana en la cara.
