La muchedumbre estalla en júbilo cada vez que el Tabasqueño arremete contra el actual Gobierno Federal y los ex Presidentes.

Por: Mario Galeana

En su último día de gira por Puebla, Andrés Manuel López Obrador se pone nostálgico. Desde el templete, cuenta a la multitud que aquí, en este mismo pueblo de nombre Santa Rita Tlahuapan, un hombre llamado “Chong” le dio hospedaje en su casa hace 20 años, mientras recorría el país.

“¿No saben si vino?”, le pregunta a la muchedumbre que responde “sí, sí, sí”, y señala a un pequeño hombre de gorra que alza la vista, emocionado.

El templete es, también, nostalgia pura: Manuel Bartlett mira hacia la gente pero, al ser presentado, da apenas un paso hacia el frente y se devuelve, gira un poco el cuerpo, mira hacia otro lado, se esconde: se avergüenza.

Si los aplausos son un termómetro de popularidad, los únicos que podrían salvarse son López Obrador y el precandidato al gobierno de Puebla, Miguel Barbosa Huerta, que en todo momento está flanqueado por su esposa y por un hombre del que a veces, cuando no quiere usar el bastón, se sostiene.

Por lo demás, casi ninguno es vitoreado con el mismo júbilo. Y quizá no sea su culpa: el propio Andrés Manuel debe ayudarse de un papel para poder presentar a todos por su nombre, incluyendo a los precandidatos al Senado, Nancy de la Sierra Arámburo y Alejandro Armenta Mier, con quienes habla poco, aunque ellos se esfuercen en secretear cosas a su oído a cada oportunidad.

Lo mismo ocurre con Fernando Manzanilla Prieto, quien tampoco despierta gran interés por parte de la multitud que aúlla, que hace sonar la batucada y que repite, una y otra vez, esa frase que dice “¡Es un honor estar con Obrador!”.

La gente no puede permanecer un minuto sin gritarle algo a ese tabasqueño que arrastra cada “ese” hasta convertirla en “jota”.

Sus palabras en este último día no son distintas a las que ha soltado en los cuatro días anteriores y, quién lo diría, la respuesta de la multitud tampoco cambia un ápice.

Cada vez que López Obrador dice que quitará la pensión que reciben los ex presidentes Carlos Salinas de Gortari y Vicente Fox, la multitud estalla en aplausos.

Cada vez que dice que venderá el nuevo avión del presidente Enrique Peña Nieto a Donald Trump —y lo pronuncia Trump, no Tromp—, la multitud estalla de nuevo.

Cada vez que habla de la “estigmatización” que han sufrido los pueblos a causa del huachicol, la multitud estalla de nuevo.

Cada vez que dice que en cada elección se reparten “láminas de zinc, láminas de cartón, y en algunos lugares hasta pollos, cochinos, marranos, cerdos, puercos, eso es lo que son los que compran votos”... La multitud estalla otra vez.

Es un discurso ensayado en el que nada olvida: la corrupción, los salarios de los altos funcionarios, el uso del Estado Mayor Presidencial, la violencia del narcotráfico, la adhesión de militantes de otros partidos hacia su movimiento. Todo es repasado durante los casi 60 minutos que toma el micrófono.

Lo hace en Santa Rita Tlahuapan, y lo hace ahora, nuevamente, en San Andrés Cholula, donde la tarde cae ante unas cuatro mil personas que se reúnen para asistir al último mitin que López Obrador encabezará en el estado en los próximos meses.

A la larga hilera de personas que lo acompañan en el templete se agrega, esta vez, Esteban Moctezuma, al que presenta como el próximo secretario de Educación Pública (SEP), cuya sede —promete— será establecida en Puebla una vez que gane la presidencia de la República.

En el templete está también el alcalde de San Pedro Cholula, José Juan Espinosa Torres, pero su presentación está colmada de abucheos y rechiflas. Los trabajadores del Ayuntamiento, quienes merodean entre la multitud reunida en el mitin, sólo encojen los brazos cada vez que alguien grita desde el público “¡Fuera José Juan!”.

El edil sólo responde con una risa burlona y dice algo que nadie alcanza a escuchar. La mala fortuna es doble: como en un efecto de arrastre, cuando presentan nuevamente a la precandidata Nancy de la Sierra, su esposa, los abucheos persisten.

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