La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia 

Tenía 13 años y ya me fascinaban los niños más grandes. Mi hermano, que era cinco años mayor, estaba rodeado de amigos. Amigos guapos que atraían todas las miradas. Mi hermano también era guapo, pero muy ñoño. A él le interesaba más jugar una cascarita de fut que ir a ligar a las plazas comerciales donde nos reuníamos los chavos. Por eso mi hermano ponía siempre mucha atención en lo que yo hacía: decía que yo era una niña precoz. Vivíamos en una privada que daba justo al lado de otra privada. Eran, casi, privadas gemelas con el mismo estilo de casas: casas californianas con teja y dos aguas. Lo malo era que en nuestra privada vivían los chicos más feos. Buena onda, valedores, pero feos. Así que las chamacas nos íbamos todas las tardes a andar en bici o en patines a la otra privada. Ahí vivía un tal Luis Aguilar: el chavo por el que todas morían. Un imberbe güero que había llegado de Estados Unidos. Por ese hecho, por ser medio gringo, las amigas babeaban aún mas, pues se las daba de muy cosmopolita. Era bonito, sí, pero no como para tener que cumplir  todos sus caprichos a cambio de que te brindara unas horas de su tiempo. A mí nunca me gustó ser la sirvienta de nadie, y menos de un puto escuincle tres años mayor que sólo por ser güero y hablar inglés se sentía la divina garza envuelta en huevo. Recuerdo que el tal Luis tenía engañadas a las chicas de mi calle; les decía que él había sido el doble de Macaulay Culkin en un video de Michael Jackson. El colmo era que ellas le creían. También teníamos otro vecino muy galán. Memo. Memo era una maldita escultura griega. De verdad, tenía unas facciones perfectas y un cuerpo recién desarrollado perfectamente trabajado en el gimnasio. Memo no vivía en ninguna de las dos privadas antes mencionadas. Memo era el rico del barrio. Memo tenía una casa enorme que le daba la vuelta a la calle. Entonces, Memo estaba por encima de Luis, porque Luis solo era guapo, pero Memo era guapo y rico. El problema de Memo radicaba básicamente en que era un drogón desde los 13 años. Su madre nunca estaba en casa y creo que jamás vimos al papá. Memo era simpatiquísimo, el hombre perfecto, pero le encantaban las drogas, así que difícilmente nuestros padres nos dejaban ir a la mansión de Memo, en la que también vivían sus dos hermanas. La chica era una verdadera Polly Pocket, mientras que la grande era ya una Barbie que salía con chavos mayores. A ella, a la grande, todos mis amigos le rendían pleitesía, y evidentemente ella abusaba de sus lacayos. Mi hermano fue uno de ellos. Las amigas de la privada odiábamos a la hermana grande de Memo porque en cuanto aparecía, todos los chavos se echaban al piso. Nosotras desaparecíamos en ese momento. Por eso la odiábamos. Por eso y porque le metía mano a todos nuestros pretendientes, lo que nos hizo calificarla como la puta mas grande de Cholula y sus alrededores. Esa es la verdad. No pasó mucho tiempo cuando, ya bien entradas en la pubertad, todas las niñas de las privadas agarraron novio. Mariana se ganó a Luis porque era la más chinchona, y así, sucesivamente, Luis fue rolando por todas. Pero yo no quería a Luis ni Luis me quería a mí porque a mí Luis siempre me pareció un farsante tarado y yo a Luis le parecía fea y pedante. A mí el que me gustaba era Memo, y no por guapo ni rico, sino por loco y drogón. Y yo le caía bien a Memo, pero a Memo le gustaba Hilda, por ser güera y nalgona. Como quien dice, yo no era un buen predio. Sin embargo, no me frustré. Esperé pacientemente a que apareciera el amor de mi vida, y no tardó en aparecer. Fue en una fiesta que se organizó en mi casa. De pronto, entre la palomilla se encontraba un elemento ajeno. Un chico gordo gordo al que todos respetaban por gordo y porque era la cabeza de su familia, es decir, no tenía papá y por las tardes iba a ayudar a su mamá a una joyería que tenían. Se llamaba Federico. En la fiesta, mientras todas la parejitas jugaban a la semana inglesa y a la botella, Fede se acercaba a los discos de mi papá y los analizaba. Luego iba hacia los libros y los hojeaba. Y mientras todos empezábamos a fumar Alitas a escondidas, él llevaba en su bolsillo un puro Cohiba. Fede era un señorcito que traía en la muñeca un Rolex que había sido de su padre. Pasadas las horas, me di cuenta que Fede me gustaba por ser completamente distinto a los tarugos de la privada, y aunque ese día Memo se me acercó con más interés que otros días, decidí comportarme a la altura y no irme a fumar mariguana con él, ya que sabía de antemano que Memo no quería nada serio, sólo buscaba alcahuetes. La fiesta terminó como a media noche y todos los amigos se fueron felices. Las niñas completamente rojas de los cachetes por tantos besos, los niños con un intenso dolor de testículos, también por tantos besos. Fede en cambio se fue de lo más entusiasmado porque yo le había prestado de contrabando tres discos de la colección de mi papá. Al día siguiente me percaté que Fede iba a mi misma escuela, y a partir de ese momento no lo solté. Me le pagaba en la hora del recreo y lo sonsaqué para que, saliendo de la escuela, me llevara en los diablos de su bici. La escena era de lo más conmovedora: el gordo Federico llevando a la flaca Alejandra como su chorreada. ¿Qué si llegamos a ser novios alguna vez? Nunca. Federico jamás se atrevió a declararse aunque yo le gustaba. Y esa primera decepción amorosa fue tan brutal para mí que me llevó a tomar decisiones no muy acertadas. Al ver que los meses pasaban y que Fede no daba color, me fui directito a los brazos de Memo, el drogón. Fui la envidia de las amigas, claro, aunque no por mucho tiempo… una nueva vecina llegó a la privada y me dio baje de la forma más vil. Federico fue la única oportunidad que tuve para andar con un hombre correcto y sin vicios. Él nunca lo supo, pero su cobardía significó un parteaguas en mi vida, ya que después de él, siempre me incliné por puro bad hombre. No cabe duda que Freud algo sabía cuando dijo que infancia es destino. ¡Gracias, pinche Fede!, por tu culpa acabé liada con puro cabrón.

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