
La Quinta Columna
Por: Mario Alberto Mejía / @QuintaMam
Las precampañas políticas de los actores que buscan llegar a Palacio Nacional son circos mediocres con payasos mediocres.
Digamos que esto que acabamos de ver fue el espectáculo de un circo pobre sin bestias —salvo los precandidatos— y con mucho payaso de las cachetadas.
El más protagónico de todos, el que más oficio tiene en esas pistas, es López Obrador.
Dueño de un espectáculo de pantomima en el que caben todos —Elba Esther, Bartlett, Napoleón Gómez Urrutia, Ebrard, el nieto de Elba Esther—, AMLO viene metiendo a tanto delincuente a sus filas que llegará el día en que nadie pueda cerrar la última puerta.
Prometer no empobrece, cierto, dar es lo que aniquila.
Y como una campaña está hecha para prometer hasta el cansancio —sin la necesidad de cumplir un solo punto—, Lopez Obrador se burla de todos prometiendo lo impensable.
Los otros payasos, en cambio, se han quedado repitiendo sus viejos trucos de siempre: dar cachetadas con guantes de madera, tragar espadas de algodón de azúcar y llorar lágrimas de cocodrilo.
El público, hay que decirlo, ya está harto de esas escenas y prefiere ver al saltimbanqui del brazo de la Maestra o del cogote de don Napo.
El espectáculo es novedoso cuando menos.
Por lo pronto, las masas rehenes del sudor sueñan que un día se emanciparán de ese maldito, estúpido, sudor.
El final de su sueño es predecible:
Se ven marchando por las alamedas de la historia del brazo de su libertador.
Todo, faltaba más, como una telenovela de Epigmenio Ibarra.
Olvidan que estamos en México y que el Sistema será lo que usted quiera —corrupto, viciado, terrible—, pero es el Sistema.
Y cuando está en riesgo la prevalencia de éste no hay navajazo inútil.
Al final del día —oh, sí, que pena—, estamos en México y no en Noruega.
La Terapia de Choque del Alcalde Banck. Cuando Luis Banck Serrato, presidente municipal de Puebla, descentralizó por primera vez su informe de gobierno y trasladó la sede a Bosques de San Sebastián, ninguno de sus invitados imaginó jamás que llegaría a esa zona de la ciudad de Puebla.
Hoy que hará lo mismo, pero en la junta auxiliar de Romero Vargas, algunos se preguntan las razones de esos cambios de sede.
Varios extrañan la comodidad de los recintos de siempre: los sillones mullidos, el aire acondicionado, los pisos alfombrados.
Llevarnos a la Romero Vargas, faltaba menos, es el equivalente de un viaje al infierno sin Virgilio de por medio.
Un viaje, sí, al México Bronco —a la Puebla Bronca.
Un viaje a lugares bañados de leyendas negras.
Leyendas de inseguridad, violencia, uno que otro asesinato.
No es descabellada la estrategia del alcalde Banck de hacernos huéspedes, aunque sea por unas horas, de la Puebla de la que muchos hablan —entre vasos de whisky— y pocos realmente conocen.
Lo importante aquí es que nadie olvide esos paisajes.
Olvidarlos sería como cerrar los ojos ante una realidad más que dolorosa.
No es turismo de la pobreza ni cosa que se le aproxime.
Es, otra vez sí, una terapia de choque con la realidad como escenario.
