La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Una amiga que está próxima a casarse me dice: “después de un ramillete de cabrones, al fin encontré al hombre que me va a dar paz. No es el amor de mi vida, pero, ¿de qué sirve casarte con el amor de tu vida si, gracias a la convivencia, ese amor se volverá odio?”. Me quedo pensando un momento. Mi amiga tiene razón en dos cosas: el tipo con el que se va a casar es bastante tranquilo y también es cierto eso de la convivencia y el odio. Sin embargo, después de unos tragos se me suelta la boca y hago una disertación sobre los cabrones “de confianza”, es decir, mi tesis va enfocada a que más vale un cabrón conocido, que un supuesto Susanito anónimo. Ella no entiende cómo puede ser posible que después de tantos dramas en mi vida, defienda a los cabrones. A veces ni yo me entiendo, le contesto. Pero estoy segura que nunca podría confiar más en un pan de Dios que en un hijo de puta. Me explico: todo mi repertorio amoroso ha estado poblado por cabrones. Solamente dos veces anduve con hombres aparentemente tranquilos; cosa que es una falacia total, ya que al ser una mujer voluntariosa y dominante, esos hombres acabaron perdiendo el centro. Mis grandes amores han sido verdaderos cabroncetes que no se tientan el corazón a la hora del engaño. Sin embargo, así los conocí. Curiosamente el hombre que nace cabrón se muere cabrón, y si su patología se acentúa en algún momento, es a la hora de querer establecer su autoridad. En pleno enamoramiento, pues. Cuando a una la agarran tonta y vulnerable. Pero eso dura poco, dije, y si se sabe sobrevivir al cabrón de tus sueños, ese cabrón con el tiempo pasará a ser más la caricatura de un cabrón que un cabrón en serio. Es la ley de la vida. Al cabrón profesional, como buen profesional, un buen día le llega su hora de jubilación. Y si la mujer soportó o hasta se divirtió con la cabronería del cabrón joven, tolerar al cabrón tardío es mucho más sencillo. Mi amiga no da crédito a lo que escucha. No lo cree pues en repetidas ocasiones me vio colgada del candil por un cabrón. Aun así, escucha intrigada mi disertación… Tú (como yo) eres adicta a las emociones fuertes. Te gusta espiar a tu cabrón, acosar a tu cabrón, cachar en las mentiras a tu cabrón. Esas prácticas ciertamente enfermizas te mantienen viva, aunque también te matan lentamente, pero, ¿para qué quieres una vida sin sobresaltos que te va a condenar al aburrimiento? Okey, crees que encontraste al hombre ideal para casarte porque no eres tonta y sabes que, a la postre, todas las parejas son aburridas, y prefieres iniciar la condena con un buen pastor que con un tipo que seguro te llevará a la bancarrota emocional. Es válido. Tendrás años apacibles. Tendrás un buen hombre que te ayudará a cambiar pañales en vez de andar huyendo de ti para irse de viejas. Eso me parece un acierto, pero para las mujeres tranquilas. Finalmente, cuando uno tiene hijos suele abandonar un poco a la pareja, y nada mejor que un así llamado “buen hombre” para que aguante la sequía. Pero aguas: el cabrón es predecible. El cabrón cambia muy poco. El cabrón sólo hace variaciones sobre el mismo tema. En cambio los “buenos hombres” dejan de ser buenos hombres en cuanto ven que ya tienen echada la soga. He conocido a muchos hombres ejemplares, como con el que te vas a casar. En Puebla abundan los hombres probos e intachables que son la encarnación de la virtud: ayudan en casa, son proveedores puntuales, cuidan a los hijos, van a misa, planean vacaciones con toda la familia… se oye poca madre. Y es poca madre hasta que un buen día, tú, adicta al maltrato, te hartas del pusilánime y buscas entramparte de nuevo en el mundo de algún jijoeputa. El cabrón ausente que, en el fondo, deseas. Pon tú que eres lista y te encuentras a ese cabrón por fuera, pero en el momento en el que tu “buen hombre” descubra que sigues machacándole a la cabronería, la actitud de ese “buen hombre” cambiará radicalmente, aunque también muy discretamente. Por eso digo que siempre es preferible ir a lo seguro. Es decir, si te gusta lo cabrón, quédate con un cabrón, pues el cabrón es hasta cierto punto más manipulable que un “buen tipo” al que un día le aflora el resentimiento… con los ojos salidos del cuenco, mi amiga apura su trago y pide la cuenta. Sale del restaurante y se dirige a casa de su prometido. Parece que no escuchó mis consejos. Se casará con él “buenito” el próximo otoño, sin embargo, por ahí me enteré que, saliendo de la casa del “buen hombre” con el que unirá su vida, la mandó un mensajito por WhatsApp a su ex, es decir, a su cabrón de cabecera. Le puso: “hay que vernos antes de octubre. Necesito regresarte las cosas que dejaste en mi departamento”.
