Por: Mario Alberto Mejía/ @QuintaMam 

El PRI y el PAN son hijos de un mismo padre voraz que sólo tiene una obsesión: el poder absoluto.

La madre de éstos es la que dibuja Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad: la madre abierta o violada por la fuerza: la Chingada.

En consecuencia: el PRI y el PAN son hijos de la misma.

Hijos bastardos, faltaba más.

Los otros partidos políticos —PRD, PT, MORENA, Movimiento Ciudadano, Partido Verde, Nueva Alianza, etcétera— son los bastardos sin gloria del PRI.

Todos quieren lo mismo en el menor tiempo posible: la Presidencia Imperial.

El PRI y el PAN se necesitan para acceder al poder.

Sobre todo desde 1988, cuando el hoy demócrata de mezclilla Manuel Bartlett se ganó para siempre el “Fraudlett” que le puso Porfirio Muñoz Ledo.

En el 94, cuando el PAN corría el riesgo de llegar a Los Pinos, Diego Fernández de Cevallos —hoy de regreso— se retiró a sus habitaciones para que Ernesto Zedillo creciera en las encuestas y ganara la elección.

En 2000, Zedillo, harto del PRI y seducido por la transición, le abrió las puertas de Los Pinos a Vicente Fox, quien dejó en claro que la estupidez no está peleada con la Presidencia de la República.

Seis años después, el pragmatismo unió de nuevo a ambos partidos al sumar esfuerzos para que llegara Felipe Calderón.

Los gobernadores priistas, incluido, faltaba menos, Mario Marín Torres, operaron felices esa opereta.

El arribo de Peña Nieto a Los Pinos hubiera sido impensable sin el PAN y Josefina Vázquez Mota, víctima ideal del PRIAN en toda clase de elecciones.

Hoy, por primera vez en muchas décadas, el PRI y el PAN van separados en la aventura por Los PINOS.

(Un guionista loco los puso a competir entre ellos).

Sólo así puede ganar López Obrador.

Sin complicidades, el Sistema es ineficiente y la dictadura perfecta no funciona.

A unos días de que inicien las campañas más ruines en la historia reciente de México —las más peligrosas, las más sucias—, el Sistema pretende meter orden y descarrilar a Ricardo Anaya: el estorbo más visible en este matrimonio del cielo y el infierno.

Fuera de la boleta presidencial Anaya, los acuerdos volverán a darse.

Y con éstos, las complicidades.

De consumarse esta operación, el Sistema sólo tendría un enemigo a vencer: López Obrador.

Y ya sabemos cómo se mueven en las sombras los felices tertulianos.

De no darse el descarrilamiento, no habrá fiesta en la casita del placer.

O sí: pero en ésta oficiaría el hijo pródigo de Macuspana.

 

Nota Bene: El Sistema Político Mexicano es como Dios: dueño de mares, coordenadas y montañas.

Pero el espíritu de Epicuro puede dar al traste con todo.

Sobre todo desde sus dudas filosóficas planteadas en la siguiente paradoja:

“¿Es que Dios quiere prevenir la maldad, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente. ¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo. ¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces la maldad? ¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?”.

Por cierto: el mordaz Zeus Munive exhibió hace unos días la ignorancia de un egresado del ITAM y de Harvard que pasó Filosofía de noche: Fernando Manzanilla Prieto.

Vea el hipócrita lector cómo Munive le enmendó la plana en una reciente columna publicada en 24 Horas Puebla:

“¿ Usted sabe de quién es esta frase: ‘Llegará un momento en que creas que todo ha terminado. Ese será el principio: Epicureo’(sic)? ¿Sabrá quién escribió este ‘tan bonito pensamiento’ —salido de la sección de Sanborn’s de autoayuda, ahí donde están los libros de Osho, Coelho y la psicomagia de Jodorowsky— que Epicureo nunca existió?

“¿Se referirá acaso a Epicuro?”.

Y no fue error de dedo, porque hasta le mandó a hacer un cuadrito muy mono a su “pensamiento”.

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