Vestir el rostro
Por: Miguel Ángel Andrade
Hay una pregunta como fondo en estos retratos ¿nos pertenece la identidad que nos imponen o la identidad que expresamos?
Luis Arturo Aguirre encontró una fórmula que, en un primer momento, deja felices a todos: a quienes posan y a quienes observan. Aquellos porque representan estilos e iconos que han pasado a la historia, éstos porque con esa apariencia no ven el trazo de violencia, intolerancia y discriminación que hay en la vida de los travestis.
Vemos, en cambio, retratos coloridos y exaltantes de personajes que esconden su verdadero rostro en la máscara del maquillaje.
¿A quién desnuda el encuentro con estas imágenes? Ellas, las desvestidas, no parecen intimidadas, antes se muestran orgullosas e incluso coquetean con el fotógrafo. Los gestos con que reaccionamos a la realidad revelan a veces nuestro verdadero rostro, o más bien manifiestan la relación que tendemos entre nosotros y el mundo. La fotografía reciente ha explotado este filón de la personalidad a tal grado que en ocasiones el gesto dice más que el atuendo o el lugar.
En este caso, la desnudez nos obliga a mirar con atención los rostros que se nos esconden.
La época contemporánea ha traído de vuelta los juegos de identidades que se pusieron de moda en el teatro el Siglo de Oro. A fuerza de vestirse y desvestirse, de intercambiar roles y contextos, el Gil de las calzas verdes de Tirso de Molina, termina él mismo confundiendo su personalidad.
Lo mismo ocurre con quien observa estos retratos. La confusión se instala en el espectador que no atina a establecer un género específico, pero acepta la ambigüedad de la imagen. No sabemos a ciencia cierta quién nos mira del otro lado de esa mirada que sonríe o se ruboriza, sólo intuimos la complicidad con el fotógrafo y la voluntad expresa de su apariencia.
A pesar de su aspecto simpático y agradable, esta serie impone una trampa que utiliza la belleza como anzuelo. ¿Quién se atreve a desnudarse de prejuicios al encuentro con estas imágenes?
