Bitácora
Por: Pascal Beltrán del Río / @beltrandelrio
El espantoso crimen que se cometió contra los estudiantes de cine de Guadalajara ha provocado consternación en el país.
Y no sin razón. Que tres jóvenes sean asesinados brutalmente cuando sólo estaban haciendo la tarea es una muestra de barbarie y la constatación de que en México nadie puede vivir tranquilo.
Peor aún es saber que los homicidas decidieron no dejar rastro de los jóvenes y para ello pagaron a un rapero a fin de que disolviera sus cuerpos en ácido.
Es decir, quitaron a sus familiares incluso la esperanza de enterrarlos.
He ahí un guion con final macabro del que estos jóvenes —que filmaban un cortometraje de horror— se convirtieron en protagonistas involuntarios, y que rebasa en todos los sentidos a la imaginación.
Pero si uno revisa la historia con detenimiento, surgen mayores razones para el miedo colectivo.
Durante los últimos meses, la zona metropolitana de Guadalajara y muchas otras del estado de Jalisco han vivido una ola de asesinatos y desapariciones. No quedaba claro por qué una entidad dominada por un solo gran grupo delictivo —el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), designado como el más importante del país por las propias autoridades— se había convertido en un campo de batalla, como sucede en aquellos estados donde dos o más grupos se pelean la plaza, entre ellos Guerrero.
Cuando hablamos del CJNG, nos referimos a un grupo con la capacidad de realizar ataques simultáneos a las fuerzas federales, en diferentes ciudades del occidente del país, como ocurrió en abril de 2010, diciembre de 2011 y mayo de 2015.
El crimen de los estudiantes de cine ha permitido ver la razón de la reciente racha de violencia en la que ha habido varias masacres: la fractura interna del CJNG, protagonizada por Carlos Enrique Sánchez Martínez, alias El Cholo, quien fuera el brazo derecho del líder del cártel, Nemesio Oseguera, El Mencho.
La experiencia muestra que las guerras intestinas en el crimen organizado mexicano suelen ser incluso más violentas que las disputas entre grupos rivales. El rompimiento de la alianza entre Los Zetas y el Cártel del Golfo, que comenzó en 2010, es un buen ejemplo.
En el caso de Jalisco, la ruptura entre El Cholo y El Mencho tiene un año de haberse producido y, como digo arriba, ha sembrado de cadáveres varias partes del estado. La organización formada por el primero de ellos ha recibido el nombre de Nueva Plaza.
La forma como el triple asesinato se liga con este conflicto entre criminales es mediante la tía de uno de los muchachos asesinados, quien, hasta que fue detenida, fungía como prestanombres de uno de los lugartenientes de El Cholo.
Hoy detenida —acusada de lavado de dinero, entre otros delitos—, la tía tenía la custodia de la finca en el municipio de Tonalá a la que acudieron los estudiantes a realizar la tarea. Dicha propiedad era conocida como casa de seguridad de El Cholo.
La noche del 19 de marzo, cuando los estudiantes se retiraban, fueron interceptados por sicarios del CJNG que aparentaban ser policías. Por alguna razón, los criminales dejaron ir a tres mujeres que los acompañaban, entre ellas una prima de Javier Salomón, uno de los asesinados, hija de su tía.
Cuando la tía llamó en la madrugada del 20 de marzo a las madres de los otros dos muchachos para avisarles sobre lo ocurrido —una se encontraba en Los Cabos y la otra en Tepic—, ambas intentaron comunicarse con sus hijos por teléfono, pero cuál fue su sorpresa que quien contestó ambos celulares fue la tía de Javier Salomón.
Esto lo declararon, en entrevista periodística, la madre de Marco Francisco y la de Jesús Daniel. También dijeron que la versión del secuestro que la prima había relatado a un periódico local era distinta a la que les había contado a ellos.
Esta es la historia de una tragedia sobre otra. El vil y cobarde asesinato de tres muchachos y la infiltración del narcotráfico en una familia jalisciense que puede ser como cualquier otra.
¿Sabía la tía a qué se dedicaba el verdadero dueño de la finca al que servía como prestanombres? ¿Prestó la propiedad para la filmación sabiendo el peligro que corría su sobrino, al que trataba como un hijo, al igual que su hija y los otros muchachos?
¿Cómo puede ser que un rapero, que subía videos llenos de actos de violencia y misoginia, grabados sin pudor en el barrio de Oblatos, en los que se consumía droga y se disparaban armas, tuviese más de 120 mil seguidores en YouTube?
De forma paralela a la mala actuación de las autoridades, hay muchos lugares de México donde se ha borrado la frontera entre buenos y malos.
Una tragedia sobre otra.
