La Loca de la Familia
Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia
Leí un artículo (sí, otro más) sobre la dependencia neurótica entre Frida Kahlo y Diego Rivera, y comprobé (sí, otra vez) que la señora Kahlo ha sido erróneamente puesta en el Parnaso del feminismo, ya que no era, en absoluto, una mujer que se enfrentara al así llamado patriarcado, sino todo lo contrario. Frida era una mujer en cierto (alto) grado sumisa a los caprichos de su horrendo esposo. Esposo que, dicho sea de paso, fue siempre mejor pintor que ella, aunque hoy ella sea más reconocida precisamente por el aura de dolor que la rodeó. Sin embrago, el dolor físico sobrevenido de la tragedia en el tranvía es potenciado por el sufrimiento personal, al no poderse desprender de su tirano, a quien “amó” hasta el día de su muerte. Por eso la figura de Frida es asociada al estoicismo, que siendo objetivos, más que estoicismo lo suyo era un enfermedad del alma. Y no la juzgo, pues por lo general todas las mujeres hemos transitado por relaciones tóxicas y mal sanas, las cuales defendemos por miedo a la soledad o por simple y llana conchudez. El amor de Frida a Diego dejó de ser amor en cuanto ella accedió a compartirlo con otras mujeres. Cosa que se nos presenta en sus diferentes biografías como un pacto consensuado, sin embargo, el cosmopolitismo poco tiene que ver con la fuerza natural de los sentimientos. Yo creo que a nadie en su sano juicio le gusta que le mientan. Yo creo que a nadie en su sano juicio le gusta que el marido se coja a su hermana. Yo creo que nadie en su sano juicio puede lidiar con un libertino del calibre de Diego, y más si ese libertino sale impune en sus pequeños crímenes. A pesar de que ella, Frida, se haya cobrado a lo chino y haya tenido sus revolcones con Trotsky y con su terapeuta y con una que otra amasia de Rivera, dudo mucho que esas revanchas le hayan contentado. Eso no existe. Y lo digo con conocimiento de causa. Empatar los tantos en la carrera adúltera no hace más que agrandar los vacíos. Un clavo no saca a otro clavo ni aunque el agujero sea cubierto inmediatamente. Entonces yo no comprendo en qué momento Frida se volvió bastión del feminismo (como tampoco entiendo cómo el Che Guevara se convirtió en el máximo ídolo de los pósters de la banda anarca), cuando Frida es el ejemplo más nítido y fiel de la “doña pendeja” que le pasó todas sus fechorías al marido. Y es válido pasarle al marido todo lo que una pueda soportar, si finalmente cuando la mula es terca hasta la yunta lame. La culpa de esa entronización absurda la tiene Madonna, quien fue de las primeras estrellas frívolas que abrazó el arte de Frida como si hubiera sido la octava maravilla. Fue ella quien inauguró la era de la Fridamanía, mandándose a diseñar playeras con el rostro de la pintora. A partir de ahí, sus cuadros se vendieron más, no por su calidad artística, sino por la publicidad que le dio una supuesta mujer liberada y feministoide como lo es Madonna. ¿Y a Diego? A Diego sólo lo aprecian los verdaderos conocedores de pintura, ya que para el masaje bruto Diego es un pintor medio olvidado que retrataba a la indiada mexicana poniéndole sus ojos de sapo como rúbrica indeleble. No, señores, Frida no fue feminista. Frida se dejó humillar por su hombre a niveles de campeonato. Tal vez en eso consiste parte de su apabullante éxito, pues la fórmula de tener una vida marcada por los accidentes + saber mover el pincel + vestirse estrambóticamente + tener un marido hijoeputa, es una receta infalible para triunfar en un entorno que adora la sangre ajena. Frida es la campeona del melodrama, no del feminismo ni del surrealismo.
