La Loca de la Familia

Por: Alejandra Gómez Macchia / @negramacchia 

Un debate como el que vimos ayer mueve muy poco el resultado de la elección. Y más una elección como la que viene; en la que la mayoría ya tiene definido su voto y es, sin duda, un voto de castigo.
Los primo-votantes votarán por todo lo que no huela a PRI o al PAN.
Ni el falso desparpajo, ni la sonrisa permanente de Anaya (ni su frágil discurso tecnológico) permearán demasiado entre los jóvenes, a quienes se les ha contado (porque casi ninguno ha leído ni comprendido) la historia política de este país.
Ellos, los millennials, son presas de la inmediatez, sin embargo, el discurso que más conocen es el de “este país ya no aguanta y estamos hasta la madre de los políticos de siempre”.
Se tragan ese discurso y voltean a ver a AMLO como se mira a un viejito testarudo, pero buena onda, que aun con su léxico agropecuario merece el triunfo porque “ya le toca”.
Años y años de campaña, y años y años de ser una figura constante en los medios refuerzan su popularidad.
Videos como el de “la niña bien” y el de las señoras encopetadas San Petrinas, se viralizan a gran velocidad porque contienen los elementos que enganchan a las masas. La fórmula resulta infalible: un ritmo de moda pegajoso con letras llenas de lugares comunes. Todo eso que anhela el pueblo bueno.
¿Quién hace eso videos? Poco importa. Lo que sí importa es el impacto. Y el impacto se refleja en la simpatía que genera López Obrador dentro de sectores que antes eran inalcanzables.
En las últimas semanas he tenido oportunidad de sondear el asunto. En mis ires y venires a juntas y a comidas y a cenas y hasta a borracheras, ocho de cada diez personas a las que les he preguntado cuál es su intención de voto, contestan que van por “ya sabes quién”.
Esa frase que sufre diversas metamorfosis dentro de conversaciones coloquiales es otro acierto. Todos saben quién es “ya sabes quién” y simpatizan con la idea de que, a pesar de que sólo se sugiera el nombre del personaje, ese personaje no es un innombrable, como otros políticos.
Esto no pasa con Meade. Su campaña nació con fórceps y nació floja. Desnutrida, sin ácido fólico ni litio para sobrevivir. Meade no es un buen candidato, aunque personalmente creo que es el más capaz de los cinco suspirantes. A Meade lo disminuye el peso del dinosaurio. A Meade nadie le cree que sea un candidato ciudadano. Meade no es un político corriente que grita y manotea y descalifica como verdulera. Meade tiene la desgracia de haber servido a dos gobiernos fallidos. A Meade, esta sociedad ignorante y apocalíptica lo persigue más por las máculas involuntarias de su dermis, que por las salpicadas de mierda del partido que representa. Así de triste.
Este primer debate sirvió para una cosa: para ponerle nombre al segundo lugar. Para ofrendar a los dioses de la “democracia” una cabeza. Ricardo Anaya demostró en Minería que es el único de los cinco que sabe polemizar. Que es el único que no trastabilla con el español. Que es el único de los cuatro perdedores que podrá ser un bully digno a la hora de denostar al puntero. Anaya, el de las cuentas chinas, el del enriquecimiento inexplicable, el tecladista versátil y jaranero hipster de ocasión, es al día de hoy el contrincante más cercano de AMLO.
Sin embargo, noventa días son muy poco tiempo para organizar una campaña eficaz que tumbe al “Necio”. Ni siquiera si Meade pacta en lo oscurito con el Frente, ni aunque las huestes infieles del PRI pasen charola por todo el territorio nacional. Un fraude a estas alturas, con tal diferencia de puntos, sería más grotesco que ver a Lyn May desnuda en su camerino.
Sí. Ricardo Anaya “ganó” el debate, pero eso no hace perder al Peje; que sí es lagarto y ya aprendió a reptar y andarse con sigilo entre la maleza.

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